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Estaba nervioso. Y enamorado.

Ya está, no podía hacer nada contra ello. Se había enamorado de Park Jimin. De la persona más hermosa que había visto jamás, y estaba dispuesto a cuidarlo y hacer lo que fuera por él, así nunca fuere a pertenecerle. Y quería decírselo, no sabía qué iría a pasar si lo iba a hacer, pero quería que Jimin lo supiera.

Por eso ese día lo invitó a cenar.

Se miraba en el espejo, sonriendo infantilmente, y luego sin mostrar los dientes con tristeza, emoción, ansiedad, amor. Se fijó en su marca morada del rostro. Esas dos rayitas que podían decir tanto y a la vez absolutamente nada de él. A día de hoy ese pequeño detalle de cuál era tu orientación era algo tan importante, y la invención del selector había logrado ser algo tan útil, que nadie se imaginaba viviendo sin ello. Sí, ya nadie juzgaba por algo así como había sido hasta un siglo y medio atrás, pero no, los prejuicios no habían desaparecido con la homofobia. Aún había cierta gente que por algo tan simple como el color de una marca creía poder adivinar la mitad de la personalidad y vida de una persona, cuando había apenas un 50% o incluso menos por ciento probabilidad de que acertasen. Había gente que se pensaba que aquellos que gustaban de hombres eran personas delicadas, y que, por el contrario, aquellos que gustaban de mujeres, eran algo rudos, o llevaban capacidad de liderazgo. Que aquellos que gustaban de ambos eran personas desorientadas y/o codiciosas. Y que los que tenían "gustos complejos" eran también así, o incluso arrogantes. Nada de ello debía por qué ser así.

Luego estaba Jimin, quien había cubierto su marquilla, tal vez no para evitar aquellos prejuicios, pero sí para dejarle en claro a todos que "no estaba disponible" porque su ser ya le pertenecía a alguien.

 Pensó en cómo sería cubrir sus dos rayas con marcador negro.

"Llega al restaurante y Jimin, con su vestir simple pero hermosa presencia pregunta:

  —¿Tapaste tu marquilla?

  —Sí.

  —¿Y qué significa el negro?—pregunta sonriendo, conociendo ya la respuesta.

  —Que ya estoy enamorado de alguien. Y que nadie lo reemplazará.

  —¿Y quién es?

  —Tú."

Y probablemente no lo besaría, probablemente no lo visitaría cada día en su apartamento, probablemente Namjoon nunca se atrevería a pedirle matrimonio o nada semejante. Probablemente nunca casarían y se quedarían juntos hasta la muerte o el más allá. Pero sabría que podía ser que esa persona no lo amara, pero Kim Namjoon sí. Tal vez Namjoon exageraba diciendo que lo amaba, tal vez no. Nunca se había encariñado de esa manera con alguien.

De todas maneras, Namjoon no se cubriría la marquilla. Aquel gesto, ese significado, le pertenecía solo a Park Jimin, era uno de esos detalles que tanto lo distinguía. Quizá la razón principal por la que se fijó en él. Namjoon no era nadie para imitarlo.

Amarlo. Él quería a Seokjin, y a sus padres, por supuesto. Podría llamarlo amor. Pero el amor que sentía hacia Jimin era tan distinto. Era dulce. Y desesperante.

Tomó aire, su chaqueta e intentó también llevarse valor, saliendo por la puerta.

Se sentó en la mesa reservada a esperar. Había quedado con él para las siete de la noche y apenas habían pasado diez minutos, pero Namjoon no era precisamente paciente. Sobre todo ahora, ansiaba mucho decirle lo que sentía.

Otros diez minutos más tarde Jimin al fin se asomaba por la entrada buscando entre la multitud a Namjoon. Se acercó con expresión apenada.

—Lo siento, ¿te hice esperar mucho? —preguntó sonriendo avergonzado y se sentó en frente.

Namjoon negó con la cabeza sonriendo.

—Na, está bien.

Cualquier espera, si era por Jimin, valía la pena. Namjoon se fijó en cada uno de sus razgos con detenimiento.

—No soy muy puntual, en realidad. Aunque las veces que...

Namjoon no estaba prestando mucha atención, ésta la tenía puesta sobre sus cachetes, sus pequeños ojos, nariz, y sus acolchados labios. Sobre su marquilla, su cabello, su cuello y cada lunar que se dejaba ver.

¿Cómo podía el hombre desconocido haber rechazado a Jimin?

—...fue porque en serio te quería entregar el cuadro.

Namjoon asintió. Asumió que había explicado por qué la vez que se encontraron en el parque había estado allí antes que él. ¿Tan emocionado estaba por regalárselo? ¿O decía que era impuntual para evitar que Nam se interesara? Aunque lo dudaba, Jimin tenía aspecto de ser descuidado. Sobre todo por cómo se vestía y por lo que había dicho sobre ordenar su apartamento.
¿Pero había entonces hoy llegado tarde porque no le interesaba la cita?

—Bueno, pide lo que quieras —ofreció Namjoon a lo que Jimin se sonrojó.

Lo vio mirando el texto que describía una chuleta de cerdo bañada en salsa de maracuyá. Aún así pidió algo económico.

Namjoon, en cambio sí le pidió ese pedazo de cerdo a la mesera.

Jimin se incomodó un poco ante el acto, pero no dejó de mirar a Namjoon y sonreír.

—Jimin —lo llamó, a pesar de ya estar mirándolo fijamente.

—¿Hm?

—M-mira. —Volvía a tartamudear y maldijo para sus adentros—. ¿Recuerdas cuando nos conocimos?

—¿En el supermercado?

Namjoon asintió.

—Desde entonces me enamoré de ti.

Jimin mostró una sonrisa que se asemejaba más a una mueca y se removió en el asiento.

—Yo qué sé qué se le pasará al chico por el cual suspiras por la cabeza. No lo sé, no me importa, pero quiero que sepas que eres la persona más hermosa con la que me he encontrado en mi vida–

Jimin lo interrumpió con ojos húmedos.

—No quiero que sufras por mí —balbuceó.

Namjoon sonrió compasivo.

—Aun cuando no me correspondes, quiero cuidarte. A mí no me pasará nada, Jimin. Lo único que quiero es estar para ti, así tú no estés para mí.

Jimin miró la mesa. Y se quedó mirándola todo el rato.

Ramen & Chocolate [NamMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora