(Gabriel)
El pasado está presente en su futuro pero solo él sabe qué rayos es lo que hace en Roma. Ni siquiera a su hermano le ha contado sobre su viaje, no es que se lleven muy bien que digamos pero, vamos, es su hermano, bueno, medio hermano. Los dos tienen diferente madre pero el mismo padre que los une en sangre. Es por eso su visita a Roma, tal vez dos semanas o tres, o quizá se quede de completo. No sabe qué le depara su futuro ahora que se ha escapado de esos imbéciles que le subyugaban y torturaban a su antojo. Hace un mes que no sabe nada de ellos, tal vez murieron en esa redada o tal vez sean un aperitivo sexual de todos los reos en la prisión. ¿Qué más da? Son unos imbéciles después de todo. Los hubiera matado con sus propias garras de tener la oportunidad, pero los muy malditos sabían controlarlo mejor que él mismo.
Camina lentamente por la calle adoquinada de la Piazza San Pietro, andando solo por andar. Lleva tres días caminando de un lado para otro sin poderse armar de valor para visitarla. ¿Por qué le es tan difícil? Ni siquiera la conoció y fue la causante de todas sus desgracias. ¿Cómo puede alguien hacer eso? Supongo que es un castigo divino de los días pasados, pero quien sabe, tal vez solo le tocó ser de ese modo por su galanura. Hasta eso que tiene sentido del humor el pobre, otro en su lugar ya se hubiera suicidado.
— ¡Eh, tú! —grita un hombre en uniforme. Gabriel gira en todas direcciones antes de darse cuenta que es a él a quien le han llamado. —Sí, tú. Ve a mendigar a otro lado, aquí no es permitido.
El policía se acerca con su rostro aniñado de pestañas largas para sacarlo de la plaza. ¡Pero qué insolencia! Si están en medio del centro público repleto de las personas más altruistas de todo el mundo. ¡Del mundo! ¿Cómo es coherente que no dejen mendigar cuando hay personas dispuestas a hacer lo que sea con tal de lavar sus pecados?
¿Es que no lo ven de esa manera? La vida puede abofetearte con un guante irónico de vez en diario y a Gabriel ya le ha dado hasta de patadas y golpes duros. Se ha reñido con él.
Pero Gabriel no tiene ganas de pelear ni descontrolarse en medio de tanta gente inocentemente pecadora.
—Vale, vale, me voy— dice una vez que repara en las garras que lleva como vestimenta. No las ha cambiado en tres días y debe lucir estrafalario. Toca su barba desaliñada, de miedo. No culpa al policía por hacer su trabajo. Culpa a la vida por... por todo lo que se le venga en mente.
—No te quiero ver por aquí— le amenaza de nuevo el policía, acomodándose los pantalones en un intento de lucir autoritario. Venga, que con esa cara de niño no asusta ni a los gatos, al contario, da ternura mirarlo que hasta apetece apretarle esas mejillas regordetas. Pero ese no es el caso de Gabriel. Él solo piensa en una cosa y ni siquiera tiene nombre.
—Vale, me voy, ya dije— tal vez sea hora de esa visita que lo trajo a aquí en primer lugar. El policía bufa en tono triunfal, como si en verdad tuviera oportunidad contra Gabriel, pero eso no lo sabrá... aún.
Se da la vuelta para marcharse y entonces algo capta su atención. Él la sorprende acechándolo, entonces la mirada topacio de los ojos de ella atraviesan su alma, adentrándose en sus esperanzas y en sus emociones, colapsando así todo a su paso; fue que lo sabe de inmediato:
Tiene que matarla antes que ella a él.
¡Maldición!
La escudriña con sus ojos oscuros pero ella ya no lo observa más, la chica rubia suspira y relee el folleto que tiene en sus manos, mira a la basílica y vuelve a hojear el papel como analizando las imágenes y cayendo en la cuenta que no tiene nada que ver con lo que pintan en los programas de turistas. Aprieta sus labios y continúa caminando como no queriendo la cosa. Pero Gabriel sabe que ella no es una chica turista, lo ha mirado, nadie nunca lo ha mirado, ni siquiera saben que existe. Es como una especie invisible ante los ojos de las personas comunes que, simplemente, pasa desapercibido por casi todos; pero el ángel rubio lo ha analizado con detenimiento, se ha tomado la libertad de mirarlo por unos segundos. ¿Qué fue lo que vio en él? Gabriel no lo sabe, pero de lo que sí está seguro es que debe matarla cuanto antes. No puede hacerlo aquí, hay demasiado público que lo condenaría. Tiene que seguirla, saber quién es, ¿qué hace aquí? ¿A qué ha venido? ¿Lo quiere matar? ¿Por qué tiene ese presentimiento? No parece más que una chica cualquiera, como el mar de rostros que va detrás de ella hacia la catedral, pero su sentido animal le dice que debe protegerse, tomar cartas en el asunto y asesinarla de una manera u otra.
Tal vez esté actuando como un paranoico, pero será un paranoico precavido entonces.
Gabriel sacude su cabeza para desechar ideas tontas y centrarse en su objetivo: esa maldita visita que no lo deja dormir.
Pero ahora tiene otra razón más para no hacerlo: el ángel rubio.
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Redd (En pausa)
DiversosElla conoce la oscuridad que alberga en su interior, conoce el miedo que ahoga las almas de sus víctimas antes de hacerlas sucumbir. Le agrada saborear la amargura de la muerte y no le importa en absoluto lo erróneo o lo correcto de la vida, ésta le...