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(Redd)

Los ojos inertes y turbios del hombre delgado la observan fijamente desde el suelo empapado en sangre, como reprochándole el hecho de haberles arrebatado la vida de una manera tan limpiamente descarada. Redd no lo mira, intenta ignorar la flama que se desvanece al mismo tiempo que la tibiez de su cuerpo. Pero ahí está, una vida más -o menos- a su espalda, pero ella ni siquiera lleva la cuenta. No siente remordimiento alguno en su pecho, mucho menos en su delicada y latente arma supresora que ahora posa inocente de nuevo en su muñeca, preparada para desenfundarla si es necesario.

¿Era necesario hace un momento?

Berlini la observa medio asombrado, medio atontado; no sabe si dar un movimiento en contra de la mujer que acaba de asesinar a uno de sus mejores hombres. Ese joven no cumplía ni los veinticinco años y ahora está ahí tendido con la garganta partida en dos. Piensa en la madre del hombre, en los dos hijos que acaba de dejar en este mundo, en la vez que lo reclutó para que se volviera parte de su equipo: "Es un trabajo sanguinario" le había advertido en ese entonces, nunca pensó que se fuera a tornar tan literal para él.

Suspira con brusquedad pero sigue sin moverse, la rubia de ojos azules lo mira esperando reacción a sus palabras. ¿Qué tiene que decir? ¿Cómo ha hecho para matarlo? ¿Da un paso? No, ya es muy tarde. Solo queda seguir, al menos ha demostrado de lo que es capaz.

Sujeta su móvil y teclea una numeración de tres dígitos, Redd sabe que es un código de comunicación interna.

-Busca a otro- articula sin quitarle los ojos de encima y vuelve a guardar el móvil.

Encoge sus hombros y suelta una carcajada sonora que desconcierta a Redd. El segundo tipo se queda petrificado en su lugar, esperando las órdenes de su patrón, pero éste no da ninguna señal.

—Me ha quedado claro. No nombres y, sobre todo, no contradecirte. — Redd asiente— ¿Qué hay de mis reglas?

—Mi trabajo, mis reglas. —se adelanta ella con una mirada amenazadora que le eriza los vellos de la nuca. — Dime quién es y dónde puedo encontrarlo— se acerca al escritorio y arrebata una pluma del portador y un papel de un cuaderno, arcándose para escribir algo en él, luego lo acerca a Berlini, él lo toma con recelo. —Ese es mi precio, la mitad ahora y el resto cuando le tengas a tus pies. —Berlini la mira perplejo pero sabe que lo vale. —Todos los gastos corren por tu cuenta y yo te contactaré cuando me sea necesario.

— ¿Eso es todo?

—No. — Repone Redd— Si sospecho que algo está fuera de lugar o no va bien, aunque mi vida no corra peligro, la tuya lo hará. Te buscaré, te haré sufrir hasta que no quede una parte en ti que no sienta dolor y luego dejaré que mueras de pena. Me suplicarás que termine con tu vida y yo estaré gustosa de escuchar esa voz nasal correr de tu garganta a mis pies. —Berlini atisba el cuerpo de su hombre y Redd bufa entretenida— No acabarás como él. Tu muerte no será rápida y terminaré llevándome el dinero al fin de cuentas. Si tu intención es más allá de mi trabajo, entonces habla ahora y me marcho, soy mujer de palabra. Es tu decisión.

Berlini suspira de nuevo. Ha visto tantas muertes e incontables de ellas han sido por sus propias manos, pero lo que ocasiona esta mujer en su piel, no lo describe tan fácilmente. Pero la necesita, necesita de sus servicios porque el tiempo se le agota.

—Perfecto, eso nunca ha pasado por mi cabeza, yo también soy hombre de palabra.

—Conozco a los de tu clase. — interviene ella.

—Entonces sabrás que digo la verdad.

—Entonces sé que me atrae el dinero tanto como lo hace contigo por eso sé que no trabajaremos de la mano, pero estás advertido Berlini. — hace énfasis en su nombre y Berlini se arrepiente de habérselo dado aunque, el saberlo o no, no es un impedimento para Redd en caso de que algo vaya mal. —Ahora te escucho. Habla. — le ordena. Berlini se sorprende, nunca antes nadie le había ordenado con tanta insolencia y mucho menos una mujer tan linda como ella. En otras circunstancias la hubiera sujetado de ese cabello alborotado y la hubiese doblegado hasta suelo a punta de golpes, para luego bajarse la bragueta y forzarla a pedirle perdón de una manera placenteramente egoísta. Pero esta no es una de esas ocasiones.

Redd (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora