Ella conoce la oscuridad que alberga en su interior, conoce el miedo que ahoga las almas de sus víctimas antes de hacerlas sucumbir. Le agrada saborear la amargura de la muerte y no le importa en absoluto lo erróneo o lo correcto de la vida, ésta le...
— ¿Qué te ocurre? — cuestiona Alex con un timbre de preocupación que luego obliga a detenerse en un carraspeo.
— ¡Cierra la boca! — chilla de mala gana, con enojo. Frota el dedo pequeño del pie que se ha golpeado con la esquina del buró. Desgraciado mueble inútil, siempre sucede lo mismo. ¿Está nerviosa? ¿O solo quiere terminar con este bendito trabajo para largarse a Roma y encontrar al demonio? Ni siquiera pretende preocuparse ahora del hecho de que lo tiene que traer de vuelta con vida. No quiere pensar en eso, ya se le ocurrirá algo. Se gira con Alex, el pobre ingenuo que la mira con rencor y al que le toca pagar por todo el mal humor que se carga. - ¿Por qué no te has ido?
Él se encoje de hombros y la ignora. Que se pudra, no le importa lo que le ocurra. Y no se marchará, no señor. Esperará a que regrese de su misteriosa diligencia para desnudarla de nuevo y montarla en su cuerpo, tenerla piel a piel tal y como le gusta. Pero no cuenta con los planes de Redd, ese ángel rubio inocentemente mortecino.
Es una perra letal y a él le gusta eso. Lo vuelve loco.
Maldito iluso.
Su teléfono celular suena y Alex se libra de más reprimendas impertinentes. Cuando Redd lo alcanza, se da cuenta de la cuantiosa transacción que ha recibido como pago para Roma, segundos después llega otra transacción con los gastos de sus viáticos y viaje. Bien, Berlini es puntual, dos horas como habían acordado. Todo parece ir por buen camino, ahora solo necesita encontrar a Mark Carriel, un último trabajo antes de marcharse.
Sale de su departamento preparada y armada para dirigirse en busca de su víctima. Alex no la cuestiona, sabe mantener su distancia con ella. Pero no se marcha ni aunque lo hayan corrido. Es un hombre testarudo y algo enérgico, a decir verdad, a Redd le gusta que haya venido a visitarla y también le agradan los momentos que le da, pero no puede darse el lujo de tenerlo rondando entre sus cosas más de unas cuantas horas.
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Cuando Redd llega al Grand Hotel Central no se sorprende de ver a tanta gente caminando con gracia de un lado a otro, pavoneándose con sus vestidos costosos de diseñador. Redd tiene vestidos de diseñador también, ella misma los diseña, de otra manera no tendría donde esconder sus delicadas armas de repuesto, en caso de que algo vaya mal con su brazalete. Como el que lleva puesto ahora, de un color rojo pasión -perfecto para lo que tiene en mente, llamar la atención de él- sin tirantes y con un escote pronunciado pero no vulgar. Hace formar su figura torneada de una manera apetecible a los ojos, tanto que varios pares de ellos se giran en cuanto el auto (rentado, por supuesto) la deja en la entrada del evento. Las mujeres casi asesinan a sus esposos con la mirada y ellos, sumisos, se giran para evitarse una discusión en una noche tan hermosa y joven, pero no dejan de observarla por el rabillo.
Tampoco se inmuta de notar a los hombres uniformados y trajeados con armas perfectamente escondidas en sus ropas. Los distingue muy bien de los tantos invitados, son los únicos tontos que miran en todas direcciones con detenimiento, pretendiendo detectar cualquier posible amenaza que ponga en peligro la seguridad de sus clientes. No intentan pasar desapercibidos, ella tampoco y lo está haciendo muy bien.