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(Gabriel)

Los cálidos e imprudentes rayos del sol se entrometen en la habitación serena de Gabriel. Maldito sol. Maldito día. Maldito todo. Basta una pequeña rendija en las cortinas negras para que el diminuto rayo vaya directamente a los ojos de nuestro renegado amigo. ¿Cómo pudo pasar? Si él selló completamente la habitación para que algo tan pleno y simple no lo interrumpiera. Pero ahí está ese infame y malnacido haz de luz que lo ha hecho despertarse con un humor de mil demonios. Está enojado y mira furioso su reflejo en el espejo a medias frente a su cama, una cama roída y manchada, quien sabe cuántas personas habrán dormido ahí -o lo que sea para que la hayan utilizado- pero no tiene mucha plata para darse el gusto de pagar una habitación más decente. Es todo lo que puede hacer por ahora, dormir en ese tabuco, mirarse con el ceño fruncido en el espejo y tratar de contener al demonio de su interior.

Lo último es lo más difícil. De lo demás... digamos que ha vivido en situaciones más precarias que ésta.

Esta bufando y tiembla ligeramente.

¡Con una mierda, si solo fue un haz de luz! Solo un maldito rayo que lo ha descontrolado a pleno medio día.

Vuelve a mirarse. Esos ojos oscuros que lo observan diabólicos y amenazantes. No es él mismo, no es él quien lo mira del otro lado del cristal. Es alguien totalmente diferente, desenfocado de su persona, alguien con rencores y memorias desagradables, bañado en sangre, en cascabeles de almas a su cuello y espalda, en cuerpos putrefactos que le gritan lo infame de su desgracia, desterrado de toda humanidad posible, desterrado de sí mismo. Alguien a quien él conoce perfectamente y alguien de quien teme con toda la magnitud de las palabras, con cada silbido de su corazón que le hace notar la vida que no ha sido capaz de arrebatarse y que aún continúa por sus venas, poco gloriosa y abstraída.

Cierra los ojos. Respira una, dos, diez veces pero no logra calmarse. El demonio quiere brotar y desgarrará su alma si no lo suelta. Pero Gabriel sabe contenerse. Está consiente que liberarlo ahora podría causarle muchos problemas y quien sabe que otras cosas peores aún que la muerte.

La muerte no es lo ínfimo, está acostumbrado a ella, hasta podría decirse que la conoce de pies a cabeza... si los tuviera. Lo que no le parece es que sean sus propias manos las causantes de tanta desgracia, misma que arrastra a donde quiera que vaya. ¿Y qué más podría hacer el pobre? Si solo tiene que mirarse al espejo para recordarse las atroces circunstancias que lo han traído hasta aquí, hasta su miserable cuerpo reflectado en un pedazo de cristal.

¡Maldita sea!

¿Por qué no es tan valiente como para romperlo en mil pedazos, sujetar la afilada tentación y terminar con su desdicha?

Es un cobarde. Siempre lo ha sido.

Un pusilánime endemoniado.

Sí. Eso es.

Gruesas lágrimas desbordan de sus ojos. Gotas saladas de agua aprisionadas en su resentimiento. Se había enseñado a controlarlas pero cada alba oscura -como ha aprendido a llamarle a su situación- caen desbocadas desde lo más profundo de su ser y no puede contenerlas. Está dolido pero al demonio no le interesa eso. Quiere salir, quiere ser libre.

Y lo hace.

Todo por ese maldito rayo del astro rey.

Por culpa del maldito gato famélico que se ha dignado a descender al sótano del hostal para merodearse por los estantes de la colada del día con sus garras delicadamente afiladas, rasgando aquí y allá. Colada que luego sería acomodada en cada una de las habitaciones donde se hospedan los clientes con esos rasguños que despertarían al mismo demonio. ¿Quién lo iba a imaginar?

No Gabriel.

Ni las personas que corren peligro con este monstruo en libertad.

Redd (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora