(Redd)
En cuanto Redd llega a la dirección indicada, se da cuenta de que esa misión no será un reto para ella, está acostumbrada al trabajo así que no le toma demasiada importancia. Mira de un lado a otro, de pie frente a la gran reja negra que custodia las entradas visibles de la mansión, si a eso se le puede llamar una mansión, más bien luce como un castillo apenas rescatado de las ruinas de la naturaleza. Inspira lentamente, saboreando con profunda deliberación el aire mortecino que la ha recorrido desde siempre y que ahora inunda el lugar. Perfecto para la ocasión. Es algo trágica su vida pero es lo que ha habido desde que tiene uso de su consciencia, en lo que cabe de la palabra.
Aún tiene grabada en su memoria la sonrisa pintada en rojo de sus padres cuando el hombre de las sombras vino para llevárselos en medio de la noche. Adormecidos, torturados y acuchillados hasta ser drenados, todo eso mientras la miraban fijamente balancear sus pies en la gran cama que tenía para ella. Sus progenitores habían gritado hasta desgarrarse las gargantas mientras el hombre sombra reía y le decía que solo era un juego, incitándola asi a cantarle una canción; la misma que masculla para ella mientras concede unas últimas palabras a sus víctimas.
No sé qué fue más tormentoso para sus padres, si las cuchilladas en sus cuerpos dando paso al líquido tibio de sus vidas o verla obedecer gustosa con los hoyuelos risueños marcados en sus mejillas.
—Si traes armas tienes que dejarlas aquí. — sitúa el guardia de la mansión, arrogante como él mismo mientras mastica de mala gana una pastilla de menta, intentando disfrazar el hedor a cebolla de su boca impura.
Redd bufa ante la desfachatez.
—No necesito armas. — dice con nitidez, pero el hombre la jala para pasar sus manos sobre su cuerpo esbelto, intentando palpar así cualquier amenaza que intente atravesar esas puertas. Eso no sucederá bajo su cuidado, no a menos que estime su vida y sí que lo hace. A su antecesor, lo desollaron vivo por un incidente menor. Solo dejó entrar a un hombre que asesinó a uno de los perros del dueño. Es un error que no puede pasarse por alto. Su cerebro diminuto no da cabida a la imaginación de lo que le pudiera suceder si deja entrar a un extraño con armas a la mansión y sobre todo cuando los hijos del jefe están dentro de esas puertas de ornamenta. —Puedo desnudarme si te es más fácil. — repone ella disgustada. Él no contesta y sigue bajando sus manos, sintiendo su cuerpo, Redd reprime la necesidad de golpearlo o dejarlo inerte en su sitio, sabe que es su trabajo.
En su mente sigue entonando la canción para la sombra que le lanzaba una mirada satisfactoria aunque ella no podía verla, solo era oscura, no tenía forma, pero la sensación que sentía en la piel era simplemente indescriptible.
Cuando un segundo hombre entró en la habitación, ella se silenció abruptamente y supo que el tiempo de sus padres había terminado. No volvería a verlos jamás, no sentiría de nuevo sus abrazos del piel tibia y no soñaría más despierta mientras su mamá le susurraba al oído que todo iría bien. Su madre, casi sin vida y bañada en sangre, desfigurada en su interior al igual que su padre. La sombra, molesta por desobedecerla. Entonces su cuerpo se tornó vacío, llenándose como un costal con piedritas repletas de odio y de rencor.
La sombra le ha mentido.
El segundo hombre de mirada oscura escudriñó sus ojos, analizando con tristeza la situación. Las arrugas en su rostro reflejaban sabiduría pura. Se sentó a su lado alzando el borde de sus pantalones elegantes, dejando ver unos relucientes zapatos que parecía limpiar cada hora. Dio un largo suspiro y posó su mano huesuda y cálida sobre el hombro de la pequeña, ésta no se movió. Sabía lo que él significaba. Lo había visto antes en el hospital cuando su abuela había enfermado y le había llegado la hora de partir a lo desconocido para todos; ahora que era un año mayor, lo comprendía de la manera que debía ser. Sus ojos apacibles, como una corriente sin vida, habían clavado en su interior. Y ahí estaba de nuevo, exactamente con la misma mirada, con la misma aura de muerte que lo rodeaba en el hospital. El hombre de traje sacó su sombrero y meditó un momento en su dorado reloj de bolsillo para luego guardarlo junto con el aire en sus pulmones.
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Redd (En pausa)
AcakElla conoce la oscuridad que alberga en su interior, conoce el miedo que ahoga las almas de sus víctimas antes de hacerlas sucumbir. Le agrada saborear la amargura de la muerte y no le importa en absoluto lo erróneo o lo correcto de la vida, ésta le...