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- ¿Entonces? - preguntó una vez más Ruggero con fastidio ante la indecisión de sus hermanos. - ¿Gotcha? - preguntó mirándome divertido.

- ¡No! - todos rieron con mi grito de terror. - Mejor vamos a... - me callé y me miraron intrigados.

- ¿A dónde? - preguntó Yoselin con ansias.

- Suban a cambiarse y después les digo. - estaba por correr hacia las escaleras al igual que los niños pero Ruggero me atrapó por la cintura.

- No, no, no... - sonrió perversamente. - A mí me dices a dónde vamos ahora mismo, si no, no sabré hacia donde conduciré. - hacía cariños con su nariz en mi cuello y mejillas.

- No te preocupes... - le sonreí. - Yo conduciré. - como pude me liberé de su agarre y corrí hasta la mesa donde estaban las llaves del auto.

- Te las quitaré de todas formas. - dijo engreídamente mientras yo le presumía las llaves agitándolas con mi mano derecha.

- No lo creo. - le saqué la vuelta y subía los escalones a toda velocidad pero fue inútil ya que antes de llegar a mi habitación me atrapó acorralándome contra la puerta.

- Dámelas. - sonrió victorioso.

- Gánatelas... - sonreí aún mas agrandada y triunfante que él. Si quería me quitaba las llaves fácilmente pero elegiría ganárselas, nos convenía a ambos.

Nuestros cuerpos se acoplaron tal y como piezas de rompecabezas y sus manos se posicionaron en mi cintura. Nuestros pechos aun se contraían y expandían con rapidez por la carrera de hace segundos.

Comenzó a besar mi cuello, estos besos prácticamente me quemaban por dentro. Hacían estallar mis hormonas, hacían que solo con el roce de sus labios mi cuerpo se pusiera a temblar. Subí mis manos a su cuello y lo acaricie tan lentamente, levantó su mirada hacia mí y unió nuestros labios.

- Ya estamos listos. - rápido giré la perilla y me metí en la habitación.

- ¡Eres una tramposa! - gritó girando la perilla pero ya le había puesto seguro. Me cambié a la velocidad de la luz.

....

- Espero que no nos lleves a un salón de belleza o un aburrido spa. - dijo Ruggero mirando por la ventana del copiloto.

- ¿Cómo adivinaste? - pregunté con excesiva emoción. - Iremos a hacernos manicure, pedicura, nos pondremos mascarillas y...

- Aquí mismo me bajo. - dijo Ruggero abriendo la puerta con el auto aun en movimiento.

- ¡Estás loco! - le grité por abrir la puerta en plena avenida y la cerró.

- Tú estás loca si piensas que entraré a un lugar así. - carcajeé.

- Era broma. - rodó los ojos. - Y aunque quisieras... no te dejarían entrar. - reí. - No sin antes llamar a seguridad y que te hagan pasar por un detector de metales. - los pequeños se unieron a mi risa. Él solo soltó un sarcástico "que graciosa".

- Llegamos. - les dije estacionándome frente a un gran edificio gris con detalles en blanco de dos pisos.

- ¿Qué es aquí? - volteé a ver a Ruggero indignada ante la pregunta de Yoselin.

- ¿Nunca los has traído? - pregunté en tono de reproche.

- ¿A una bodega? ¡Para qué!

- No es una bodega. - le reclamé. - Vengan. - me bajé del auto y me miraron desconfiados. - ¿De verdad nunca habías venido? - le pregunté sorprendida.

- No. - contestó pasando su brazo por mi cintura apegándome a él.

Entramos y un leve frío nos envolvió. Era una pista de patinaje de hielo.

- ¡Wow! - Yoselin se emocionó al ver la enorme pista blanca. - ¿Vamos a entrar? ¿Si? ¡Anda Rugge, vamos! - tiraba de su brazo y Alex se le unió.

- Hey, hey... - les llame y voltearon a verme atentos. - Es más que claro que no vinimos a ver solamente. - ambos corearon un "¡wiii!". Caminamos hacia la taquilla para pagar las entradas y que nos dieran los patines.

- Tres. - pidió Ruggero y lo miré entrecerrando los ojos.

- Cuatro. - corregí.

- Tres. - repitió.

- Cuatro. - le sonreí al señor que comenzaba a fastidiarse.

- Solo tres. - me miró fijamente.

- Solo dos entonces. - me di la media vuelta molesta y escuché como maldecía en un susurro.

- Cuatro. - dijo finalmente y una sonrisa triúnfate apareció en mi rostro. - Eres una chiflada. - susurró en mi oído abrazándome.

- Lo sé. - tomé su mano entrelazando nuestros dedos para después caminar hacia los niños que miraban a través del cristal a las demás personas patinando.

Fuimos hacia el mostrador y entregamos los cuatro tickets, pusieron cuatro pares de patines sobre este y cada quien tomó los suyos.

Una vez listos esperábamos en una banca a que el tiempo de los que estaban en la pista terminara. No había muchas personas esperando, eran máximo algunas diez. Un fuerte sonido semejante al de un silbato indicó que era hora de salir, después de esto el zamboni alisó la pista.

- ¿Quieres que te ayude para que no te caigas? - levanté una de mis cejas y lo miré retóricamente.

- ¿No querrás mejor que yo te ayude a ti? - le dije sonriente y carcajeó. Me di la media vuelta y me interné a la pista. Si había algún deporte que me gustara, era el patinaje.

Me miró sorprendido ante la facilidad con la cual me desplazaba en el hielo.

Me, Myself and HimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora