Ambos se miraron a los ojos con total ira. Respiré profundamente.
- ¿Cómo se enteró mi madre de que vivía en casa de Rugge? - pregunté después de permanecer unos segundos en silencio.
- Yo le dije.
- Y quién demonios te pidió que lo hicieras. - reclamó Ruggero. Yo solo lo ataqué con la mirada y cerró la boca.
- Estaba preocupada, además pensaba llamar a la policía y reportarlo como secuestro. - explicó.
- ¿Preocupada? - carcajeé.
- Karol, lo siento, ella sabía que yo tendría que saber dónde estabas viviendo no pude decirle que no. Además creí que era lo correcto. No solo para ti, también le salvé el pellejo a éste y mira como agradece.
- Imbécil. - dijo Ruggero dándose la media vuelta. - Como si necesitara tu jodida ayuda.
- ¡Ruggero! - le llamé de nuevo haciéndolo callar.
- Creo que deberías de regresar a tu casa...
- Tú crees muchas cosas eh. - una vez más Ruggero con su "dulce" tono de hablar.
- Sebas, por favor no le des información de mí y mucho menos de Rugge, tú sabes que a mí me pone mal vivir en esa casa. No es buena nuestra relación y lo sabes de sobra. De todos modos si no vivo con Rugge buscaré un hotel o algún lugar. - ambos palidecieron.
- Ni lo pienses. - dijeron al unísono, al menos tenían algo en común.
- Ya, ya. - repetí tranquilizándolos. - Entonces por favor, sea lo que sea que te pregunte mi madre no le respondas ¡nada! - lo señalé. - Ya vámonos o no nos dejarán entrar.
Afortunadamente aún no tocaba el timbre, Sebastián tomó su mochila antes de entrar al edificio. Esperé a que Ruggero se acomodara la chaqueta. Gustosamente, ya que me encantaba como le quedaba.
Caminábamos por el pasillo cuando sentí la mano de Ruggero apoderarse de mi cintura, delicadamente pero a la vez firme.
- Mierda, Karol… no me gusta que traigas esos vestidos. - su aliento en mi oído me provocó cosquillas y me retorcí levemente entre sus brazos.
- No shorts, no vestidos, no faldas. - reclamé. - ¡Eres peor que el reglamento del colegio!
- No sabes la impotencia que me da ver que te volteen a ver y no poderles partir la cara.
- Creo que tú solo te das cuenta de las cosas que te convienen... - tomé su mano.
- ¿A qué te refieres? - preguntó sin entender.
- Mira a la derecha...
- ¿Qué hay? - susurró después de voltear y no encontrar nada sospechoso.
- Izquierda.
- ¿Qué? - dijo aún sin comprender.
- Míralas... Todas susurran cuando pasamos. - afinó la mirada. - No soy a la única que ven como un pedazo de carne. - volteó hacia otro montón de chicas que secreteaban.
- No entiendo.
¿De verdad no se daba cuenta o fingía?
Al pasar nos miraban y Ruggero había atraído más público femenino al salir conmigo. Era imposible que no se diera cuenta de las estúpidas esas que ahora babeaban por él.
- Oh. - formó una "o" con sus labios. - Creo que entiendo. - sonrió y levantó una ceja.
- ¡Por qué sonríes así! - le reclamé y lo golpeé en el estomago.
- Ves lo que se siente. - carcajeó.
- Eres un idiota. - me crucé de brazos.
- Hey. - me abrazó por detrás pero yo seguía caminando, acomodó su cabeza sobre mi hombro. - Sabes que a mí solo me interesas tú. - mordí mi labio inferior. Me encantaba que dijera cosas así. - Pero aún así no quiero esos vestidos.
- No empecemos. - no quería iniciar una discusión.