Éxodo

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Akileyua encomendó a Yowatan la misión de comunicarle a la tribu las palabras del hombre máquina y la resolución de abandonar sus tierras. Las celebraciones del Año Nuevo no volvieron a retomarse y las semanas siguientes no hubo tiempo para rendir culto al divino ciclo solar. Las perspectivas de un invierno apacible se desvanecían mientras la tribu reunía sus bienes materiales y empaquetaba las conservas. El chamán hizo caso omiso a las súplicas, emprenderían la marcha cuanto antes, no esperaría hasta primavera. Sería duro tanto para los pequeños como para los más ancianos, pero tenían que acarrear con toda una vida a través de miles de millas antes de la llegada del próximo año, no había tiempo que perder.

Antaño el pueblo de Am'rika septentrional se comunicaba a través de las antiguas redes telefónicas. Las tribus reutilizaban dispositivos obsoletos que desechaban en las ciudades, con ellos podían conectarse a Internet e intercambiar datos. Sin embargo, el tráfico de información terminó el día que dichas redes quedaron anticuadas y fueron desmanteladas. Muchas tribus terminaron aisladas, sin posibilidad de contacto remoto. Solo unas cuantas pudieron sobreponerse al "apagón digital", creando su propia Intranet.

El acceso a la Red estaba restringido, por motivos logísticos, excepto para los líderes, guías y chamanes de cada tribu. El material informático, así como generadores, luces y cableado eran las únicas piezas de tecnología avanzada, y como tales requerían de un trato especializado. El chamán era el guardián de todo el conocimiento, así como también era su responsabilidad administrárselo a la tribu en el momento correcto.

Akileyua y Yowatan debatieron ampliamente sobre el destino próximo de la tribu. El chamán no tardó en comprender la imposibilidad de enfrentar a los hombres grises. Yowatan, en cambio, deseaba con todas sus fuerzas plantarles cara a los invasores, idea que nunca se extinguió del todo pese a las recomendaciones de su maestro. En cualquier caso, nunca aceptarían el trato de los abominables hombres máquina, preferían abandonar Am'rika septentrional por su propio pie antes que ser trasladados a un lugar totalmente vigilado y permanecer allí como ganado.

-¿Hacia dónde iremos, Akileyua? -preguntó Wulliyam, uno de los aprendices más jóvenes del chamán, sentado junto al fuego, calentándose después de un día ajetreado- ¿Dónde estaremos a salvo de las máquinas?

-Nunca estaremos a salvo de las máquinas, querido Wulli, pues lo han conquistado todo. Iremos hasta el límite del mundo si hace falta, yendo hacia el sur, siempre hacia el sur -el chamán cogió una rama y se dispuso a dibujar un mapa en el suelo-. Cruzaremos nuestros bosques y llegaremos a las montañas, después alcanzaremos los pantanos y las marismas que produce el río Mih'ispi en su llegada al mar. Una vez allí iremos hacia poniente siguiendo la costa. Alcanzaremos el desierto y continuaremos hacia el sur, con el mar a nuestra izquierda. Después nos encontraremos con las selvas, donde, según dicen, ya no quedan máquinas. Solo entonces habremos dejado atrás a los hombres grises.

Wulliyam y sus jovencísimos amigos quedaron boquiabiertos con la sabiduría de Akileyua y empezaron a imaginar las aventuras y misterios que aguardaban en las recónditas tierras más allá de los montes Apalakhees, el límite de sus tierras, donde solo los más fuertes exploradores y los chamanes más sabios se habían adentrado.

-¿Y qué forma tiene el mundo, Hosanna? -inquirió otro niño inocentemente, sus ojos pardos resplandecían ante las llamas, ansiosos de conocimiento- ¿Puedes dibujarlo?

El chamán vaciló un momento, con una expresión de desagrado que se moldeó rápidamente a una sonrisa plácida.

-El mundo, querido, es plano y redondo, como un plato -dibujó un círculo en el suelo- y nosotros estamos justo aquí, cerca del centro del mundo. Y en los extremos del mundo, al borde del disco, hay un gran muro de hielo que evita que los océanos se derramen -los niños lo escuchaban embobados, ansiando más-. Justo sobre nuestras cabezas hay una cúpula que está siempre girando que nos indica el paso de las estaciones, los años y las Eras, gracias a los brillantes luceros de la cúpula, que nosotros llamamos estrellas. Dios los puso ahí para que nos avisaran del futuro, así como también nos dio el Sol y la Luna, para que giren por la bóveda dándonos Su luz, calor y vida.

Akileyua respondió a un par de preguntas más y dejó a los niños soñar junto al improvisado mapa que había dibujado. Yowatan lo había visto todo y salió al encuentro de su maestro.

-Los niños... -dijo Yowatan con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios- siempre tan curiosos e inocentes.

-La inocencia no es inherente a los niños, no se desvanece con la edad, se pierde con la experiencia -Akileyua pronunció gravemente, y con el ceño fruncido giró la vista a su cabaña-. Ven, amigo, ha llegado el momento de que sepas algo.

El chamán llevó a al aprendiz dentro de su cabaña, ahora tan austera y sobria. Una vida metida en cajas de madera. Solo quedaba una cosa sin empaquetar, el amasijo de cables y tarjetas de silicio que formaban el ordenador, con su glauco brillo iluminando tenuemente la sala, como si de un siniestro espíritu se tratase. Akileyua se sentó en un taburete frente a la pantalla y comenzó a deslizar sus dedos por ella.

-Aprenderás a utilizar, mantener y desmontar la máquina, pero antes quiero... Tienes que ver esto. Puede que te sientas confuso, perdido e incluso traicionado, pero así me sentí yo también, así como Govelt, mi predecesor, se sintió antes que yo. He decidido que, de entre todos mis aprendices, tú eres el más adecuado para sustituirme cuando llegue el momento. He de volver a advertirte, Yowatan, lo que vas a presenciar transformará tu percepción del mundo de una manera que aún no puedes concebir. Lo que ha sido visto, no puede quedar no visto.

Yowatan dio un paso al frente, sin vacilación, lo que quiera que fuera aquello, sabía que necesitaba verlo. Pese a las advertencias del chamán, la sorpresa le cayó como un martillo. Tardó varios segundos en comprender lo que tenía ante sus ojos, pero cuando lo captó entendió por qué no podía no quedar visto. Una esfera azul, verde y blanca, flotando en la negrura rodeada de estrellas. Yowatan reconoció parte de ese globo, era igual que el mapa que Akileyua le había mostrado a él y la tribu. La imagen se alejó y mostró a la Luna girando alrededor de la esfera azul, y luego a ambas girando alrededor de un Sol gigantesco y lejano, y vio luego más esferas de distintos colores, y luego otros soles y entendió que estos eran las estrellas, la imagen siguió alejándose y contempló nubes de estrellas arremolinándose y después dichas nubes formaron filamentos entretejidos en una maraña cósmica de proporciones inconcebibles.

-No somos el centro de la Creación, Yowatan -Akileyua apagó la pantalla y se levantó, hablando a su aprendiz con voz lúgubre-, ni hemos sido creados "ex profeso", como dirían los antiguos. Y esto solo es el principio, querido amigo. Aprenderás muchos más secretos que han de ser mantenidos como tales con el fin de proteger a nuestra gente.

Los últimos ojos vivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora