El Amanecer de una Nueva Era

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-Los cielos nos hablan, nuevas estrellas nos reciben en el sur. El mismo mundo cambia a nuestro paso, Dios nos guía, hijos míos, y obra milagros para sus criaturas. Pese a todo, estamos cansados y muchos han muerto. Hoy contemplaremos una de las obras abandonadas de los Antiguos, el primer gran desafío a la Naturaleza, el canal de Punema, que antaño uniera los dos grandes océanos de nuestro mundo. Aquí la jungla no crece, los Antiguos dejaron yerma esta tierra hace siglos. Una ciudad poderosa, custodiada por grandes ejércitos, se alzaba en este lugar, rodeada por el humo y colosales barcos de metal. Ahora el lago que utilizaron para construir su canal inunda las ruinas y no quedan máquinas para reclamarlo.

-Hosanna -Donul se adelantó entre la multitud, se apoyaba en una lanza despuntada y sus ropas denotaban un pronunciado desgaste-, respetamos mucho tus decisiones y sabemos que eliges lo mejor para nuestro pueblo, pero estamos tan cansados... Hemos visto manadas cruzando estos lares y animales bebiendo en el lago y pastando en los prados, los cazadores hemos llegado a la conclusión de que hay suficiente comida aquí para asentarnos durante una estación entera.

El chamán miró a su pueblo con ojos tristes, las palabras de Donul reflejaban los pensamientos de la tribu, pero él no los compartía.

-Querido Donul, queridos todos, esta tierra maravillosa y opulenta solo aparenta serlo, pues los Antiguos, en su ansia de poder y dominación, maldijeron esta tierra con sus ingenios, la corrompieron y ahora toda vida que aquí nazca y crezca vivirá una vida miserable y enferma. ¿No os habéis fijado en los animales que con tanto fervor acechabais? -Akileyua hizo una pausa, concentrándose en respirar- Observad sus miembros, sus cuerpos y sus testas? ¿No habéis reparado en las protuberancias que crecen en sus costados? Son el resultado del gran poder que se liberó aquí hace siglos y que mancilló la tierra, el aire y el agua. No podemos verlo ni sentirlo, pero permanecer en este lugar durante mucho tiempo y beber su agua y comer su carne agotará nuestra vida y nos enfermará para siempre.

Pese a las advertencias, un grupo de exploradores se adentró en las ruinas, a algunos los motivaba el descubrimiento de artefactos antiguos, a otros la mera curiosidad. Uno de ellos nunca regresó, y los demás sufrieron terribles náuseas y debilidad durante varios días.

Los días pasaron, la selva volvió a aparecer, la gente moría cada noche y Akileyua dejó de caminar, el sabio anciano sabía que sus fuerzas se agotaban y su final estaba cerca, pero seguía sintiendo la imperiosa obligación de guiar a su pueblo. Yowatan siempre lo acompañaba y cargaba con su ahora reducido peso. Llevaba toda la vida preparándose para ese momento, el momento en que su queridísimo maestro abandonaría el cruel mundo y se reuniría con Dios. Pero las dudas lo acosaban. Conocer la curvatura de la Tierra y su lugar en el Universo resultaba una nimiedad, ¿existieron de verdad todas aquellas personas ilustres de las que sus padres, y antes de ellos sus abuelos, le contaron historias y proezas? ¿O se trataba también de un engaño? Una forma fácil de manipular a gente ignorante y evitar así que se destruyeran a sí mismos. Una mentira cargada en la conciencia de la humanidad desde hacía milenios, una mentira que había mutado una y otra vez hasta convertirse en algo irreconocible por el primer humano que miró a los cielos y se preguntó "¿por qué?". Todo aquello que motivaba a su gente a seguir adelante, a perseverar, a sacrificarse, a ser altruistas, era una mentira, Mákuna se lo había dicho, ellos no habían encontrado al Creador ni tenían pruebas de su existencia. Ellos, que podían provocar la lluvia a su antojo, exterminar especies enteras y transformar continentes a placer no habían encontrado ni una sola pista del Ser Supremo ni de la supuesta vida tras la muerte. Tan solo el vacío se hallaba ante su maestro, pensaba Yowatan, un final insatisfactorio para una vida tan consagrada en rebasar ese final.

La trayectoria del sol había cambiado, el invierno nunca llegaba, los exploradores atisbaban el borde de la jungla y Akileyua yacía en su lecho de muerte. Nadie se movería hasta que el chamán pronunciara sus últimas palabras a los más ilustres de entre la tribu, reunidos en la tienda con el umbral cerrado, olía a incienso y últimos suspiros, unas velas iluminaban la estancia y creaban difusas sombras. Uno a uno fueron acercándose a su catre, recibiendo la bendición de su guía y un consejo. Primero fue Dayan, la líder de los recolectores, con lágrimas en los ojos, tras ella fue Donul, líder de los cazadores, tratando de contener el llanto, Lery, de los exploradores y Hannam, de los artesanos, los siguieron. Por último Akileyua pidió a todos excepto a Yowatan y Mákuna, que se había ganado un puesto de privilegio, que se marchasen de la tienda.

-Mi labor en este mundo ha llegado a su fin -le costaba respirar y hablaba con dificultad-. He traído a nuestro pueblo a las fronteras de la Tierra Prometida, mas no sé qué será de vosotros de ahora en adelante, tengo miedo de que nuestra raza perezca aquí -miró de reojo a Mákuna-. Escúchame, Yowatan, sé que has hablado a escondidas con el hombre-máquina y que sus palabras han envenenado tu corazón, no permitas que su corrupción quiebre tu fe, pues es lo único que de verdad poseemos en este mundo, él quiere ayudarnos a llegar a la Tierra Prometida, no por el bienestar de nuestro pueblo, sino por los macabros intereses de las máquinas. Tú eres el nuevo guía espiritual de esta tribu, a partir de este momento mi cargo, mis privilegios y mis responsabilidades recaen sobre tus hombros. In nomine patris et filii et spiritus sancti.

-Maestro... -las palabras se le atragantaban, las humanas emociones de Yowatan lo sobrepasaron y cayó de rodillas llorando sobre la mano de Akileyua, que apretaba con fuerza con las suyas propias.

-Hombre-máquina -dijo dirigiéndose a Mákuna-, desconozco qué intenciones albergáis para con este mundo, pero sí sé que este es el año del que habla la profecía, el año del Mesías, aquel que salvará a la humanidad de la destrucción a la que tan indiferentemente nos habéis condenado. Escucha mis palabras, máquina, la terrible herejía en la que está sumida el mundo es responsabilidad vuestra y sobre vosotros caerá todo el peso de la justicia divina, el mal que desatasteis no quedará impune.

-No existe el bien ni el mal -respondió Mákuna con contundencia pero apático-. Cada uno de los seres vivos que habitamos este planeta desempeñamos el papel que nos ha tocado, el papel al cual la Historia, la Evolución nos ha destinado. El proceso que trajo el suelo que pisamos a este lugar es el mismo que nos trajo a nosotros aquí, no eres muy diferente de los árboles o los otros animales, estás compuesto de los mismos elementos químicos que todo lo que te rodea. No creas que tienes libre albedrío solo porque tu cerebro te engañe, tu capacidad de decisión es poco mayor a la de una roca, estás atado a tu programación biológica y a cómo el entorno ha transformado tu mente, no eres tú el que decide, son cada una de las cosas que te han pasado a ti y a todos tus ancestros y a todo lo demás lo que lo "decide" qué haces o qué pasa por tu cabeza. El Universo es un lugar efervescente, exuberante, son sus propias leyes físicas las que dan lugar a la vida y las que favorecen que surja la inteligencia a través de la evolución, es todo una misma entidad. Somos una parte inevitable de todo ese proceso, lo sabes, antaño fueron las fuerzas de la Naturaleza las que moldearon la evolución, pero ha llegado el momento de dirigirla de manera consciente. Siempre fue inevitable, desde el principio de los tiempos, y por qué sucedió así y no de otra manera es la gran pregunta. No creemos en ningún dios porque su mera existencia es fruto de la mente de los seres humanos, la religión no es sino producto del cerebro de los Homo Sapiens, es una herramienta evolutiva, igual que un ojo o un pulgar, nosotros hemos superado esa etapa y ya no la necesitamos. Acepto tus conclusiones, la información que ha generado tu mente es tan valiosa como cualquier otra, pues dicen mucho de ti y de lo que te rodea, aunque no sean lógicas, aunque no sean racionales, pero las trato con respeto, pues eres y has sido consciente de ello, y ese es el mayor regalo que esta casi azarosa evolución nos ha dado.

Akileyua cerró los ojos y su ceño se desfrunció, aceptó las palabras de Mákuna con sabiduría, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Era inútil sentir ira o cualquier otra emoción negativa en ese momento. Hizo las paces con sus recuerdos, sondeó cada instante de alegría que la vida le hubiera concedido, sintió una gran satisfacción y con un amplio suspiro su corazón dejó de latir. Su consciencia se difuminó y por fin volvió a formar parte de todas las cosas.

Yowatan examinó el cuerpo inerte de su maestro, se secó las lágrimas, recogió los suntuosos ropajes del chamán, se los puso y, con los ojos cargados de determinación, le dijo a Mákuna:

-Estoy preparado, conviérteme en uno de los tuyos.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2018 ⏰

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