Paso 1: Que no falten ni cajas ni vendas en la mudanza, que siempre escasean

2.7K 346 88
                                    

-Te juro que no creía tener tantas cosas.

-Nadie cree tener tantas cosas, hasta que resulta que las tiene y las empaqueta todas.

-¿Te quiero, mi amor?

-Calla y ponte manos a la obra.

Conteniendo una risita, Dazai no tuvo otra que hacerle caso a su novio. El salón de Kunikida estaba lleno de cajas de cartón. Pero lleno es lleno, ¿eh? Literalmente, lo tenían a punto de estallar. Muy a duras penas cabían ellos, habían taponado dos ventanas y la puerta que daba a la cocina y sobre los muebles no hacían más que apilarse los cartones en precario equilibrio. Una pila de cajas amenazaba con caerse encima del moreno; estaba tan inclinada como la Torre de Pisa. Quizá debieron haber aceptado la oferta de Atsushi de echarles una mano con la mudanza.

Habían tardado casi medio día en dejar el apartamento del suicida limpio, en empaquetarlo todo y en transportarlo hasta el piso de abajo. Por vivir en el mismo edificio no tuvieron que contratar ningún camión, pero eso sólo significó más trabajo duro para ellos, que entre los dos ya habían echado cinco camisetas a lavar. Había cajas dónde nunca antes las hubo y dónde nunca debió haberlas. Una vez Osamu se hubiera instalado, Doppo podría copiar al niño de El sexto sentido y decir: "en ocasiones veo cajas". Yosano le había advertido al suicida que no se muriese en el intento, pero es que era el idealista el que tenía ganas de tirarse por la ventana. Demasiado tiempo saliendo juntos empezaba a hacerle confundir sus ideas y planes, y a hacerlo adoptar la mentalidad contraria. O quizá de eso sólo tuviesen culpa el estrés y el desorden. Esos malditos querían hacerle perder la cabeza aún más que su pareja.

Como malamente pudo, haciéndose con un cúter que en sus manos resultaba un arma mortal, Dazai se ensañó con la primera caja y dio comienzo a la tarea de desempaquetar sus cosas. La inmensa mayoría de sus pertenencias, cómo no, eran libros. Cuando vio sus estanterías, al rubio le dieron los siete males. En su casa no cabían tantos volúmenes. Por desgracia, Osamu se negaba a deshacerse de ninguno. Y es que estaba tan apegado a sus libros que incluso le montó una escena de llanto falso cuando Kunikida sugirió donarlos a una biblioteca. Además, tampoco era justo, que él iba a conservar todos sus tratados sobre matemáticas. Así que llegaron a la conclusión de que necesitaban otra estantería. Y mientras uno empezaba a abrir las cajas, el otro se dedicó a montarla como un buen novio. Bendito Ikea.

-Doppo, ¿has terminado ya con eso? -Cuestionó cantarín el suicida, entrando al cuarto que compartían con una pila de libros en brazos.

-Estoy en ello. -Respondió el rubio, secándose con un brazo el sudor de la frente-. ¿Tú cómo vas?

-Avanzo. Lentamente pero avanzo. Te dejo estos libros aquí, ¿vale?

-Vale, yo los coloco.

-Genial, gracias.

Dazai se fue a seguir con su labor justo después de besar a Kunikida en la mejilla, cariñoso como él solo. Por su naturaleza vaga, quizá debiera haberse mostrado más perezoso o más reticente a colaborar. A ver, que ganas de tirarse en el sofá y dejar que su guapísima pareja continuase sudando la camiseta delante de sus narices tampoco le faltaban, pero no le salía tan natural como otras veces. Y es que ¿para qué mentirnos? Osamu estaba ansioso. Vivir con alguien de nuevo, con alguien que lo quisiera de forma tan sincera y dulce, le resultaba emocionante. No sería una experiencia completamente desconocida, pero había deseado repetirla durante demasiado tiempo. Quería aquello con toda su alma, aunque se fuesen a tirar media vida desempaquetando y colocando libros, o aunque no acabasen de organizar cosas hasta Navidad. Por convivir con su pareja como una persona normal haría lo que fuera necesario. Algo tan cotidiano para muchos, para él había llegado a ser una necesidad. Y por eso su sugerencia de mudarse juntos no fue tan espontánea como pudo parecer a primera vista. Llevaba pensándolo ya una temporada, pero no encontró el momento de sacar el tema hasta aquella mañana.

Con otro montón de libros en brazos, Dazai volvió a la habitación. Doppo todavía estaba colocando el anterior, así que se pusieron a trabajar juntos codo con codo, hasta que llegaron a un título particular que hizo sonreír al suicida.

-Hey -lo llamó, mostrándole un tomo determinado-, ¿te suena este?

-Tanto como si te lo hubiese regalado yo en nuestra primera cita.

-Qué recuerdos, ¿eh?

-Hace ocho meses de eso, tampoco ha pasado una eternidad.

-Puede. Pero si te digo la verdad, no estaba seguro de que esto fuese a funcionar.

-¿Creías que no duraríamos?

-Creí que no me aguantarías lo suficiente como para llegar a este paso.

-Hombre de poca fe. -Bufó el rubio. Después se inclinó y besó los labios contrarios de forma rápida y reconfortante a la vez-. Serás inaguantable, pero te quiero así, aunque me pongas de los nervios.

-No me culpes, soy un suicida. Soy pesimista por naturaleza. Y yo también te quiero.

-Ex suicida. -Puntualizó.

-¿Eh?

-Tú lo dijiste, quedan prohibidos los intentos de suicidio.

-Y los ideales obsesivos, señor "yo no me lavo la cabeza sin mi acondicionador de cereza".

-Eso es distinto. No es un ideal, necesito mantener sano mi pelo.

-Lo que tú digas. -Sonriente, Osamu se volvió al salón-. Lo dejo estar porque la coleta te queda de muerte. Y porque me encanta como huele ese acondicionador.

-Idiota.

Con la misma expresión alegre y agotada que su novio, Kunikida entró al salón. Y se le cayó el mundo encima al ver que, a pesar de que Dazai estaba colaborando, todavía seguían sin poder pasar a la cocina de la cantidad de cajas que había. Los dos se pusieron a trabajar hasta que se hizo de noche. El suicida casi perdió un dedo en el intento y su compañero le quitó el cúter definitivamente. Y cuando ya les dieron las nueve, habían logrado organizar todos los libros. Sólo les quedaba la otra mitad de cajas.

-Osamu... -murmuró Doppo ante el contenido de la que acababa de abrir-, no me digas que en el resto de cajas sólo hay rollos de vendas.

-Qué va, es posible que sólo diez tengan vendas, creo.

-No es una broma, ¿verdad?

-Llevo como tres rollos de gasa puestos, claro que no es una broma.

-La que me espera... -El idealista suspiró. Iban a tener que construir un baño nuevo sólo para guardar esa cantidad ingente de vendajes. Y además, como la piel del moreno era ultrasensible, eran todos rollos de doble capa súper suaves. Más le valía aprenderse la marca, porque estaba seguro de que el suicida no aceptaría menos-. Por cierto, y a todo esto, necesitamos normas de convivencia.

-Eso es muy aburrido, Doppo. Yo creo que con el sentido común nos manejamos bien.

-Tú no tienes sentido común.

-Ya, bueno...

-No voy a decir que las pongamos ahora, ni todas a la vez ni que redactemos una constitución -y Dazai suspiró con alivio verídico-, pero sí quiero llegar a un acuerdo inmediato.

-¿Cuál?

-En casa te quiero sin vendas.

El suicida frunció el ceño. Kunikida sabía qué clase de inseguridades sentía con respecto a su cuerpo, pero precisamente por eso se lo proponía. Así que no tuvo más remedio que suspirar, esbozar una media sonrisa y aceptar, sabiendo que era por su bien.

-En casa estaré sin vendas.

Cómo convivir con un suicida [Kunikidazai] [BSD fanfic yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora