Capítulo 11 - Todo lo que necesitas saber

956 11 1
                                    

Había pasado una semana, una larga semana desde que se había quedado vendida a la oscuridad de aquella sombra.

El día después de lo sucedido lo había recordado todo con la vagueza con la que se rememora una pesadilla: algo apenas intangible y de cuya existencia es fácil dudar. Pero bastó mirar por la ventana y ver los jardines encharcados para cerciorarse de que aquello no había sido fruto de su imaginación. No podía estar tan loca.

Pero aquél primer día había resultado bastante sencillo de sobrellevar, sobre todo porque Tilman no se molestó en presentarse en toda la jornada. Era algo que despertaba la curiosidad de la joven, pero se tornaba en inquietud cuando retomaba los recuerdos y prefería no pensar demasiado en la ausencia de su esposo. Pero aquella paz no duraría eternamente.

Al día siguiente Tilman había decidido realizar su día a día tal y como acostumbraba, sin hacer mención alguna a la lluviosa tarde que había desencadenado la pesadilla, pretendiendo que aquellos dos días de ausencia no habían existido.

Las clases habían continuado, aunque Charlotte jamás había albergado esperanza de que se cancelasen en cuanto su esposo entró por la puerta del comedor con si habitual aire de autosuficiencia. Habían continuado con la literatura y la música, que generaban incómodas situaciones que Edgar sabía solventar con soltura. Charlotte también trataba poner de su parte, pero cuanto más trataba de ignorar sus temores, estos más la acosaban. Incluso había evitado acercarse lo más mínimo al cementerio, y apenas había hablado con los lacayos. Recordaba haberles visitado en la víspera anterior, pero la tensión había resultado casi palpable y el ambiente estaba cargado de hipocresía. Finalmente tuvo que escapar de allí, aunque aquella vez se dirigió directamente hacia su habitación sin detenerse siquiera a comprobar si la verja estaba abierta o cerrada. Fuera como fuese, prefería no saberlo.

Las clases que había soportado con mayor facilidad habían sido las de equitación sin duda alguna, aunque en la última semana había resultado complicado debido al mal tiempo que había asolado la comarca de Aguasnegras. Al menos durante los breves paseos se había podido evadir y alejarse de la casa, incluso aunque la atenta mirada del conde se cernía sobre ella. Ahora la lluvia le había arrebatado aquello también.

Tilman, por su parte, pretendía ser igual de agradable que siempre. De hecho resultaba incomprensible que, desde el incidente, no había tenido ninguno de aquellos horribles días en los que era mejor evitar sus ojos. Se mostraba más complaciente que de costumbre, aunque aquello no conllevaba ser más agradable. Era evidente que el conde guardaba distancias, y la frialdad que le había caracterizado siempre resultaba era ahora latente e incluso helaba la sangre de Charlotte cuando se sentaba a su lado para oírle tocar o leer en viva voz. A la joven seguía fascinándole aprender cosas de aquél hombre, mas no despertaba en ella el mismo calor que antes. Resultaba doloroso, especialmente después que Charlotte comprendiese que podía enamorarse de él, que había resultado ser un hombre que tan sólo tenía una personalidad diferente… Pero cada vez que intentaba auto convencerse nuevamente de aquél pensamiento suyo, rememoraba el frasco de líquido amarillento y el horrible ser en las tinieblas. En aquellos casos tragaba saliva, sonreía forzosamente y continuaba con su tarea. Día tras día.

 Aquella mañana logró poner de mal humor a Charlotte.  No sólo el cielo era gris cerrado, sino que se podía oler la humedad incluso a través de los mismísimos muros de gruesa piedra gris. Era evidente que aquél día iba a llover y que, por consiguiente, no vería a su Lluvia. Una lluvia evitaba a la otra. Era irónico, pero tan siquiera logró que aquél estúpido juego de palabras despertase en ella una breve sonrisa.

Se levantó de la cama y se desperezó sin ganas, recordando que su malestar empezó en una tarde igual que aquella… Lluviosa y gris, cuyo llanto la había obligado a escuchar la melodía de un hombre que realmente no había sido capaz de conocer hasta aquél instante. No, tampoco entonces le había conocido. Arrastró los pies hasta el tocador y se desplomó sobre la hermosa silla de nogal barnizado. Clavó sus ojos en aquellos verdes que la observaban a través del espejo, y de pronto una gran tristeza de la que se había olvidado se incrustó en su corazón. Aquella mirada era tan triste y oscura que apenas le recordaba a lo que había sido ella alguna vez. A pesar de la buena alimentación, los horribles y lluviosos días la obligaron a mantener un confinamiento entre la piedra que la estaba desgastando. En aquellos ojos apenas era visible la chispa del miedo o la inquietud dado que ahora eran más tranquilos, pero también más apagados. Eran más similares a los ojos de una mujer. Una verdadera mujer.

Los caminos de CharlotteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora