Capítulo 8 - Cuestión de Fe

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La clase de equitación debía ser después de la hora del té, por lo que no tendría demasiado tiempo tan siquiera para ser consciente de que aquella sería la segunda vez que se quedaría a solas con Tilman. Dos encuentros en una semana con el que ya era su esposo le parecían insuficientes a Charlotte, pero se había venido acostumbrando en poco tiempo a las normas exclusivas de aquél hogar.

Leyó un poco de Hamlet y se permitió cerrar los ojos durante una media hora aproximadamente, buscando un reposo que no encontró en aquél sueño liviano. Tras aquello su mente divagó entre sus pensamientos más infantiles y estúpidos, permitiéndose fantasear con cosas que de buen grado sabía que no sucederían pero que la ayudaban a escapar de aquellas paredes. Meditó sobre ciertos aspectos que la intrigaban acerca de aquella casa y la ciudad tan cercana, Aguasnegras, y se preguntó si acaso Tilman no bajaría a tomar el té por su aviso prematuro, o si lo de la noche anterior había sucedido, o si Barathon era un apellido con cara e historia personal para su conde. Pensó también en lo sumamente extraño que sonaba el apellido Tilman adherido a su nombre, a su condición de señora. Aún los trabajadores de aquella casa no acostumbraban a llamarla señora, ya fuese por su evidente diferencia de edad con el conde o por la fuerza de la costumbre. De todas formas no le importaba, casi lo prefería… Era un detalle sin sustancia que le permitía evadir la conciencia de ser la señora Tilman.

Dejó escapar el aire y miró por la ventana aún tumbada en la cama, boca arriba, y se complació al saber que para cuando saliese con su Lluvia la luz del mediodía muriéndose y el calor le ayudarían a tomarse con mejor humor las posibles reprimendas bañadas en cinismo que su querido esposo tendría, con toda probabilidad, reservadas en su arsenal para aquél primer paseo a caballo.

Salió de su habitación para ir al baño y se encontró con que Petrovsky iba a llamarla. Al preguntarle el por qué, el anciano pareció sorprenderse.

 -Es la hora del té, señorita.

-¿Ya? – Contestó Charlotte con tono sorprendido – No me había dado ni cuenta… Gracias por avisar, Petrovsky, en seguida bajo.

 Tan sólo por el placer de cerciorarse miró el reloj cuando regresó a su habitación y se sorprendió al encontrarse a las cinco de la tarde. Las cinco de la tarde… Que poco faltaba para aquella cita que retorcía su aliento con cada segundo que pasaba.

 Cuando llegó a la sala de estar no se sorprendió de no encontrar a su marido en su sillón de terciopelo, como de costumbre, apoyando las manos en las enormes orejas del sillón y departiendo con ella conversaciones que Charlotte olvidaba en los minutos que proseguían. Así eran las tardes de su vida antes de aquella, antes de que Tilman decidiese romper con la rutina que habría mermado la condición de mujer de Charlotte de haberse alargado en el tiempo.

Tomó el te con más rapidez que de costumbre, probablemente por la falta de hábito al total silencio. Habría deseado compartir aquél momento con Jack, con Matthew e incluso con Seth, que a pesar de su actitud distante tenía ojos amables y serenos. Miró el reloj y se desesperó al comprobar que apenas habían pasado unos veinte minutos, por lo que de forma automática se levantó y paseó por entre los cuadros que ya habían impregnado sus ojos y no le resultaban extraños; sin embargo no se había parado a observarlos detenidamente. Algunos presentaban situaciones bucólicas, en las que las pastoras observaban el rebaño con cariño encuadradas en un paisaje verde y hermoso. Sin embargo la mayoría eran imágenes propias de la aristocracia: juegos, bailes, cacerías… Incluso había una representación de una boda. A Charlotte, que tanto le habían impresionado en un primer momento, comenzaron a parecerle agradables y con un gustoso estilo propio. No estaban firmados, pero el estilo era tan similar que era inevitable pensar que se trataba del mismo autor; Charlotte se convenció en el momento en el que captó el detalle de que muchas de esas mujeres se parecían entre sí. Recordó lo que una vez le explicó la señora Rodheim acerca de la pintura y sus artistas, quienes solían utilizar unos determinados modelos en los que se basaban para pintar todos sus cuadros. Aquél artista, fuera hombre o mujer, se había dedicado a utilizar a unas cuantas modelos para todos y cada uno de ellos, cambiando quizá el color del cabello levemente, o las vestimentas… Pero la expresión determinada de cada par de ojos delataba el truco del pintor.

Los caminos de CharlotteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora