Capítulo 6 - Parte 1: Gris

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Aunque Charlotte consideraba que la mansión del conde tenía unos jardines preciosos, no le apetecía quedarse cerca de la piedra gris teniendo la posibilidad de respirar lejos de allí, lejos de los muros. Lejos de Tilman.

Llegó  a sentir cierta presión en el pecho que supuso debían ser remordimientos, por Jack, pero sus dudas se disiparon cuando evocó de forma casi perfecta el bullicio de la cuidad. No había estado en grandes urbes, pero cuando había visitado alguna circundante había sido de estación en estación. Quizá se debiese a la vergüenza de los Wright, aunque podría apostar cualquier cosa a que si su madre hubiese seguido con vida, los viajes habrían sido más frecuentes. A ella también le encantaba el ritmo frenético y la gente caminando de un lugar para otro, los comercios abiertos y las calles llenas de miles de voces, colores, aromas, de vida… Nada comparado con la tediosa vida que llevaban en casa.

“Te pareces demasiado a tu madre”. Aún era capaz de rememorar aquellas palabras amargas que su padre lanzaba al aire henchido de dolor y orgullo. Charlotte sintió que echaría de menos incluso aquella voz queda cargada de melancolía. Los echaría de menos a todos, incluso a William.

 De pronto Charlotte recordó algo muy importante, una promesa que había pronunciado y que, de cumplirla, le permitiría seguir soñando con el día en que saliese de allí. Le lanzó una mirada de soslayo al reloj de madera de su cómoda y suspiró al saber que contaba con unos diez minutos.

Echó mano de manera instintiva a su pluma, o al menos al lugar donde debería estar. Aún le quedaba mucho para olvidarse de su antigua habitación y asumir que ahora pertenecía a aquellas nuevas paredes.

La joven lanzó una mirada fugaz que recorrió toda la habitación y fue hacia su baúl. Estaba bellamente decorado con brillante bronce que simulaba la cornamenta de un ciervo allí donde se hallaba el cerrojo. Crujió con la sequedad característica de la madera en bajas temperaturas, y tras rebuscar apenas unos segundos se hizo con su antigua pluma. Agradeció aquél cálido soplo de suerte, pero si pretendía escribir una carta necesitaría un vial de tinta con la que mojar la pluma. No le habían permitido llevar ninguno por miedo a que se rompiese y arruinase todo su equipaje.

El verde de sus ojos volvió a bailar de esquina en esquina hasta que se decidió a abrir los cajones del escritorio de roble. Se desesperó al no encontrarlo en sus primeros intentos tras verificar que apenas contaba ya con cinco minutos. En el cuarto cajón lucía un tarro de oscura tinta como si se tratase de un refulgente tesoro. Había, entre otros objetos de escritura, unos cuantos papeles en blanco, por lo que Charlotte creyó por primera vez que la suerte podía sobrevivir incluso en una casa como aquella.

Se apresuró a sentarse en el escritorio y comenzó a escribir sin pensar demasiado:

“Querido William” – la carta comenzaba así, aunque no sentía tanto afecto por su hermano como para que aquellas palabras fuesen veraces – “Quería haceros saber que he llegado a mi nuevo hogar sin ningún inconveniente. La casa es enorme, no tanto como había imaginado pero… Grande al fin y al cabo, lo suficiente como para necesitar unos cuantos empleados  a cargo manteniéndola limpia y cuidada. Sin embargo tan sólo cuenta con dos lacayos que viven en una casa en los jardines, un cocinero que aparenta ser de edad avanzada y un ayuda de cámara muy viejo, ciego y duro de oído. Tilman es más extraño y oscuro de lo que se mostró, si cabe, aunque… Puede que sea un poco injusta. Intenta ser amable, incluso pareció preparar todo para que mi habitación fuese lo más parecida posible a la de casa.

En realidad aún es pronto para sacar conclusiones. Te escribiré en cuanto tenga algo nuevo. Tu… Busca la forma de sacarme de aquí. Recuerda la palabra de los Wright por poco que valga. Un trato es un trato. Atte: Charlotte Wright.”

Los caminos de CharlotteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora