Siempre es así. Cada vez que tú y yo nos enzarzamos es como si quisiéramos rescindir la frontera invisible que nos separa. Nos desprendemos de las ropas con tal brutalidad que no me extrañaría que un día terminásemos arrancándonos la piel. Estamos comiendo, o reposando, o charlando sobre un tema trivial, y, de repente, una mirada o una palabra o una risa nos abalanzan al uno sobre el otro para disipar una distancia que se nos antoja insoportable.
Me he preguntado en alguna ocasión si no será que, cada uno a su manera, rebosamos un líquido o un humor que exige ser vertido dentro del otro, y librarse de él para alcanzar el sosiego. Pero no: es más que eso. Nos asaltamos igual que si del asalto dependiera nuestra vida y la tuviésemos que defender rabiosamente...
Y, sin embargo, tampoco es cierto eso, porque lo que sucede en realidad se parece mucho al aniquilamiento. Cada uno desaparece o agoniza en los brazos del otro, escudriñando en el otro, trocando su vida por la de él, hasta llegar al estertor final, tras del que cada uno va volviendo, volviendo poco a poco en sí, distinto ya del otro nuevamente.
Qué loca sensación da volver; sería un buen momento para detener el tiempo. <>, se dice; se dice y no se hace, y se hace; se hace y no se dice. No me sorprende que se hable de la caída brusca a lo real después del coito; se ha evaporado un momento único de gloria, y aunque pueda repetirse mil veces, cada momento es único... Por el ojo de la cerradura, a través de la puerta secreta, se ha visto el paraíso; una parte distinta del paraíso en cada lance...
Y, cuando todo cesa, yo no recuerdo nada. Voló el ave feliz. Como prueba de que estuvo sólo me deja las agujetas del esfuerzo, de las posturas increíbles que el cuerpo accede satisfecho a adoptar. ¿Cómo haber vivido tantos años sin esta (sin)razón de ser?
Es para averiguarlo por lo que, a partir del tercer o cuarto combate, me propuse no abandonarme del todo, estar atenta, no enloquecer, subirme –o que suba una parte de mí- a un ángulo del techo de la habitación, y observar desde allí para saber lo que sucede. Pero jamás me ha sido posible conseguirlo. Y creo además que enterarme de lo que hago y gozo no me alegraría tanto como ese naufragar a la deriva en el océano que eres tú como únicamente el cuerpo contrario, el objet de mi deseo.
Ese salir entera fuera de mí, sin dar razón de mí, hacia ti, que supongo también fuera de ti, y juntos, hacia el país del aturdimiento, del alarido y de la turbación, de la falta de respeto, de la falta de leyes. Un país para dos en que sólo cabe uno, sin tabús ni prohibiciones, sin lógica y sin generosidad, pródigo y despilfarrador, incrédulo en cualquier cielo y en cualquier infierno que no sean los nuestros, pero propios al fin y al cabo...
Pero lo pienso y no. Mi deleite no es comparable a nada, ni siquiera al tuyo que es aparte. Tú te inflamas, te exaltas, tiemblas, eyaculas, y decaes y te apaciguas. Entretanto yo río, yo egoístamente gozo tu egoísta forma de gozarme.
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Abrapalabra: La Magia de las Palabras
RastgeleSi una sola palabra cambia un discurso... es que las Palabras son Mágicas ABRAPALABRA