O.8

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Afortunada.

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El barco cruzaba el océano con una rapidez que ellos en realidad no deseaban.

La vista desde cubierta era hermosa, tan sólo ver el crepúsculo y la curiosa mezcla de tonos rojizos en el cielo te hacía pensar que nada malo pasaría, transmitía paz, era simplemente una bella vista. Ellos sin duda habrían podido asegurarlo, de no ser porque cada día que acababa era un día menos para que Shaoran se casase.

Ya llevaban tres días de viaje, ya nada faltaba para la boda del castaño. Al igual que nada se podía hacer para evitarlo.

Si tan solo ambos supieran lo que sentía el otro, ¿algo cambiaría? No, aún así, era muy difícil permanecer juntos. No se atrevía a decir que imposible, pero si muy difícil.

La castaña observaba desde una de las orillas del barco, lo que antes fue su hogar, recordando con nostalgia aquellos días de profunda alegría, ella era feliz. No, no se arrepentía de sus decisiones, pues, aunque de manera diferente, lo seguía siendo.

Lo único que lamentaba era que esa felicidad no había durado casi nada, sí, estaba con la persona que amaba y lo apreciaba y atesoraría por siempre, pero este en muy poco tiempo estaría con otra persona, con alguien que no quería. Se preguntaba si acaso podía hacer algo, algo que cambiará aquel triste destino de ambos.

Un escalofrío le recorrió torturándole, recordaba la última maldición de la bruja del mar.

Se te partirá el corazón y, a las primeras luces del día siguiente, te disolverás de repente, convirtiéndote en la espuma de las olas del mar.

Aunque su vida corría peligro, eso no le importaba en lo más mínimo, eso ya no le preocupaba. Hacía mucho se había decidido por olvidar aquel miedo y aceptar la consecuencia de sus decisiones y actos, ahora, aunque sonara ridículo, le angustiaba la situación de Shaoran. Aunque no la amara a ella, quería que fuera feliz.

Tan perdida estaba en sus pensamientos que no notó cuando una cálida mano se posó en su hombro, volteó para ver de quién se trataba, y era nada menos que Shaoran quien le sonreía con cariño. Durante el viaje muchas veces se encontraba distante, frío, pero en ese momento, en su mirada ámbar no podía ver nada más que una profunda calidez... Aquella que tanto lo caracterizaba.

—Es hermoso, ¿no lo crees? —preguntó recargándose en la borda— El atardecer, esto normalmente no se puede ver en el reino, pero aquí... —su sonrisa se relajó mientras soltaba un suspiro— parece que cualquier barrera entre el mar y tierra o cielo se desvaneciera. Parece que ambos se complementaran.

Eso mismo pasaba con ellos, pero al igual que cielo y mar, a ellos los dividía algo y no podían evitarlo.

—Y pensar que este viaje puede que sea el último que haré —comentó con una sonrisa llena de amargura—, luego de casarme con Meiling no podré viajar más, me tendré que encargar de dirigir bien el camino que tome el reino. No me quejo, es mi deber.

Mi bella sirena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora