Capítulo 2: Mi mejor amigo, tu peor enemigo

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Adelante – dijo la rubia en cuanto escuchó los ligeros toquidos al otro lado.

Permiso – Terry entró con sus movimientos elegantes y despreocupados – buenas tardes – saludó cuando estuvo a unos pasos de la rubia, por un instante ninguno se movió, solo se miraron fijamente a los ojos. Tantos años habían pasado desde que estuvieron así.

Buenas tardes, Terrence – le saludó ella, dirigiéndose hacia su silla – por favor, toma asiento – él obedeció - Supongo que el señor Hataway esta muy ocupado – comentó para iniciar la conversación – bien, te parece si comenzamos con la lista de invitados, aún hay muchos detalles que ultimar, el tiempo nos apremia – la rubia miraba sus documentos. Terry se acomodó en su silla.

Pecosa – le dijo calmo – no me importa en lo más mínimo ver la lista de la pomposa sociedad que asistirá a la función – Candy levantó la mirada con gesto de interrogación – considero que en esa lista deberían estar como invitados principales las personas para quien se supone se hace la función – su tono fue de desagrado, él sabía que solo se pensaba ocupar la mitad del teatro y le parecía injusto. Candy se recargó en su escritorio, ella pensaba lo mismo, pero según su tía, no se podían mezclar las clases.

Supongo que tienes razón, pero...

Conozco la respuesta – dijo interrumpiéndola – tú no puedes hacer nada, no se mezclan las clases, etcétera – la rubia se revolvió incómoda en su asiento.

Bien, si no estás aquí para discutir detalles y no pretendo sonar grosera – aclaró – es solo que no estoy de humor, puedo saber ¿qué haces aquí? – Terry sonrió de medio lado.

Me alegro que no sonaras grosera – se burlo cruzándose de brazos - ¿Se te perdió algo recientemente? – él se aproximo a ella y la chica retrocedió, ¿acaso pretendía seducirla?

Te he dicho que no estoy de humor para tonterías, ¿a qué viene esto?

Bien, pude hacer que me rogaras, pero al parecer esto no es la gran cosa para ti – saco de su bolsillo el crucifijo y lo coloco en el escritorio. Candy lo miró sin saber qué decir o hacer. ¡Su crucifijo, uno de sus grandes tesoros! Lo tomó con ojos cristalinos. Escuchó como Terry abría la puerta.

¡Terry! – lo llamó, él asomó la cabeza. Pudo ver que sus profundos ojos verdes estaban aliviados, agradecidos. Ella caminó lentamente en su dirección – Muchas gracias, de verdad, gracias – le sonrió, aunque por sus ojos ya se asomaban algunas lágrimas.

¿Tanto significa eso para ti? – la cuestionó, extrañado, ella era una de las herederas más ricas de Estados Unidos, ¿no era más fácil comprar otro igual y asunto arreglado?

Sí, este crucifijo es muy importante para mí – le dijo mirando el objeto.

¿Por qué? – preguntó de pronto, alzando una ceja. No lo entendía.

Es parte de mi pasado, me recuerda quién fui y dónde crecí.

¿Tus raíces? – inquirió el castaño - ¿Un recuerdo de tu madre? – ella le miró con curiosidad, negó con la cabeza, hacía mucho tiempo que había decidido nunca revelar su pasado. Ella era una Andley. Al ver que la chica no le iba a contestar, Terry suspiró – Tengo que irme – le dijo ofendido, él quería saber de ella, pero ella calló, una vez más.

Sí, de nuevo, gracias por devolvérmelo, no sé cómo pagártelo.

No tienes que agradecer, lo hubiera hecho por cualquiera – le contestó groseramente, pero Candy estaba tan aliviada de ver su crucifijo que no le prestó atención. - ¿Pecosa? – ella levanto la mirada con un mohín de disgusto.

Algún día es hoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora