Capítulo 4: Dulce hogar, amargos recuerdos

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Tom y Candy llegarían a Lakewood muy temprano, llevaban viajando toda la noche, Candy agradeció que la tormenta de nieve atrasara el arribo del tren unas horas. Estaba nerviosa y sentía un escalofrío con cada metro que el tren avanzaba.

¿Estás bien, Candy? – le preguntó Tom en cuanto lo notó.

No puedo mentirte a ti, tengo un poco de miedo – el caballero tomó la mano de la chica y le dio un ligero beso, ella no pudo evitar sonrojarse.

Recuerda que yo estoy contigo, sé que es doloroso, pero no puedes evitar ese lugar toda tu vida – miró por la ventana y sus ojos se llenaron de pesar – también estimaba a Anthony y su muerte me dolió mucho, sin embargo, él era una persona que disfrutaba la vida, no creo que este muy contento de ver que tú ya no eres jovencita de la que él se enamoro.

Tom... cómo... - le miró, confusa, él sonrió de medio lado.

Candy, siempre lo supe, que tú le querías y que Anthony correspondía tus sentimientos - la rubia suspiro con pesadez.

Nunca se lo dije, ¿sabes? – recordó – la única que vez que le hable de mis sentimientos, me eche a correr, no le di ni tiempo para darme una respuesta. Éramos unos niños.

Pero él de verdad te quería, incluso creo un tipo de rosa para ti, ¿no? – ella asintió, mirando por la ventana.

"Dulce Candy" – dijo en un murmullo.

¿Acaso también piensas darle la espalda a uno de los recuerdos que mantiene vivo a Anthony? – Candy no contestó, claro que le dolía regresar. Después de la muerte del chico Brown, la rubia había permanecido inconsciente, aquello la hacía sentir culpable porque no pudo despedirse bien de él. Una semana después, llego la orden del tío abuelo William para que ella fuera a estudiar al Real Colegio San Pablo, en Londres; sus primos la alcanzaron un mes después, pero durante el tiempo que ella estuvo ahí, siempre parecía triste, retraída. Solo pudo hacer amistad con su vecina de cuarto, Patricia O'Brian, amistad que por poco se rompe debido a la llegada de Elisa y sus insultos, sin embargo, la intervención de la abuela de Patty las unió más. A veces se dejaba llevar por su rebeldía y se escabullía en la oscuridad para tomar té y comer chocolates con sus primos queridos, momentos que le alegraban un poco sus miserables días. Poco después se enteró que Annie también estaría en el colegio, eso le alegro mucho, incluso le prometió al señor Britter que cuidaría de ella... Aquel día. Sus ojos se cristalizaron. Ese fue el día que ella decidió convertirse en una dama, una digna representante de la familia Andley, no quería defraudar a nadie, en especial al tío abuelo William. Cuando la tía Elroy se digno a verla, Candy le suplicó para que Elisa y Neil no siguieran divulgando el rumor de que ella era una chica de establo. Elroy Andley pensó que eso afectaba el buen nombre de su familia y accedió, con el enojo de los hermanos Leegan, quienes obedecieron las órdenes de la matriarca. Candy fue una alumna ejemplar en el Colegio, inclusive Annie Britter se volvió más flexible y menos temerosa al participar en una aventura, razón por la cual, con el tiempo Archie se había enamorado de ella, mientras que Candy solo había quedado como una buena amiga. Stear también notó los cambios radicales de la rubia, puesto que con el paso de los meses, ella dejo de ayudarle y animarlo con sus inventos. Durante los años que permanecieron en Londres, Candy siempre se mostraba pensativa y distante, nunca más volvió a ser ella misma. Cuando explotó la guerra, Elroy ordenó el regreso de los hermanos Leegan, de los Cornwell y de Candy, todos ingresaron a un nuevo internado en América, con el tiempo, Archie se decidió por la Administración de Empresas, Stear por la Química, pero continúo con su manía de inventar, Neil, quien maduro con el tiempo, estudió Leyes. Elisa se casó joven, 20 años, y para su mala suerte, su esposo anhelaba tener muchos hijos, la actual señora Parker, esperaba a su tercer hijo, Candy no veía seguido a su prima, pero casi podía jurar que la maternidad la había ablandado, pensó que el amor que le tenía a John Parker era muy grande pare renunciar a la vida a la que ella estaba acostumbrada. En cuanto a ella, solo había vivido un día a la vez, sin muchas esperanzas, hasta que Albert le confeso sus sentimientos, esperaron un largo año antes de poder estar juntos, el día se su cumpleaños 21, Albert le pidió que fuera su novia, ella aceptó inmediatamente. Cuando volteaba a ver esa parte de su pasado, siempre se preguntaba por qué Albert nunca le propuso matrimonio, pero siempre llegaba a la misma conclusión: Era la misma por la que ella se convirtió en una muñeca de aparador...

Algún día es hoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora