—¿Qué me dices? ¿Tan grande?
—¡Como un pepino, Adeline! Cuando me la metí en la boca creí que me ahogaría. ¡Y no me cabía ni la mitad!
—¡Madre de Dios! Pero ¿no te incomodó?
—Al principio un poco, sí. Pero es que Henry la tiene tan pequeña que cualquier cosa me parece una enormidad. De todos modos, la de Willard es gigantesca.
—¿Y la usa bien?
—¿Que si la usa bien? Adeline, te juro que nunca había tenido unos orgasmos tan fuertes. Habría reventado de placer allí mismo.
—¡Como una palomita en el microondas!
—¡No te rías, joder! Henry nunca me ha dado esa satisfacción, ¡nunca! Anoche me parecía mentira estar follando de la manera en que lo hacía.
—¿Y dónde lo hicisteis?
—En su casa, ya te lo he dicho. En un diván que tiene en el salón.
—¡Oh, vamos, cuéntame más!
—Pues parece que le gusta el sexo duro. Cuando se la mamé él empujó, Adeline, igual que si estuviera follándome la boca. ¡Y luego me puso a cuatro patas!
—¡Vaya!
—Tuve que abrirme bien de piernas porque no había manera de metérmela toda. Te aseguro que me dejó baldada. Cuando volví a casa me dolían las ingles, y aun así quería más.
—No me digas que pretendes volver.
—En cuanto tenga la menor oportunidad. Es adictivo.
—¿Y por qué no me le presentas? Llevo sin sexo bastantes meses, desde lo del divorcio.
—¡Adeline! ¿Qué falta de escrúpulo es esa?
—La misma que tienes tú, que por no follar con el idiota de tu marido te has valido de la polla de un vecino nuevo, ¡y bien a gusto que te has quedado, guapa!
—Pues es cierto. Lo admito, es cierto.
—¿Crees que le importará?
—¿El qué?
—Follar conmigo.
—¿En qué sentido?
—Me refiero a que puede negarse.
—¡Ah!, no, creo que no. No me parece de los que se nieguen.
—Entonces ¿crees que podría ir?
—No veo por qué no. Pero quizá debería presentártele, como has dicho. Así sería menos violento.
Al otro lado del teléfono se escuchó la carcajada maliciosa de Adeline.
—¡Ding dong! ¡Buenos días! Me llamo Adeline Riley, y vengo a que me folle. ¿Le viene bien a las diez?
Karen se rió de la broma de su amiga.
—¡Ya verás! Vas a alucinar si acepta. No vas a poder creértelo.
—¿Cuándo podemos ir a verle?
—Mañana, si quieres. Podríamos invitarle a comer en Wally´s Place.
—Está bien. Mañana lo hacemos.
En ese momento Karen escuchó la puerta de su casa al abrirse. Era Henry.
—Te tengo que dejar, Adeline. Henry acaba de llegar del trabajo.
—No sé cómo no le has envenenado todavía.
—Por caridad. Hablamos mañana.
—Hasta mañana, guapa.
—Adiós.
Cuando Adeline Riley colgó el teléfono se dijo que, tal vez, esperar al día siguiente no fuese tan buena idea. Aún quedaba mucha tarde por delante, y no convenía desaprovecharla.
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Peligro de muerte
Romance"La pornografía cuenta mentiras sobre las mujeres, pero dice la verdad acerca de los hombres." John Stoltenberg (1944)