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—¿Te lo follaste? ¿De verdad te lo follaste? —Adeline no daba crédito a lo que oía.

—¡Sí! —exclamó Lilian, arrastrando la vocal como haría una niña pequeña—. Os juro que nunca había sentido nada parecido. ¡Fue como un sueño! ¡Como una borrachera!

Adeline se carcajeó con ganas y Karen se sonrió por lo bajo, como si no quisiera ser descubierta y tratase de ocultar su diversión.

—¿Qué te dije, Karen? —dijo Adeline con aire triunfal—. ¡Te dije que sería bueno para Lilian! ¿Acaso no te lo dije? —Se volvió a Lilian—. Ella no quería que Willard te conociera.

—Bueno, puedo comprenderlo —aceptó Lilian—. Yo tampoco lo habría querido si me conociera.

—Eso no tiene nada que ver —negó Karen, cogiéndole de una mano y acariciándosela—. Nosotras te queremos mucho, cielo. Precisamente quería evitarte dolor.

—¿Qué daño podía hacerle Willard, vamos a ver? —protestó Adeline, encogiéndose de hombros y recostándose en el sillón de su sala de estar.

—¡Físico, ninguna! —dijo Karen, exasperándose por la impertinencia de su amiga—. Pero cabía la posibilidad de que se encaprichase de él más de lo aconsejable.

—No creo que pueda hacerlo —opinó Lilian con sinceridad—. Willard es más de lo que me cabía esperar. Además sabe demasiado de la vida.

—No veo que eso sea un verdadero inconveniente, pero es cierto que Willard está muy baqueteado —dijo Karen—. Ninguna de las tres podría nunca conquistarle. —Soltó un suspiro nostálgico—. Y yo menos que ninguna. Estoy atada de pies y manos.

—Podrías pedirle el divorcio a Henry —optó Adeline—. Así serías totalmente libre de acostarte con quien quisieras, y además sin tener que darle explicaciones a nadie.

—Ya, ¿como hiciste tú con Andrew?

—Yo me separé de Andrew por otros motivos.

—Admítelo: no querías seguir con él porque no funcionaba en la cama.

—Pues sí, pero… ¡No creo que sea lo mismo que lo tuyo con Henry!

—¡Henry tampoco folla bien, Adeline, por el amor de Dios! Estoy harta de tener un saco de patatas en vez de un marido.

—Pues sepárate —resumió Lilian casi con inocencia.

—No es tan sencillo. Llevamos casados quince años. Se supone que tenemos que seguir casados hasta que la muerte nos separe, ¿no?

—A veces me pregunto si no serás tú la inocente en vez de Lilian —bufó Adeline, a lo que Lilian arrugó el ceño—. ¡Despierta! ¿Acaso no dijo el párroco esa tontería de “amarla y consolarla, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza”? Henry ni te ama ni te respeta. Solo te tolera porque haces la comida y tienes la casa limpia.

—¡Ya lo sé! Pero yo no voy a divorciarme de Henry solo porque Willard sea mi vecino y me acueste con él de vez en cuando. No voy a hacerlo por eso.

—Además Willard no nos conviene a ninguna —intervino Lilian. Las otras dos la miraron ceñudas.

—¿Por qué no?

—Nos acabará haciendo daño. Me da la sensación de que terminará esfumándose sin decirnos nada.

—Eso es una tontería —opinó Adeline—. ¿Acaso no visteis el camión de mudanzas? Ha venido para quedarse.

—Di lo que te parezca —dijo Lilian, haciendo un gesto de indolencia con los hombros—, pero Willard es demasiado bueno. Por fuerza tiene que tener algún defecto y, teniendo en cuenta sus virtudes, ese defecto debe ser horrible. Nadie es tan perfecto. Debe tener un fallo.

Karen y Adeline se miraron mutuamente, a sabiendas de que a Lilian no le faltaba razón. Un hombre como Willard Allingham debía esconder algún secreto inconfesable. 

Peligro de muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora