El aseo de señoras de Mackleton´s era pequeño y estaba muy mal iluminado. Un par de fluorescentes eran los únicos que proporcionaban luz y uno de ellos parpadeaba como si estuviese estropeado. Pero aquello no tenía ni la más mínima importancia. Al menos no para Lilian, para quien esa estancia no era más que el anodino lugar donde terminaría por olvidarse de su obsesiva timidez.
Apenas tuvo tiempo de pensar en nada antes de caer en manos de Willard Allingham, el nuevo vecino que tan gustosamente había accedido a ¿follársela? “Todo un caballero”, pensó Lilian, con una tenue vacilación. Al darse media vuelta para dirigirse a Willard y comentarle que no era tan buena idea, se encontró con que los labios de él ya habían empezado a buscar frenéticamente los suyos. Y los habían encontrado, besándoselos y comiéndoselos con tanta violencia que Lilian no pudo evitar soltar un gorjeo. Trató de apartar de sí aquellos labios, zafarse a la desesperada de los brazos del hombre, evitar su cálido contacto a cualquier precio. Pero el beso de Willard se volvió insoportablemente irresistible, ese tipo de besos al que ninguna mujer podría evitar sucumbir.
—No me tengas miedo, Lilian —murmuró el hombre, mientras empezaba a desabrocharle los pantalones sin encontrar resistencia alguna. Por el contrario, Lilian también llevó las manos a la abultada entrepierna de Willard, descubriendo con el tacto las voluminosas dimensiones de su miembro.
—No te tengo miedo —contestó ella entre suspiros de pura excitación. Willard le bajó los pantalones y al poco la ropa interior, dejándola desnuda de cintura para abajo. “Mi manjar”, pensó, rozándole el pubis con la yema de los dedos.
Entraron juntos en una de las cabinas del aseo y Lilian se sentó en el inodoro. A merced de las tentadoras caricias de Willard, abrió las piernas, dejando expuestos sus tiernos labios vaginales, que ya ardían de deseo.
—No podría soñar nada mejor —dijo Willard, arrodillándose después ante ella. Sin el menor atisbo de duda, acercó el rostro a la entrepierna de Lilian y comenzó a lamerle con dulzura el clítoris. Su lengua resultaba embriagadora, experta, letal. Lilian prorrumpió en jadeos lujuriosos, llevó las manos a la cabeza de Willard y le suplicó que continuase.
—No pienso parar hasta que te corras, cariño —masculló este, entre lametón y beso, entre caricia y mordisquito—. No hasta que te corras.
Aquellas palabras excitaron aún más a Lilian, cuya vergüenza empezaba a rendirse sin reservas a la pasión más salvaje.
—Ve despacio… —jadeó, sin aliento—. Por favor, ve despacio. Quiero disfrutarte.
—Podrás hacerlo más veces, Lilian. Podrás disfrutarme muchas más veces. —Willard introdujo en esos momentos un dedo travieso en su vagina, tan hondo que Lilian lanzó un gritito ahogado. Unida aquella enérgica penetración a los expertos lametones en el clítoris, el coctel fue explosivo. Lilian tuvo un orgasmo inmediato, tan agudo que no pudo reprimir un nuevo chillido, más fuerte que el anterior.
Y en ese momento se echó a reír.
—¿Qué…? —balbuceó Willard, sin comprender.
—¡A las viejas de ahí fuera se les van a reventar los marcapasos! —rió Lilian. El otro estalló en carcajadas.
—Yo sí que te voy a reventar a ti, pero a polvazos. —Se levantó del suelo y liberó su poderoso miembro, ya duro como una piedra, venoso, caliente y preparado. Lilian lo miró con un inmenso asombro.
—Willard, no esperarás que me quepa todo eso, ¿verdad?
—Te cabe, preciosa. A todas os cabe. —Se acercó a ella y posó el glande de su pene, rosado y jugoso, en sus labios vaginales, esperando permiso para entrar—. No tengas miedo. Simplemente relájate y deja que el cuerpo se te acostumbre a mí. —Y sin decir una sola palabra más, la embistió. La punta de su miembro la invadió con dulzura y con una lentitud desquiciante.
—No puedo… Willard, no puedo… —barbotó Lilian, mirándolo con los ojos desorbitados.
—¿Qué es lo que no puedes?
—No puedo. —No lograba terminar la frase. En cambio, alargó los brazos y posó las manos en las nalgas de Willard, apretándoselas y acariciándolas—. Más adentro… Más…
Willard entendió perfectamente qué estaba pasando. Lilian estaba experimentando los límites del placer, y su propio miedo la obligaba a decir que no podía llegar lejos. Sabía que aquel miedo era tan dañino para Lilian como para él. Tal vez ella lo consintiese, pero él no. No estaba dispuesto a renunciar a nada por un miedo irracional.
Movió las caderas hacia ella y la penetró hasta el mismo fondo. Un nuevo alarido brotó de la garganta de Lilian. Le sacó la polla de la vagina de sopetón y se la volvió a introducir, aquella vez más impetuosamente.
—¡Willard! —exclamó la joven entre gritos frenéticos mientras las embestidas se sucedían una detrás de otra, imparables, violentas, deliciosamente arrebatadoras.
—Vamos, preciosa… Así… Así… —susurró Willard, apretándole los pechos y pellizcándole los pezones.
Y Lilian reventó en un nuevo orgasmo, corto pero espantosamente intenso. Willard sacó el pene de sus entrañas, cogió de la cabeza a Lilian y, con un simple gesto, la indicó que se agachase. Procurándose una última paja, se corrió en la boca de Lilian. Eyaculó tan salvajemente que la lengua de ella quedó pronto llena de semen.
—¡Oh! —gruñó Willard, sacándose todo el semen con la mano derecha y echándoselo en el rostro a la saciada muchacha.
En ese preciso instante unos impertinentes nudillos golpetearon la puerta del aseo. Al otro lado escucharon la voz aguda de la dueña del local.
—¡Oiga! Señorita, ¿va todo bien?
Willard y Lilian se miraron mutuamente. Un segundo después explotaron en carcajadas lascivas.
—¡Muy bien!
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Peligro de muerte
Romance"La pornografía cuenta mentiras sobre las mujeres, pero dice la verdad acerca de los hombres." John Stoltenberg (1944)