Upír Morti.

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Aquellos salones se quedaron fríos tras la salida de Alabaster. El vampiro, que parecía airado tras su salida, ni siquiera miró atrás o atendió a las súplicas de su homónimo. El Renacido no sabía qué pensar: ese hombre le inspiraba tanto respeto como miedo... Un miedo que parecía crecer cuando no estaba Leclair delante, el cual, era el único que parecía aplacar su carácter volcánico.

«Un Upír Morti...» -Pensó tan confuso como airado, aunque esa ira parecía aplacarse ante las sospechas de lo que podía significar aquella palabra. Vampiro. Un vampiro. No le resultaba del todo ajeno ese término, sin embargo, tampoco le ayudaba a saber qué era exactamente, de dónde venía o cuáles podrían ser sus opciones en su existencia. De momento, a pesar de que esa extraña pareja le hubiera proporcionado un techo y cuidados que, durante su enterramiento parecía no tener, prefirió quedarse con ellos, así pues, el Mousvais Châteu no parecía ser un lugar por el que resultase fácil escapar. Mientras estaba perdido en sus divagaciones, acariciaba la delicada camisa que Leclair se había esforzado por elegir de entre el amplio abanico de ropa cuya cantidad resultaba ridícula. Era una prenda exquisita, con brocados en las mangas aunque algo antigua: desprendía un agradable olor a jabón de lavanda. La ropa le quedaba como un guante, casi como si estuviera echa a medida y su pelo ya no pesaba ni estaba enmarañado. Su tacto era suave, como el de la tela, pero el color de los mechones que pudo atraer a su campo de visión con los dedos revelaban que era tan negro como la noche.

–Tienes un pelo precioso. –La suave voz de Leclair resonó en las pechinas de los altos techos.

Había llevado a su nuevo huésped a una habitación más cómoda, donde había encendido la chimenea: lo sentó con esmero en un sillón y cubrió sus piernas con una manta de terciopelo pequeña para que estuviera más cómodo. También le había cortado un poco su larga melena, pues la falta de cuidado la habían dejado tan enmarañada que no servía más que para ser eliminada del resto de la cabellera. Soltó su pelo nada más descubrió que lo estaba mirando y volvió la cabeza a las tenues llamas de la chimenea. Bien sea por timidez o cierto temor, no le respondió. Puede que ni siquiera supiera cómo hacerlo.

Laclair, mientras hacía desaparecer esa paternal sonrisa con la que lo miraba, entendió, al menos creyó hacerlo, la desazón que brillaba de forma opaca en el rostro pálido y ojeroso del más joven. Con suavidad, se acercó a él, sentándose en el sillón que enfrentaba al del Renacido, cruzando las piernas y entrelazando las manos sobre su regazo. El Renacido, mirándolo de cerca, aunque de forma un tanto escueta, apreció calladamente la belleza serena del rubio y expresión cándida, en comparación a él, más bien parecía un animalillo asustado que una figura humana.

–Aún tienes miedo, ¿verdad?. –El rubio rompió el silencio, en un intento por consolarlo de alguna forma.– Lo sé... Alabaster puede ser un poco tosco a veces, pero no es cruel, y mucho menos, intratable.

–No me gusta. –Le cortó El Renacido.– Sus ojos son afilados.

–Y a veces su lengua...–Respondió con una conciliadora sonrisa.

Hubo un nuevo silencio, en el que El Renacido, tras ser víctima de la cercanía y la cordialidad del rubio, le dedicó una mirada más directa.

–Qué es...–Empezó a decir.– ¿Qué es un Upír Morti? Dijo que lo era pero no sé lo que significa... No sé si es malo o si me considera... –Pero su confusión mental le llevó a recordar cómo lo había traído hasta allí, la imagen de la última visión de aquella ruinosa capilla caer agonizante en un mar de zarzas y árboles.– Ni siquiera sé quien soy o qué puedo hacer...

–¡No, no, querido! –Exclamó Leclair, en un intento por parecer despreocupado– No es malo, es que...

Dejó la frase en el aire, pues intentó ordenar sus ideas, además, de que adoptó una nueva posición, inclinado ligeramente hacia él, como si en cualquier momento, fuera a contarle el secreto más inconfesable.

–Tú eres como nosotros, chèri, eres un vampiro. –Leclair hablaba como un padre, con la suavidad propia de un adulto especialmente dedicado con los más desfavorecidos y, quizás, bajo esa increíble suavidad, había un eco de obsesión.– Fuimos a buscarte a aquella vieja capilla porque oímos el rumor de que, bueno... Había seres como nosotros allí. –La paternalidad pasó rápidamente a la lástima.– La capilla llevaba abandonada siglos, puede que más de cuatro, contaba un antiguo rumor, que casi se transformó en leyenda que, aquella capilla alguna vez quedó maldita pues un grupo de vampiros la mancillaron, se alimentaron de los sacerdotes, sin embargo, uno, logró escapar. Aquellos vampiros que masacraron la pureza del lugar y virtieron la sangre de los siervos de Dios, se convirtieron en cazados a modo de venganza e, irónicamente, masacrados en aquel lugar... Al menos, eso creíamos, hasta que encontramos varios ataúdes, a ti en uno, tras una pared falsa en un ábside. Desde luego, rompe con el rumor pero...–Dejó la frase en el aire, pues lo miró no sin cierta ternura, esbozando una pequeña sonrisa.– ¡Ahí estabas tú, querido! Durmiendo como un cordero, ajeno a la oscuridad que lo rodeaba.
¿Cómo pudimos imaginar que nos encontraríamos con algo tan especial?.
»Los vampiros de aquel rumor, leyenda, si lo prefieres, eran los conocidos como Upír Morti, «Los reyes rojos y cenizos». Vampiros primigenios de los que todos descendemos, una raza arcaica que poseía cuatro colmillos incisivos, dos a cada lado de la mandíbula. Ese es el rasgo más característico de ellos.

La expresión del Renacido cambió de la desazón, la confusión a la sorpresa y, de ahí, a una extraña mezcla a caballo entre la incertidumbre y el pavor.
No podía recordar, no sabía cómo había llegado allí o cómo era el lugar en su tiempo. Incrédulo, pues aún una pequeña parte de él se mantenía así, se llevó una mano a la comisura de la boca. Su lengua estaba cálida, suave al tacto y humedeció sus dedos fríos.

Ahí estaba lo que sus dedos habían ido a buscar: dos pequeños colmillos complementarios junto a unos incisivos largos como agujas porosas y marfileñas.

La triste serenata del vampiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora