Nocturno.

143 18 6
                                    

La oscuridad... Todo era oscuridad en aquella bóveda impía de frescos cuarteados por el tiempo y el abandono.
Los dioses grecorromanos de las pinturas aún podían ver lo que se ocultaba en aquel lugar, lo que había habitado allí por casi doscientos años y que, probablemente, en la mente de aquel hombre que selló la capilla corrupta, no debían ser hallados jamás.

Ataúdes.

Ataúdes polvorientos, con la madera de las tapas astilladas y los tallados sobre relieve estaban carcomidos por los insectos y las ratas. Los remaches de metal de las esquinas estaban herrumbrados, todos, sin excepción, habían adquirido una tonalidad uniforme de un gris plomizo, producto de la humedad y la oscuridad. Eran cinco. Todos del mismo tamaño pero con diferentes decoraciones. No había placa identificativa ni nombres ni identidades, pues no fue el tiempo quien lo había provocado, sino el temor de los hombres.
El aire era frío, perenne la humedad y la calma sepulcral, pues sólo eso se puede hallar en un refugio como ese ese... Refugio, no, puede que esa no fuera la palabra. Aquella capilla, era en realidad un cuarto de encierro. Lo que allí había, no podía ser abierto jamás.

La triste serenata del vampiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora