la niña de mi alcoba

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Todo comenzó una fría noche de agosto, había llovido y el viento chocaba brutalmente contra las ramas arrancándoles alaridos que erizaban la piel.
Yo me preparaba para dormir, acomodé mi cama, unos anteojos y un libro bastante denso para conciliar el sueño, luego de algunas paginas y minutos, el dios Morfeo me tocó, apagué la luz pero el incesante ulular del endemoniado viento hacía que mi imaginación volara arrancando visiones de monstruos y personajes venidos del averno que jugueteaban a los pies de mi cama, y otros aproximándose a mi dormitorio. Por mas que cerraba los ojos y pensaba en los muchos problemas que me acongojaban, nada, nada me hacia conseguir dormir.
Concilié el sueño mas allá de las cinco de la madrugada cuando mi cuerpo no soportó mas el cansancio, mi reloj despertador sonó como una clara burla a mi insomnio.
A las seis y cuarenta me levanté maldiciendo mi suerte y peleé conmigo mismo, me llamaba idiota, miedoso, cobarde por no poder hacerle frente a los horrores nocturnos, de mala gana me duché y salí rumbo a mi trabajo, por primera vez bendije al transporte publico y sus tardanzas así pude dormir un poco mas.
Todo el día fue tan malditamente monótono, cuentas, regaños del jefe, como lo odiaba, quería largarme de ahí, deseaba llegar a casa, tomar un café y dormir como un lirón.
Las horas pasaron muy lentamente pero por fin dieron las siete, suspiré, tomé mi chamarra y salí, la ciudad se había convertido en una hedionda Venecia, las inundaciones hacían estragos por doquier. Diez de la noche y yo estaba metiendo la llave en la puerta de mi apartamento, me senté como un bulto en el sofá, afuera la lluvia y el viento no cesaban en su intento de joder, pero esta vez nada podría detener a este casi zombie. Abrí el refrigerador y tomé directamente del envase un par de sorbos de leche y me dirigí a mi habitación, quité mis empapados zapatos y el resto de mi mojada ropa, me acosté y cuando estuve a punto de dormir, unas pisadas en mi alcoba me indicaban que no estaba solo, mi corazón se aceleró y una inyección de adrenalina lleno mi ser, encendí la luz y nada, tardé algunos minutos en tranquilizarme pero ya no pude dormir, ahora temía apagar la luz, sentado y con la sabana a medio rostro presa de un terrible miedo, esperé a que el despertador hiciera lo suyo.
Esto ya era insoportable, tenía que hacer algo, pero ¿que podía hacer?, ¿que hacer en contra de, en el menor de los casos, una alucinación?.
Todo el día estuve con un fuerte dolor de cabeza, sueño e inexplicables temblores pero no deseaba llegar a mi casa, ¿que hacer?, la respuesta llegó después de unas cuantas tazas de café, ¡un hotel!, ahí podría dormir sin el temor de nada.
Siete en punto, tomé un taxi y el chofer me recomendó uno barato, le pagué y una buena propina por el dato, me registré, no podía esperar a tirarme en esa cama y dormir hasta que mi cuerpo se hartara, ni siquiera me molesté con el servicio de despertador con el que cuentan los hoteles, me duché con calma, me puse una de las cómodas pijamas que había y me metí en la cama dispuesto a caer en las garras del Dios del sueño, en cuestión de minutos comencé a soñar quien sabe que locura hasta que, unos pasos acercándose a mi cama me despertaron, encendí la luz y la vi, una pequeña niña de no mas de diez años estaba parada junto a mi, de sus labios amoratados e hinchados salió una voz de ultratumba diciendo:
-Perdone señor, pero es que...'' la casa sin usted me da miedo''

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