2. Una reunión de zapatos rojos

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Las chicas llegaron a la gala y tras saludar a las empleadas se sentaron en sus respectivos lugares, las mesas estaban organizadas por la forma de los zapatos, las que tuvieran el tacón grueso estarían juntas, así mismo con las de tacón fino, punta cerrada, y punta abierta.

Frente a ellas había una pantalla que les anunciaría cuando la gobernadora estuviera en la tarima, sucediendo así unos minutos más tarde, luces rojas anunciaban que debían ponerse de pie y aplaudir moderadamente.

—Buenos días chicas, pueden tomar asiento. —Saludó Ashley y soltó una pequeña risa—. Bienvenidas a la gala mensual de Moltum, para mí es un placer estar aquí junto a un grupo tan hermoso de mujeres, ¡déjenme apreciar sus zapatos rojos! —exclamó y todas le mostraron sus relucientes zapatos mientras sonreían.

—Ashley. —le llamó una baja sentada en la mesa de tacones gruesos.

— ¿Sí, cariño? —respondió mientras le ordenaba con la mirada a una de las chicas que se movieran.

—Necesito unos zapatos nuevos. —se lamentó con la mirada gacha.

—Tranquila que para eso estamos aquí, ¡demos por comenzado la ceremonia de zapatos rojos! Por favor hagan una fila en aquella esquina y se les hará una revisión a sus zapatos, recuerden, las delgadas van primero, luego siguen las gruesas, altas, y por último las bajas. —anunció y las chicas fueron levantándose una por una, se posicionaron en la fila y esperaron en silencio a que llegara su turno.

La gobernadora había decidido dejar a las empleadas en lo suyo e ir a por algo de agua, bajó de la tarima con la ayuda de una seguridad y se encaminó a la cocina de la casa, no era ni tan grande ni tan pequeña pero siempre estaba repleta de comida, esto en caso de que fuera a visitar un embajador de ciudades vecinas o alguna chica que necesitara un consejo.

La mujer tomó el envase en el que había guardado una ensalada verde y comenzó a comer cautelosamente, aunque no le gustara admitirlo estaba tratando de rebajar, en realidad no tenía el qué ya que su físico no había cambiado en nada, pero Ashley era del tipo de mujer que nunca estaba satisfecha con su apariencia.

—Señorita, le necesitan en la ceremonia, al parecer ha habido un pequeño percance con una gruesa tacón fino. —le anunció una empleada con un ápice de vergüenza, haciendo que Ashley dejara a un lado su ensalada y, luego de limpiarse bien el rostro, se dirigiera a paso rápido hacia la sala.

Mientras caminaba examinó todo a su alrededor y sonrió satisfecha al notar lo preciosa que había quedado la decoración con su favorito y tan especial color rojo. Sacudiendo su melena negra bajó los pequeños escalones y se acercó a la larga de fila de mujeres.

— ¿Qué pasa por aquí, chicas? —le preguntó a la empleada y a la gruesa que le miraban expectantes.

—Este..., ninguno de los zapatos me quedan bien... —respondió la chica con tristeza mientras miraba hacia el piso.

—Eso no puede ser posible, pedimos de todas las tallas, hay que seguir tratando. —la gobernadora le rodeó el rostro con las manos y le obligó a mirarle.

—Pero es que mi pie es muy gordo, no debería estar aquí, mejor me llevo mis zapatos viejos y me largo. —hizo el amague de levantarse pero la empleada se lo impidió.

—La palabra gorda está prohibida en esta ciudad, estás un poco pasada de peso pero para eso les indicamos los ejercicios semanales, no te desanimes, buscaremos unos zapatos que te queden aunque nos tardemos todo el día. —afirmó con simpatía y le sonrió a la gruesa, quien asintió y suspiró pesadamente.

— ¡Chicas! ¡Atención! —Gritó la mujer, acaparando la mirada de todas las que se encontraban en la fila y/o sentadas en sus respectivas mesas—. Les vamos a pedir disculpas a las que están de pie y su turno aún no ha llegado pero estamos teniendo unos pequeños problemitas con unos zapatos, por favor tomen asiento y se les llamará cuando todo esté resuelto. —concluyó, escuchando cómo algunas se quejaban pero obedecían.

En la mesa de las bajas todas miraban con un ápice de enojo a la chica gruesa, sentían que de por sí ya era algo discriminador que les tocara de últimas y les enojaba más que por una chica tuvieran que pagar todas, estos pensamientos los compartían entre ellas y allí se quedaban.

La mayoría de las chicas estaban a punto de quedarse dormidas en sus mesas cuando por fin anunciaron que habían conseguido el zapato para la gruesa, pequeños alaridos y murmullos se escuchaban mientras regresaban a la fila.

Pasaron tres horas y finalmente las empleadas, con las manos hinchadas, terminaron de repartir y revisar los zapatos de las chicas, todas volvieron a sus asientos y se dedicaron a degustar los pequeños platos de ensalada que les habían dejado junto a una botella de agua.

—Bueno chicas, aprovechen su comida y recuerden comer moderadamente, ningún plato debe quedar vacío. —habló la gobernadora a través del micrófono.

—Permíteme ver tu plato. —le susurró una alta a una delgada.

— ¿Para qué? —le respondió con extrañeza.

—No entiendo cómo quieren que dejemos algo de comida si esto no llega a ser ni ese algo. —se quejó con una mueca y la chica rio.

—Simplemente come, esto nos ayuda a mantenernos en forma. —le respondió y pinchó un pedazo de tomate con el tenedor.

—Bueno, tienes razón, no queremos terminar igual que las gruesas, ¿te fijaste que tuvieron que añadirle otra silla para que se sentaran? Es patético. —se burló y una baja le hizo una seña para que se callara.

—No debes hablar así de ellas, son mujeres hermosas al igual que nosotras. —soltó la delgada y a partir de allí supo que debía ignorarle, no era del tipo de chica con la que quería lidiar.

—Claro. —rio en respuesta a su regaño y comenzó a comer.

Mientras, al lado de esas chicas, una gruesa trataba de contener las lágrimas y disimular lo mucho que le había herido ese comentario, arregló su postura, se limpió las lágrimas y se prometió a sí misma que lucharía para convertirse en una hermosa delgada.

Resaltado © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora