Capítulo 12: EN LA OSCURIDAD (Parte 2)

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Entro en urgencias. Gente en camillas con los ojos cerrados, un par de adictos tiritando, unas madres con sus hijos llorando en brazos, un accidentado con una gasa en la cabeza empapada en sangre, un celador que cruza a toda velocidad por delante de mí a toda velocidad con un anciano pálido como una pared y pinta de estar muerto en una silla de ruedas.

Me dirijo al de seguridad. Le enseño la placa. Me atienden en un momento. A la vez que me examinan, logro sacarle al enfermero que asiste al médico la habitación en la que está ingresada la jueza. Cuando termina de reconocerme y el doctor ha firmado el documento, me dirijo a la habitación.

Cuando llego me encuentro con dos compañeros uniformados haciendo guardia ante la puerta de la habitación. Conversan animadamente entre ellos y con dos chicas que visten el uniforme de las enfermeras.

No hay que perder el tiempo.

Doy un nuevo placazo.

–Soy el compañero que ha estado en la intervención –les digo–. Me acaban de ver abajo, y sólo me he acercado un momento a saludar a la jueza.

Los dos se miran con suspicacia. Hay un brillo de odio en sus miradas.

–No llegaste a tiempo para ayudar a Paloma –me dice uno de ellos.

Intuyo que se refieren a la compañera que escoltaba a Paz.

Doy un paso al frente y lo miro a los ojos.

–Sí, la suerte es que estaba cerca en mi día libre, cuando se supone que tengo que estar en mi casa descansando. Si tu amiga no tenía apoyo no me eches a mí la culpa. Primero pregunta a ver quién es el listo que ha dispuesto un acompañamiento en lugar de una cápsula. Y, por cierto –digo, dándome la vuelta–, si no hubiera ido a comisaría, a tu amiga le habrían terminado de abrir la cabeza contra el suelo.

Llamo a la puerta y espero respuesta.

–Adelante –oigo decir a una voz masculina.

Espero que no sea Jean.

Rezo en silencio.

Dios no me escucha.

Es Jean.

Puta mierda...

El gabacho se levanta y me tiende la mano amigablemente. Muestra una amplia sonrisa en el rostro. Me recuerda a algún tipo de personaje siniestro, como el gato de Cheshire o el protagonista de "El hombre que ríe". Noto algo falso, algo incómodo en su manera de ser y de dirigirse a mí.

Siento que me interpreta como a un rival, o como a alguien que debe eliminar de su camino para continuar con su plácida y monótona existencia.

– ¡Vaya, pero si es nuestro héroe particular! –bromea, mostrando una dentadura perfecta enmarcada en sus labios. Noto un trasfondo de sorna en su voz–. Me temo que no sé cómo agradecerle todo lo que está haciendo por mi mujer. Ya es la segunda vez que le salva la vida... –Ahora lo que hace vibrar a mis sentidos es un tono machista y profundamente despectivo que noto en sus palabras.

Estrecho su mano. Su apretón es firme. Sus dedos tratan de clavarse como garras en mi piel, pero tenso la extremidad y no se lo permito.

Sí, definitivamente, me detesta.

–Ya es la tercera vez que intervengo –corrijo–, pero no es más que trabajo y resulta obvio que una persona como su mujer, que es implacable profesionalmente, no se iba a granjear amistades precisamente en el pueblo, teniendo en cuenta lo que hace y cómo imparte justicia en el tribunal. De todos modos, como he venido a curarme de las heridas de la intervención y a que me extiendan el parte médico correspondiente para adjuntarlo al atestado, me ha parecido oportuno pasarme un momento a saludar y a ver qué tal se encuentra su Su Señoría.

Una amplia y silenciosa sonrisa.

No quiere hablar.

Su boca, al igual que la de las serpientes, se encuentra destilando toneladas de veneno, aguardando el momento de precipitarse sobre mi cuello y morderme.

Paz me mira con una sonrisa débil y una fuerza indescriptible en los ojos.

Casi creo ver el fuego del deseo ardiendo en el fondo de la cuenca de sus ojos.

–Me encuentro muy bien, gracias por preguntar –responde con un hilo de voz–. Algo débil después de las últimas experiencias, pero bien. De todos modos, ya que se encuentra aquí, me gustaría que se quedase un momento para poder hablar sobre este asunto y los casos que está llevando. El otro día mencionó algo de una orden de entrada y registro, ¿cierto?

¿Yo? Ahora mismo me pilla fuera de juego. Tengo la cabeza tan embotada que no tengo ni idea de lo que me está hablando... hasta que percibo la mirada seductora de sus ojos, y creo leer entre líneas que me está pidiendo un rato para poder hablar los dos a solas... y que el bueno de Jean se largue.

Él también lo ha entendido. Un destello de odio cruza sus pupilas apenas unos milisegundos. Se gira hacia Paz.

Muy lentamente.

La mira con ojos inquietantes que rezuman dulzura. Resulta evidente que este hombre es un actor consumado.

–Querida, tengo que irme –le dice con melosidad, con una voz tan suave como una caricia de terciopelo. Se inclina y deposita un beso en su frente–. Ya sabes que mi trabajo es inmisericorde y no me da treguas de ningún tipo. De todos modos, me pondré en contacto con alguna agencia de guardaespaldas para que te protejan –Luego se gira hacia mí y me estrecha la mano, tratando nuevamente de estrujármela, pero con los mismos resultados que la otra vez–. Nuevamente, gracias.

–No harán falta guardaespaldas –le digo, y me sorprendo de escuchar mi voz en tono retador y desafiante–. Se ha dispuesto un grupo de escoltas de la Jefatura.

– ¿Como su compañera? –dice en tono de sorna.

Niego con la cabeza.

–Como yo –casi se lo escupo a la cara–. De todos modos, aunque pagara usted a un hombre-montaña, lo que le ha pasado esta mañana a la compañera le puede pasar a cualquiera que cumpla con esas funciones. Contra una adversidad como esa, poco se puede hacer.

–Espero que se ponga bien –Y me suelta la mano con un gesto rápido, como si se quemara con fuego.

–Todos lo esperamos.

Se va en silencio. La puerta se cierra muy suavemente a mis espaldas, y se queda encajada con un sonido quedo.

Nos miramos fijamente a los ojos.

Siento que se me sube todo a la garganta.

Bueno, hay cosas en mí que también suben y no precisamente me llegan hasta la garganta.

Cojo una silla y me siento próximo a Paz. Casi puedo escuchar los latidos de su corazón marcando un ritmo furioso bajo su pecho, como un tambor tocando una orden de carga en el campo de batalla.

Somos dos almas reptando que se han encontrado a tientas en la oscuridad.

CAMINANDO CON FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora