Capítulo 2: EL PITBULL (parte 2)

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Primera parada: los juzgados. No sé si Virginia está hoy aquí o no, pero me voy a pasar por si acaso. Me gustaría ver si hay algún histórico de denuncias contra ella por motivos similares, si se han producido denuncias de robos de características análogas en otros puntos de la ciudad,...

He de tener especial cuidado en este punto. El programa informático me dijo que no había investigaciones iniciadas por los mismos hechos o similares, pero no me apetece que la liebre levante las orejas y se le eche encima la Brigada. El Grupo de Robos es un depredador en busca de una presa moribunda a la que morder y medallas que lucir, aunque el mérito y el trabajo duro no sea suyo.

Entro en el edificio y muestro la placa al compañero de la Guardia Civil que está en la entrada. Nos saludamos con un gesto de la cabeza. Es un hombre mayor y barrigudo, pero que luce impecablemente su mostacho y el uniforme. Uno de los de la vieja escuela. Por el lustre de los zapatos y la perfección de la raya que veo en la pernera de su pantalón, no me extrañaría que fuera de los que peguen el taconazo cuando vienen los oficiales, ese chasquido seco que corta el aire y la respiración del que lo escucha.

Subo a la cuarte planta. Por las escaleras, hay que estar en forma. Mi corazón late apresurado, jadeo algo, pero me gusta sentir la adrenalina en mi sangre. Busco en los pasillos, entre los secretarios, agentes y auxiliares, y la encuentro frente a un ordenador, rodeada por varias montañas de folios tecleando ante un ordenador con una cadencia que sería la envidia de una minigun en plena acción.

Es bajita y menuda, apenas un soplo de brisa bajo la piel, con cara de ratón, y melena rizada castaña oscura que le cae en cascada por los hombros y la mitad de su espalda. No es una mujer guapa pero sí que resulta simpática. Siempre viste estilo hippie, con ropas más anchas de lo que debiera y miles de pulseras y collares. Siempre está con sus tés, el yoga y el tantra.

De hecho, es una enamorada del sexo tántrico.

Es la única mujer que he visto que obtiene un orgasmo sin movimiento. En ese sentido es diametralmente opuesta a mí, pero no nos compaginamos malamente en ese aspecto. Aún me sonrío cuando recuerdo aquella vez que me demostró su dominio del sexo tántrico cuando me hizo tumbarme de espaldas en la cama, condujo mi miembro en su interior y, sin moverse más allá de contracciones de las paredes de su suelo pélvico, comenzó a gemir y jadear hasta alcanzar el orgasmo, que se manifestó en forma de un charco viscoso y brillante que se derramaba sobre mi pubis.

–Hola, Virginia –saludo, colocándome ante su mesa.

Me mira por encima del Himalaya de papel que la rodea y me muestra sus grandes dientes. No, sonreír no entra dentro de sus puntos fuertes de seducción.

–Muy buenas, caballero –me saluda–. ¿Juicio?

–Una petición de SOS –corrijo–. Estoy instruyendo un atestado...

– ¿Instruyendo? –me dice. He de recordar que tiene dos hermanos compañeros y una de ellos, además, luce dos coronas de laurel frutadas y nervadas sobre los hombros (vamos, que es inspectora). Como se le crucen los cables conmigo alguna vez, sólo tiene que descolgar el teléfono para hundirme–. ¡Sí que has progresado, chico!

–Bueno, ya sabes cómo funciona el Cuerpo, y me atrevería a aseverar que mucho mejor que yo –añado en tono confidencial.

– ¡Qué bien hablas, chico! Sí, ya sé que, dependiendo del jefe, o sólo actuáis como secretarios, u os hartáis de escribir para que luego sea el otro el que firme como instructor vuestro trabajo. Lo sé muy bien. A ver, déjate de bonitos palabros y dime qué te trae por aquí.

Le tiendo un post-it con los datos de la Britón. Lee durante un instante.

–Necesito saber si hay algo pendiente contra ella, un histórico de denuncias previas por el motivo que sea, aunque con mayor interés en los robos en interior de vehículos, y cuanto me puedas dar.

CAMINANDO CON FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora