Capítulo 9: EL CIELO SE ABRE (Parte 1)

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Paz Lázaro miraba los copos de nieve caer al vacío desde el cielo, cubriendo la calle con plomiza precisión, en un compás que no tenía ni prisa ni pausa, un latido, un tic-tac de reloj que no se detenía ante nada, sino hasta haber acabado su misión.

Casi no había podido pegar ojo. Jean no se había separado de su lado desde que llegó. Su secretaria y él estuvieron trabajando codo con codo en el salón mientras ella tomaba infusiones y procuraba relajar la mente. Intentó leer los informes de la Guardia Civil que le había facilitado Peláez, pero no se concentraba.

Sólo podía concentrarse en el rostro adusto y los ojos salvajes de Germán. En el calor de su cuerpo. En el sabor de sus labios. En su miembro palpitante contra su pelvis, haciendo que su vulva se derritiese cono el metal en un crisol.

Aquella mañana se había servido el café en la misma taza en la que se lo había servido al policía la tarde anterior con la vana y pueril esperanza de poder encontrar en la superficie de la cerámica algún vestigio del sabor de sus labios.

Pero sólo la recibía el oscuro y amargo beso del café.

Bueno, no importaba. Cuando quisiera algo, sólo tenía que descolgar el teléfono y llamar al Grupo. Tenía mucho que agradecerle.

Sí, mucho que agradecerle...

Aquella mañana se sentía especialmente coqueta. Se vistió de manera elegante, pero se permitió un toque algo más informal de lo que acostumbraba. De hecho, en vez de vestir su abrigo de tres cuartos, se había dado el gusto de cambiarlo por una parka lila que también abrigaba muchísimo. El sombrero de ala ancha se iba a quedar hoy en la sombrerera para cederle el sitio a un gorro de lana que recordaba a aquellos sombreros tan de moda en la década de los años veinte.

Se miró en el espejo. Se vio atractiva, muy atractiva.

Se atragantaba pensando que iban a poder verse aquella mañana.

Salió como todas las mañanas y tomó el metro como siempre, a la misma hora, en la misma estación. Iba sentada en el vagón con un e-book encendido, pero sus ojos no leían absolutamente nada. Sólo imaginaban escenas eróticas con aquel rudo policía que, de vez en cuando, parecía dejar salir su lado más tierno y sensible.

En sus labios, había dibujada una media sonrisa que, habitualmente, no lucía.

No se la permitía, pero aquel día no era como todos los días.

Salía distraída por las escaleras, procurando pisar con cuidado en los escalones, con la mirada avizora para no pisar alguna placa de hielo que se hubiera formado bajo las acumulaciones de nieve, atravesando el telón de copos que seguían cayendo en su particular baile oscilantes, como planetas en su movimiento universal por el cosmos, en una suerte de derviches en su búsqueda de Dios descendiendo a la tierra.

El beso helado del aire invernal la besó en el rostro con un mordisco de fiera en tanto sus vías respiratorias sentían la gélida corriente como si fuera el filo de un.

Nuevamente la recibió un aluvión de periodistas. Al principio de todo aquello, la situación le pareció divertida, incluso bromeaba mentalmente con que era la estrella del momento atravesando su particular alfombra roja para recibir de manos de un público entregado el premio de su vida.

Los gritos de "¡Señoría, Señoría!" cruzaron el aire hasta agolparse en sus oídos. La sonrisa se le demudó del rostro, ocultándose bajo un velo de grave seriedad y de un mutismo absoluto.

Bajo la piel, el corazón seguía latiendo con fuerza con sólo recordar al policía.

Entonces el chirrido de unos neumáticos atravesó el aire. Paz apenas sí tuvo el tiempo que dura un parpadeo en percatarse de la situación. Un coche blanco sucio y con numerosas abolladuras en el capó se materializó de soslayo y aceleró a toda velocidad hacia ella.

CAMINANDO CON FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora