Capítulo 16: DUCHA Y CAFÉ (Parte 2)

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Recordó su época de instituto. Los duros de principios de los noventa llevaban tupé y montaban en motocicleta, un derivado de Mickey Rourke en "La Ley de la Calle", o un reconvertido del cantante Loquillo. Aún quedaban los que iban con tirantas y pose a lo Bruce Lee, o los que llevaban greñas y camisetas destrozadas con los logos de Iron Maiden o AC/DC. Sólo le faltaba el tupé, el resto de la pose de duro lo tenía sobradamente.

Y aquella mirada que la perforaba...

–Yo podría preguntarte por qué yo, por qué después de tantos años de casada y con un matrimonio, aparentemente, tan feliz, has decidido hacer esto.

–Tú lo acabas de decir: porque lo he decidido. Estoy en un momento de mi vida en el que quiero empezar a decidir por mí misma lo que quiero para mí, y he decidido que quiero vivir esto por mí y para mí. En cuanto a lo de mi matrimonio, también lo has expresado perfectamente: aparentemente. No hay nada perfecto en esta vida, Germán, y lo sabes tan bien como yo. Y mi matrimonio hace mucho tiempo que se convirtió en una puta mascarada que estoy obligada a vivir por el momento, aunque no me guste. Pero, llegado el momento, tengo intención de cambiarlo todo.

"¿Ah, sí? ¿De verdad?", pensó Paz, incrédula con las palabras que manaban de su propia garganta.

–Vale –admitió él.

– ¿Y tú? –insistió ella–. Quiero saber todo lo que me puedas o quieras decir sobre ti, pero quiero que seas sincero.

Germán asintió en silencio, de mala gana. Comprendía la necesidad de la mujer por adoptar aquellas medidas. Tenía mucho que perder y quería estar segura del paso que estaba dando. Si tenía que equivocarse, se equivocaría, pero no porque el paso en falso viniera por no tomar las oportunas precauciones o ser excesivamente confiada.

–Bueno, he tenido parejas estables, pero no han funcionado porque suelo tender a acercarme a mujeres que, en realidad, no me convienen. Sí, supongo que, en el fondo, busco una sensación de cariño que creo que todos necesitamos...

–Pero casi parece que te la quieras negar –se anticipó Paz–. Quiero decir, tu pose de duro, tu actitud de fiera, el hecho de actuar solo,... Parece que no quieres que nadie te dé nada por miedo a deber algo.

–Bueno, lo de trabajar solo es porque no me fío de mis propios compañeros.

–Eso que dices es muy serio –le dijo la jueza, en tono serio.

Él la miró fijamente.

– ¿Tú confías ciegamente en todos tus compañeros de profesión? –dijo Germán en tono suspicaz–. ¿O tienes confianza ciega en todo tu equipo en los juzgados?

No tuvo que rebuscar mucho en su interior para obtener la respuesta a la pregunta planteada: no.

Un no demasiado rotundo y taxativo para su gusto.

–No me gusta deber nada a nadie, porque es cierto que se cobran intereses que, en la mayoría de casos, no estoy dispuesto a pagar. Y me da miedo abrirme a los demás porque tengo miedo de la incomprensión y las burlas.

Paz lo aguijoneó con la mirada.

–De pequeño lo tuviste que pasar muy mal.

Mirada de fiera. Tono seco. Casi agresivo.

–Puede.

– ¿Por qué?

–Por algo que no viene al caso –cortó él.

Ella asintió en silencio.

–Disculpa, deformación profesional.

Ahora fue él quien la perforó con su mirada animal.

CAMINANDO CON FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora