CAPITULO 9: Las tetas extraditables

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Catalina no lo supo, porque en su casa la televisión estaba destinada para las novelas y jamás veían los noticieros de la noche, pero en uno de ellos y con calidad de primicia, apareció el Embajador de los Estados Unidos en Colombia anunciando que la DEA, en coordinación con los organismos de seguridad del Estado colombiano, acababa de terminar una rigurosa investigación que arrojaba como resultado los nombres de los nuevos capos de la droga responsables del envío a los Estados Unidos y Europa de más de 200 toneladas de cocaína al año.

Entre ellos estaban Morón, Cardona y "El Titi", en ese orden de importancia.

Al siguiente día los periódicos encabezaron sus primeras páginas con los nombres de los sucesores de Pablo Escobar, los Rodríguez Orejuela, Carlos Ledher, Santacruz Londoño, los Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha, haciendo énfasis en que estos nuevos capos pertenecían a una generación más inteligente, en el sentido de no ostentar demasiado, más escurridizos, con mayor capacidad de soborno, más educados porque, incluso, algunos de ellos estudiaron en grandes universidades, cosa que no habían hecho sus parientes de quienes heredaron el negocio. En resumen, eran menos visibles.

Desde luego, la noticia que se regó como pólvora y llegó a los oídos de todo el mundo, menos a los de Catalina y a los de Yésica, puso en desbandada a los miembros del nuevo Cartel.

Algunos dijeron que estaban refugiados en campamentos guerrilleros para evadir la acción de la justicia. Otros dijeron que se encontraban negociando con los paramilitares que pactaban en ese momento la paz con el Gobierno, para que estos los hicieran pasar como comandantes y conseguir, de esta manera, un estatus político que los pudiera librar de una solicitud de extradición que Estados Unidos no le negaba a ningún narcotraficante. Otras fuentes aseguraron haberlos visto volar de afán hacia Venezuela, Panamá y Cuba en sus avionetas particulares. Lo cierto es que cuando Catalina y Yésica llegaron al edificio donde vivía Cardona con el fin de pedirle el dinero, sólo encontraron uniformados de la Policía, la Fiscalía, la DEA, el Ejército, la Interpol, la Sijin, la Dijin y del DAS y, por lo menos una docena de periodistas armados hasta los lentes.

No se preocuparon, porque en el edificio vivían muchos personajes de la vida nacional y pensaron que se trataba de sus escoltas, pero supieron que algo grave sucedía en ese momento cuando fueron detenidas en la puerta, por un oficial, con cara de inquisidor, que les preguntó hacia donde se dirigían. Ninguna de las dos supo responder y fueron expulsadas del lugar sin explicación alguna.

Catalina empezó a sospechar que su suerte le estaba jugando una nueva mala pasada cuando Yésica le preguntó a uno de los policías, que era amigo de ella, sobre lo que estaba sucediendo. El policía que pertenecía a la nómina del Cartel, le dijo en clave que a los patrones se los había llevado el putas y casi la policía, por lo que tuvieron que irse afanados

antes de que un avión de la DEA se los llevara para el otro lado. Se refería a que iban a ser extraditados a los Estados Unidos. Catalina volvió a sentir que el mundo se derrumbaba a sus pies y entró en pánico cuando supo que Cardona y sus compinches desaparecieron en desbandada. Yésica les marcó varias veces a sus celulares y los encontró apagados. Catalina se convenció de lo que le acababa de contar el Policía y experimentó, de nuevo, las mismas ganas de morirse que sintió el día que "El Titi" la rechazó o la noche en que Albeiro le dijo que de tener las tetas más grandes sería la reina de Pereira.

—Parcera, ¡nos jodimos! —Le dijo Yésica muy asustada y se empezó a pasear de un lado a otro, muerta del susto porque esta nueva situación la iba a matar a ella de hambre y a Catalina de tristeza.

—¿Y ahora? —Sólo atinó a decir la petrificada Catalina mientras, por dentro, se desvanecía de a pocos. Yésica no dijo nada y se fue con ella a buscar una lista donde estaban sus clientes de la mafia, pero el único que contestó y con la voz cambiada fue Mariño. Yésica le preguntó por Cardona, pero este se asustó, le dijo muy nervioso que él no conocía a ningún Cardona y que, seguramente, ella estaba equivocada. Luego le colgó. Volvieron a marcarle pero su teléfono ya se encontraba apagado. Sin atenuantes y pintando las cosas del color que estaban, Yésica solo atinó a manifestarle con pesar a su pálida amiga:

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