Capitulo 12: Lo que hay de un sueño a una pesadilla

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Al mediodía cuando Albeiro salió hacia su trabajo luego de secretearse en la cocina con doña Hilda por espacio de 45 segundos, Catalina no aguantó más las ganas de saber lo que estaba pasando con sus amigas y cruzó la calle cubriendo su pijama con una levantadora de su mamá. La mamá de Paola le abrió la puerta, la saludó mal y le dijo que Paola se encontraba durmiendo porque se había metido a trabajar, en las noches, en una fábrica de camisas. La mamá de Ximena le abrió la puerta, la miró mal y le dijo que ella estaba durmiendo porque trabajaba en un negocio de comidas rápidas que abría las 24 horas y que a ella tenía esa semana, el turno de la noche. La mamá de Vanessa le abrió la puerta, la miró bien y la saludó con amabilidad, pero le dijo que su hija dormía en esos momentos porque se encontraba trabajado de modelo en unos eventos nocturnos.

Con las tres versiones recogidas Catalina se hizo a una idea clara de lo que podía estar sucediendo y caminó hasta la casa de Yésica para pedirle que fueran a hablar con ellas porque si estaba pasando lo que ella pensaba, tenían que hacer algo para ayudarlas, ya que una cosa era un sueño y otra muy distinta una pesadilla.

Sólo hasta las siete de la noche pudieron hablar con ellas. Se acababan de maquillar y sus cabellos lucían mojados y sus

párpados hinchados. Todas lucían bajitas de peso y ninguna conservaba ya ese brillo juvenil y despierto de sus ojos que alguna vez les merecieron piropos callejeros a granel, cartas de admiradores por montones y suspiros de sus compañeros de clases en cantidades pasmosas. No. Ahora lucían ajadas, descompuestas, deprimidas y tristes y sin sentido del humor. En sus miradas se advertía un llanto lastimero y silencioso que no las dejaba ver marchitas del todo. Paola había perdido el don de la chicanería que la caracterizaba de las demás. Vanessa hablaba mucho menos que antes y Ximena ya no sonreía como solía hacerlo cuando Yésica las reunía en el parque para contarles sus odiseas sexuales al lado de hombres experimentados.

Cuando Yésica les preguntó por lo que estaba pasando, ninguna quiso contestar. Se miraron entre sí, Ximena empezó a tejer figuras con la punta de su cabello, Vanessa soltó una sonrisa más nerviosa que débil y Paola cambió de tema con habilidad.

—¿Cómo les fue por Bogotá? ¡Casi no vuelven!

Yésica que por experiencia, aunque la menor de las tres, oficiaba como la segunda mamá de todas, les dijo que bien, pero que no le cambiaran el tema porque ella necesita saber lo que estaban haciendo. Al final de muchos juegos de palabras Ximena estalló en llanto poniendo el alfiler en el globo. Un globo que se desinfló al ritmo con el que contaban historias tan crueles, inverosímiles y trágicas como la sucedida a Vanessa la noche aquella cuando se tuvo que acostar con un hombre ebrio que le robó el dinero que ganó durante toda la noche con tres clientes distintos, justo cuando ingresó al baño a ducharse después de haber terminado su trabajo. Contó que al salir el tipo ya no estaba en la cama y que tampoco lo encontró en la mesa del bar del establecimiento donde lo había conocido. Cuando el dueño del lugar le exigió el porcentaje que a él le correspondía, ella no encontró un solo peso en la cartera.

Ximena contó que una vez le tocó irse a la habitación con un maniático sexual que la quería colgar del techo para hacerle el amor en el aire, cual trapecista de circo, pero que ella se había negado por lo que el hombre, energúmeno, la iba a ahorcar por las malas con la misma soga con la que la iba a colgar por las buenas antes de que ella se negara a ejecutar la exótica prueba. Sus gritos la salvaron de una muerte segura y el loco tuvo que conformarse con no ser denunciado gracias a que el lugar era clandestino y ningún escándalo beneficiaba a su propietario.

Paola no quiso contar nada. Sólo se limitó a decir que no valía la pena llover sobre mojado y que más bien, Yésica, mirara la forma de sacarlas de esa experiencia tan horrible porque se habían vuelto putas y se estaban consumiendo de a pocos... Estaban muriendo a gotas.

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