Luego de un tedioso viaje de siete horas por tierra tocando la carretera más alta del país en el alto de la línea, Albeiro, Yésica y Catalina llegaron a Pereira. Doña Hilda y Bayron le tenían a Catalina una fiesta sorpresa con amigos, familiares, una torta rodeada de fresas y un obsequio de tamaño mediano y bien envuelto en papel regalo de colores fucsia y rosado. Era un despertador con una gallina dando picotazos a la nada, similar al que Bayron le quebró de un botellazo, cuando Catalina apenas comenzaba su loca carrera por convertirse en una mujer próspera y feliz. Cantaron y bailaron hasta el amanecer celebrando por doble partida, el cumpleaños y el retomo de Catalina a su casa. Vanessa, Ximena y Paola quienes la acompañaron apenas hasta las diez de la noche, se aterraron al no ver el pecho de Catalina inflado y se fueron al trabajo comentando que la pobre se moriría con las tetas chiquitas.
Antes de irse, las otrora inseparables amigas se preguntaron de todo, unas a otras. Que cómo les iba en Bogotá, preguntaban unas, qué cómo les estaba yendo en Pereira, decían las otras. Todas se mintieron. Las recién llegadas a Pereira dijeron que les estaba yendo divinamente en las pasarelas de la Capital y que si a Catalina no se le daba la gana de operarse era porque el dueño de la agencia de modelos necesitaba niñas con un corte más internacional que exigía senos pequeños. Yésica les dijo que ella estudiaba alta costura porque pensaba montar su propia marca de ropa y cerró la sarta de mentiras asegurando que a las dos les estaban gestionando la visa norteamericana porque tenían un contrato para desfilar en las pasarelas de Miami y Nueva York con una firma de cosméticos cuyo nombre dijo reservarse porque así estaba estipulado en el contrato que ellas tenían firmado.
Vanessa, Paola y Ximena fingieron sentirse muy contentas por la suerte de sus amigas y lanzaron su propio arsenal de mentiras para no quedarse atrás. Les dijeron a Catalina y a Yésica que a ellas las cosas también les funcionaban a las mil maravillas. Que los narcos de poca monta estaban regresando, y que Margot las tenía en su "book" como las estrellas de la casa de modelos. Que se la pasaban combinando los paseitos a las fincas de algunos "duros" con eventos de modelaje y que un productor de televisión de Bogotá las vivía acosando para que hicieran "casting" para una telenovela que se empezaba a grabar en un par de meses. Que ni Morón ni Cardona ni "El Titi" daban señales de vida y que, al parecer, seguían escondidos en Venezuela, Cuba y Panamá, pero que ellos ya les habían mandado a decir con Mariño que llegaban en un mes, después de que los gringos se olvidaran un poco de sus caras y que iban a celebrar por lo alto su regreso con una fiesta de una semana completa en una finca cercana al lago Calima.
Lo cierto es que unas y otras faltaron a la verdad, pues no reconocieron que comían mierda en dosis nada despreciables desde que los narcos se marcharon. Ni las recién llegadas de Bogotá dijeron que estaban pasando necesidades de casa en casa, echadas de todos los lugares donde no hacían más que comer, robar, dormir y llorar, ni las que se quedaron en Pereira contaron que se habían metido a prostitutas, aguantando todo tipo de vejámenes por parte del dueño de la casa de citas y de los clientes para no morirse de hambre. Catalina tampoco les contó que un médico se aprovechó de ella para operara gratis ni las tres compañeras de prostíbulo contaron que lloraban por angustia existencial los domingos en la tarde luego de jornadas inagotables los fines de semana hasta con 8 o 10 hombres encima, cada una, la mayoría de ellos, depravados, con mal aliento, mal olor en las axilas, en los pies y hasta en sus genitales.
Mientras las cinco amigas seguían mintiéndose mutuamente, Albeiro se mostraba inquieto y no disfrutaba la velada con tranquilidad, concentrado, como le tocaba estar, en imaginar el momento en que se acabara la fiesta, se fueran los invitados y la niña de sus ojos se desvistiera frente a él dispuesta a entregarle su primera vez. Los pensamientos de Albeiro eran tan puros que todos sus esfuerzos mentales se centraban en buscar la manera de poseerla sin hacerle daño, en desflorarla sin dañar sus pétalos, en hacerla suya sin infringirle dolor. Catalina, por su parte, pidió permiso a sus tres vecinas para conversar a solas con Yésica sobre la manera cómo engañaría a Albeiro porque ella no estaba dispuesta a echar por la borda la ilusión que durante dos años venía alimentado con tanta paciencia y anhelo el bueno de su novio que, con seguridad, seguía convencido de su virginidad.
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Sin Senos No Hay Paraíso
De TodoA sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. Pues quienes las tenían pequeñas, como ella, tenían que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de mesera...