Fue en una suntuosa finca, propiedad de Morón, en el municipio de Zarzal, donde Catalina empezó a escribir la novela de su vida con tinta rosa. Por el espacio aéreo de la ostentosa hacienda estaba sobrevolando un helicóptero que aterrizó con el anfitrión de la fiesta en el centro de una cancha de fútbol, al lado de una plaza de toros repleta de arcos asimétricos, repetidos muchas veces y pintados de blanco. Varios senderos tapizados en grama muy verde y fina rodeados de florecidos jardines servían de tapete a los invitados, muchos de los cuáles ya no se sorprendían por tanto derroche. La finca tenía el tamaño de una villa olímpica o un pueblo y tantos escenarios deportivos como aquella. Canchas de tenis, voleibol playa, squash, raquetbol, piscina olímpica e instalaciones para tres deportes más que los dueños no entendían ni jugaban, pero al que los escoltas inventaban nuevas reglas durante sus tiempos libres. Y qué decir del baño turco, el sauna y las estatuas de tamaño natural, mirando con desprevención a los 30 invitados que hasta allí llegaron a celebrar el cumpleaños número cincuenta del líder del cartel más grande jamás visto.
Yésica se vio a gatas para conseguir las sesenta mujeres que necesitaban en la estrambótica rumba programada para durar tres días con sus noches y en la que la lealtad de cada aliado
del cartel iba a ser premiada con dos mujeres, media docena de botellas de un whisky conservado durante 18 años en los toneles de algunas bodegas escocesas y el derecho a exigirle a los mariachis, al trío, a la orquesta o al D. J. contratados, la canción que se les viniera en gana. No importaba si al Mariachi le tocaba cantar rock, al trío trancem o a la orquesta vallenatos.
Cuando las mujeres llegaron en dos buses. luego de atravesar a pie los 18 hoyos de un muy bien cuidado campo de golf, los capos, los asistentes de los capos, los hijos de algunos capos, algunos aprendices de capo y también algunos que presumían de capos como Mariño, se lanzaron a acaparar a las más lindas. "El Titi" se fue a la fija y se hizo a los servicios de Paola y Ximena. Vanessa se fue con Morón a pesar de que su gordura le hacía dar asco y Yésica se fue con Cardona más concentrada en ubicar a Catalina mirando por encima de los hombros de los invitados que en lo que debía hacer para satisfacer al número dos de la organización.
Inexplicablemente, Catalina no había hecho su ingreso aún. Antes de entrar a la casa, observó con rabia algo que la hizo desaparecer por espacio de seis minutos y medio. Cuando llegó a la playa de la piscina donde iba a tener lugar la fiesta, encontró una tarima repleta de luces y un D. J. prestidigitando una consola con el cuidado que tienen los empacadores de huevos en sus canastas. Cincuenta y nueve de las sesenta mujeres contratadas, ya ocupaban uno de los brazos de cada traqueto, menos el izquierdo de Cardona que seguía desocupado esperando con impaciencia a que Catalina apareciera. Cuando Yésica se la señaló, la miró de arriba a bajo, paseo sus ojos por sus piernas y por el valle de sus pequeños senos como si estuviera comprando un kilo de carne y le dio la orden de voltearse pintando un círculo en el aire con su dedo índice. Le miró el trasero con ansiedad y cuando ella se volteó, con una sonrisa hipócrita, se extasió en sus ojos recibiendo con agrado la felicidad que proyectaba la niña aunque ignorara que se debía a la satisfacción profunda que sentía por algo que acababa de hacer en la puerta de la finca en tan poco tiempo. De todos modos Catalina no pasó el examen. Cardona empezó a secretearse y a reírse con uno de sus colegas mientras le miraba el pecho. La niña sentía morirse de pena haciendo el ridículo en medio de 59 mujeres tan pobres como ella, tan idiotas como ella, tan estúpidas como ella, pero con las tetas más grandes que las de ella.
Fue entonces cuando Yésica se lanzó a salvarla intercediendo ante Cardona por ella. Le dijo tantas y tan variadas mentiras, que el segundo de la organización decidió cambiarla por Yésica a quien le interesaba más mantenerse al margen del negocio para no perder su estatus de empresaria. Le dijo que ahí donde la veía, esa muchachita flaquita y sin teticas, era la que mejor "tiraba" de todas las sesenta que habían venido. Que ninguna conocía tan bien los secretos del sexo oral como ella y que si no tenía tetas de silicona era porque a muchos pervertidos les encantaba la fantasía de estar haciendo el amor con una colegiala. Que no se iba a arrepentir y que, con toda seguridad la iba a volver a pedir en menos de una semana.
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Sin Senos No Hay Paraíso
De TodoA sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. Pues quienes las tenían pequeñas, como ella, tenían que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de mesera...