Catalina nunca imaginó que la prosperidad y la felicidad de las niñas de su generación quedaban supeditadas a la talla de su brasier. Lo entendió aquella tarde en que Yésica le explicó, sin misericordia alguna, por qué el hombre que ella esperaba con tanta ilusión la dejó plantada en la puerta de su casa:
—¡Por las tetas! ¡"El Titi" prefirió llevarse a Paola, porque usted las tiene muy pequeñas, parcera!
Con estas agraviantes palabras Yésica puso fin al primer intento de Catalina por prostituirse, mientras Paola ascendía sonriente a la lujosa camioneta que la conduciría a una hacienda de Cartago donde, por 500 mil pesos, haría el amor y posaría desnuda para un narcotraficante en ascenso con ínfulas de Pablo Escobar apodado "El Titi" en la playa de una descomunal piscina, al lado de otras mujeres igual de ignorantes y ambiciosas y junto a innumerables estatuas de mármol y piedra de las cuales brotaba agua con aburrida resignación.
A pesar de su corta edad, acababa de cumplir los catorce años, Catalina quería pertenecer a la nómina de Yésica, una pequeña proxeneta, apenas un año mayor, que vivía de cobrar comisiones a la mafia, por reclutar para sus harenes las niñas más lindas y protuberantes de los barrios populares de Pereira.
El descarnado desplante de "El Titi" frustró para siempre a Catalina quien nada pudo hacer por evitar que de sus ojos brotaran ráfagas mojadas de odio y autocompasión. No tengo buena ropa, no me mandé a alisar el pelo, le parecí muy niña, decía, rebuscando en su mente algunas disculpas que pudieran atenuar su humillación. Pero Yésica no la quería engañar. Escueta y crudamente diagnosticó la situación con honestidad aún sabiendo que cada palabra suya le taladraba el orgullo y el ego, pero sobre todo el alma a su pequeña amiga:
—Paola las tiene más grandes y ante eso, no hay nada que hacer, amiga.
En un segundo intento por reivindicar su naturaleza y su orgullo Catalina llevó sus manos a los senos y se defendió de una nueva humillación replicando que "las tetas" de Paola eran de caucho y que las suyas, aunque muy pequeñas, eran de verdad. Cansada de la pataleta de su vecina de infancia Yésica sepultó su rabieta con el mismo, único y contundente argumento:
—No importa, hermana, las de Paola pueden ser de caucho, de madera o de piedra, pueden ser de mentiras, pero son más grandes y eso es lo que les importa a los "tales" parce: ¡que las niñas tengan las tetas grandes!
Catalina aceptó con rabia y resignación la despiadada explicación de Yésica y maldijo con odio a "El Titi" por haberla privado de obtener sus primeros 500 mil pesos con los que pensaba hacer un gran mercado para mitigar el hambre de su familia a cambio de que su madre le permitiera abandonar para siempre el colegio. El estudio la indigestaba y para ella resultaba de tanta importancia dejar de asistir a la escuela como empezar a ganar dinero a expensas de su inconcluso cuerpo.
El rencor le duró a Catalina hasta que la camioneta se perdió en la distancia luego de coronar la empinada cuesta que separaba el barrio de la avenida principal. Mirando con resignación hacia esa lejana esquina exclamó con absolución:
—El problema es que una no sabe si odiarlos o quererlos más, —opinó con gracia y agregó absorbiendo el ambiente con los ojos cerrados: —¡Huelen tan rico!
—Y en los carrazos que andan— puntualizó Yésica, poniendo fin, con algo de simpatía, a la embarazosa situación que se acababa de presentar.
Catalina quería ingresar al sórdido mundo de las esclavas sexuales de los narcotraficantes, no tanto porque quisiera disfrutar de los deleites del sexo, porque entre otras cosas aún era virgen y ni siquiera imaginaba lo que podría llegar a sentir con un hombre encima, sino porque no soportaba que sus amigas de la cuadra se pavonearan a diario con distinta ropa, zapatos, relojes y perfumes, que sus casas fueran las más bonitas del barrio y que albergaran en sus garajes una moto nueva. La envidia le carcomía el corazón y le causaba angustia y preocupación. No podía resistir la prosperidad de sus vecinas y menos que el auge de las mismas estuviera representado en un par de tetas, pues hasta ese día cayó en la cuenta de que sólo las casas de las cuatro niñas que tenían los senos más grandes de la cuadra, tenían terraza y estaban pintadas. Hasta ese día en que "El Titi" la rechazó por llevarse a Paola cuyos senos se salían de un brasier talla 38, entendió que debía derribar molinos de viento, si era preciso, para conseguir el dinero de la cirugía porque su futuro estaba condicionado por el tamaño de sus tetas.
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Sin Senos No Hay Paraíso
RastgeleA sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. Pues quienes las tenían pequeñas, como ella, tenían que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de mesera...