Capítulo Dos

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CAPÍTULO DOS

Donde se nos comunica la celebración de una urgente asamblea

La estancia era un enorme salón con grandes ventanas que ocupaban desde el techo al suelo completamente, había tantas como para no tener necesidad de luz artificial, pero a pesar de eso, el aspecto de la sala era lúgubre, debido a las grandes cortinas opacas y de estilo renacentista que revestían los ventanales aquellos. El salón estaba repleto de lámparas hermosas, pero la que más llamaba la atención era la central, una magnífica obra de arte, una lámpara araña fastuosa y adornada con numerosos colgantes de vidrio de cristal de roca.

En el medio del salón y debajo de esa maravilla de cientos de bombillas, estaban nuestros protagonistas anteriores. Era ya, una noche fría como ninguna y nuestros tres personajes se calentaban al calor de unos troncos de leña que ardían en una, no menos, majestuosa chimenea, tan grande como para calentar un estadio de fútbol.

Oberón se encontraba de pie junto al fuego, muy pensativo, mirando fijamente como las llamas bailaban al compás que le marcaban los chirridos de unos troncos viejos y grandes. Los dos muchachos estaban sentados en una gran mesa circular de caoba que tenía ocho asientos perfectamente marcados con unos símbolos cada uno. Uno de ellos tocaba y retocaba muy suavemente el dibujo tallado que tenía delante de él, sumergido en sus pensamientos, era una especie de cuervo con sus alas abiertas y sobre su pico sobresalía una lengua viperina. El otro chico estaba situado enfrente de su amigo esperando que Oberón dijera algo, en el espacio donde se sentaba había otro dibujo tallado, este era el de una simple pluma sobre una llama ardiente.

El silencio era ya casi insoportable, como para volverse loco ante la ausencia de sonido. Habían permanecido tan callados desde que Romeo contó lo sucedido que dudaban si alguna vez existió algún vocabulario para comunicarse y si llegarían a entender esas hipotéticas palabras, cuando Oberón, con voz queda, irrumpió aquella omisión de verbo con su sabiduría.

-Este día me lo temía desde el comienzo, debíamos de estar preparados, pero es demasiado pronto- se volvió hacia los chicos.

-¿Pronto para qué?- preguntó Romeo.

-¡Para defender lo nuestro, para que no nos quiten lo que hemos logrado!- el hombre que tenía aspecto de viejo y cansado se sentó alrededor de la mesa, el asiento que había tomado era el más majestuoso y el único diferente de los demás. En su espacio, frente a él  estaba el dibujo tallado cuyo símbolo era un libro abierto de par en par y en una de sus páginas se podía distinguir un árbol con muchas ramas.

-¡Pues entonces lucharemos!- se animó a decir el otro muchacho.

-¡Ah! mi querido Mercuccio, ojalá fuera tan fácil, pero esta guerra os coge a algunos de vosotros todavía muy vírgenes en batallas y en saber- el viejo puso la mano en el hombro de Mercuccio que lo tenía justamente en el asiento de al lado.

-¿Entonces qué debemos hacer, gran señor?- Romeo se impacientaba, todavía no sabía muchas cosas de las que el viejo ocultaba y necesitaba con urgencia una explicación.

-¡Debemos invocar a los Ocho!

-¿Qué?- dijeron los dos casi al unísono.

-¡Hay que encontrar a los "Perpetuos", reunirlos y explicarles la situación!- cerró los ojos y volvió a quedarse en silencio.

  {Continuara}

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