Capítulo Nueve

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CAPÍTULO NOVENO

Donde los caminos se bifurcan.

El muro de piedra era viejo y estaba en ruinas, pero era el único sitio decente que había encontrado la chica para intentar que Mercuccio se recuperara.

Miles de pasos más atrás había quedado el infierno. Un pequeño grupo de supervivientes habían emprendido una marcha hacía la esperanza. El camino había había sido lento y difícil, con muchas curvas y más curvas; los árboles desnudos, con su corteza marrón, parecían diferentes de los verdes que ella recordaba. Había contado con la ayuda de un hombretón para transportar al pobre Mercuccio, ella le había mentido diciendo que su hermano era lo único que le quedaba en este mísero mundo.

Cuando llegaron a lo que parecía un pueblo, escapando de la guerra; su falso hermano empezó a encontrarse peor y tuvieron que hacer un alto en el camino. Los demás siguieron avanzando hacía el Sur, pero ellos se tuvieron que quedar allí. Ofelia encontró compasión en uno de los habitantes de aquel pequeño pueblo, su familia le pudo dar hospedaje en el viejo y desvencijado cobertizo.

 Nunca les falto de nada, contaban con la suficiente comida y con los mejores cuidado que pudieron darles aquellos lugareños, incluso a ella, le habían dado un libro para  leer en las horas muertas que pasaba junto a Mercuccio.

-¿Qué... lees?- A veces Mercuccio podía articular algunas palabras, siempre que su fiebre se lo permitiera.

-Nada, es un viejo libro que me ha dejado esta generosa familia.

-Gracias... chica; gracias por todo lo que haces por mi...- su enfermedad no remitía, Mercuccio cada vez estaba más débil, después de un dolor agudo, se volvió a dormir.

-Descansa mi héroe, yo velaré por ti.- Ofelia se pasaba horas y horas enteras leyendo aquel libro en voz alta, mientras él dormía o deliraba. Los antibióticos que pudo encontrar se le estaban acabando y parecía que no tenían ningún efecto en el cuerpo de su amigo. Ella no podía hacer más que ponerles paños de agua fría en la frente y esperar... esperar y rezar.

"Le debo la vida"

-¿Quién... eres... criatura? ¿Cómo... te llamas?- Aquella mañana había amanecido con un color especial, que hacia tiempo no se veía por allí. El cielo con su azul claro, el sol con su amarillo ardiente. A él, la fiebre le había dado una tregua.

-Yo...- Ofelia empezó a dudar, no podía decirle quien era en realidad. -Me llamo...- entonces, miró hacia el suelo y vio aquel libro prestado y su título: "El romance de Nadia" le ayudó en aquel momento. -Nadia, me llamo Nadia.

-Curioso...¡agg! te llamas igual que la historia que me lees... ¡agg!- La chica se ruborizó mientras a Mercuccio le volvía la fiebre y los dolores. -Encantado Nadia, yo... me llamo Hugo.- Ella empezó a ponerle su correspondiente paño de agua en la frente, le levanto la cabeza con su brazo en un gesto lento y se la acurruco entre sus piernas en un abrazo dulce.

-¿Dónde está mi... compañero, Nadia? ¿Dónde está... Liam?- Nadia, no sabía que contestarle, se limitó a mecerlo con su cuerpo entre caricias y a tranquilizarle. Ella le miraba de una forma muy especial y mientras le acariciaba el pelo, él encontró la paz y pudo dormir entre sus brazos.

Mientras, en otro sitio:

-Dices que eres Romeo y que yo soy Segismundo- le espetó -Que somos de otro mundo, que somos gente ficticia, pero yo solo veo ampollas y moratones en mis manos y mis brazos, tan agarrotados y magullados que casi no puedo dormir y en ti también lo veo, somos carne y hueso, muchacho.

-Te digo que sí- insistió el chico -Eso quiero decir. Carne y hueso. O sea, no, pero sí.

Hasta entonces había cumplido su palabra, pero no sabía como hacérselo entender a aquel hombre testarudo, había perdido el maletín que Oberón se encargó de darle con todos sus secretos, para que le ayudaran a entender.

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