Capítulo Diez

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CAPÍTULO DÉCIMO

Donde nada es como antes.

Recordemos que en nuestra historia Ofelia, con un conjuro que ella conocía, se había llevado a Mercuccio hacia el mundo donde pertenecían, porque se estaba muriendo. Romeo y Segismundo vuelven para ver a Oberón, lo que no saben es que este está encerrado en una mazmorra por culpa de un tal Hector Silva. ¿Que harán nuestros intrépidos amigos?...

Al tercer día Mercuccio despertó.

En su gran celda no le faltaban comodidades, había una gran chimenea y solo una ventana pero del tamaño suficiente como para poder ver el ancho mundo, lo que pasaba es que el mundo estaba lo suficientemente bajo como para que no se le ocurriese salir a dar una vuelta. No había duda de que lo tenían encerrado en lo más alto de una torre. Después de tres semanas, lo fueron a buscar.

Ella eligió un simple vestido de seda color azul claro degradado hacia blanco, de corte sencillo, pero con magníficos recamados en el cuello y en las mangas.

-Quiero salir de aquí. ¡Dejadme salir!- Mercuccio gritaba tan enfurecido cada vez que alguien se dirigía a él que no se dio ni cuenta de quien estaba delante suya. Desde que despertara de su largo sueño, cada día se encontraba mejor. Él no recordaba nada de su enfermedad que estuvo a punto de mandarlo al otro barrio, creía que todo había sido una mala pesadilla. Es como si su mente hubiera borrado todo lo transcurrido durante las últimas semanas para protegerlo. No entendía por qué le habían dejado encerrado en una habitación a solas y por qué nadie venía a dar alguna explicación. Solo a las horas de las comidas entraba alguien a llevarle un plato y agua y sin decir nada volvía a desaparecer. Mercuccio intentó miles de veces hablar con algunos pero nadie le dirigía la palabra, a veces ni siquiera la mirada.

-Veo que estáis mejor mi querido Mercuccio- ella habló con tal dulzura que la ira de Mercuccio se aplacó al instante.

-¿Quién eres?... ¿Te conozco?...- a Mercuccio le empezó a dar vueltas la cabeza y un tremendo dolor se apodero de su cerebro mientras empezaba a recordar. -Tú... tú eres...

-Cariño siéntate, estás entrando en estado de shock, es normal cuando uno regresa a esta parte del mundo, cuando regresa a casa.- Titania con un gesto suave de su mano invitó a Mercuccio a sentarse en la cama, a lo cual este, obnubilado como por un hechizo, acató la propuesta como una orden.

-Mercuccio, sé que eres un hombre bueno y leal y debes saber la verdad.

-¿La verdad?- Mercuccio se levantó haciendo ademán de irse pero enseguida Titania prosiguió.

-Solo sois un juguete de mi señor esposo. Ahora estaréis aturdido unos días pero pronto recordarás quien eres. Oberón en su ineptitud, "como costumbre en él" os ha utilizado para su propósito, que no es más que divertirse a costa de los demás. "Es un defecto que trae de fábrica"- la reina esbozó una ligera sonrisa que volvió a tranquilizar a Mercuccio.

-¿Qué tratáis de decirme, alteza?

Ella se tomo un poco de tiempo y fue hacia la ventana, se colocó de espaldas a él mirando hacia el exterior. Eso hizo que la luz del día entrara a través de sus ropas haciéndolas semi-transparentes y dejando entrever la perfecta silueta de su cuerpo.

-Mi querido esposo os ha hechizado a ti y a muchos de nosotros para que viviérais una vida que no era la vuestra, solo para regocijo de él.

-No entiendo- Mercuccio habló por inercia, pues solo prestaba atención a la hermosa mujer que estaba delante de él.

-¿Me puedes decir dónde naciste?- La reina se volvió y se sentó a su lado. Acariciando su melena larga, él sintió una enorme paz en su interior y un deseo terrible de besarla, de beber el dulce néctar de sus labios. Cuando Titania te miraba a los ojos no había ningún sitio donde esconderse, cuando penetraba con su mirada no había manera humana de escapar y caías rendido a su merced.

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