Capítulo Ocho

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CAPÍTULO OCTAVO

Donde se cuenta como tomar una difícil decisión.

La meta se alzaba en la cima de una colina, su prosperidad saltaba a la vista incluso desde donde estaba él, incluso en ese mundo tan cruel. La ladera estaba cubierta de campos cultivados medio destrozados; abajo había muerte y maldad, más arriba, pudiera ser, la salvación. Segismundo, más conocido en este tiempo como Roberto Jiménez, corría entre lobos y buitres que campaban a sus anchas en medio de cadáveres y divisó en lo alto el helicóptero que venía a por ellos.

-¡El salvamento está allí!- gritó a sus compañeros señalando hacia el Norte. -¡Nos trasladaran al campamento base, nos sacaran de aquí, por fin disfrutaremos de una buena comida caliente.- Al reirse de puro nervio se le veían algunos dientes rotos. Segismundo se rascó la nuca donde le había picado un insecto, miró a su alrededor, todos corrían con él como podían mientras los vientos intentaban empujarles hacia la guerra, como si no quisieran que se escaparan del horror. No eran muchos pero eran los que quedaban, incluso a su lado corrían también dos valientes que llevaban en una puerta, convertida en camilla, a un malherido. Cuando llegaron junto al helicóptero los que allí estaban les alentaban para que se dieran la mayor prisa posible, mucho tiempo allí expuesto podría ser fatal. Uno a uno fueron llegando y entrando en el aparato, llorando de rabia y de miedo. Segismundo se había retrasado para ayudar a los que portaban al herido. Cuando al fin llegaron, el comandante de la expedición de salvamento les comunicó una mala noticia: el helicóptero estaba muy cargado, uno de ellos se tendría que quedar en tierra o podrían perder el control en pleno vuelo por culpa de los cambios de aires.

-¿Pero qué mierda estás diciendo?- Gritó indignado Segismundo.

-¡Escucha soldado, esta mierda es así, o mueren todos o se sacrifica uno!- Ordenó el comandante. -Además solo tendría que sobrevivir un poco más, en otra ocasión volveremos a por él.

-¿Qué volverán a por él? ¿Nos tratáis como perros, Señor?

-¡Soldado, no vuelvas a hablarle así a un superior!- El comandante apuntó nervioso con su fusil.

-¡Maldito Cabrón!- Segismundo se avalanzó sobre él, antes que le diera tiempo a reaccionar, los disparos silbaron en el aire, eran balas confusas, fuego amigo, en la guerra incluso los amigos pueden convertirse en enemigo con un chasquido de dedos. Cayeron hacia el suelo, el comandante intentó de nuevo levantar el fusil pero Segismundo logró con un manotazo que se le escapara de las manos. En un momento de la pelea el soldado colérico, tenía debajo de él casi maniatado a su superior, cogió el fusil que había apartado a un lado e intento pegarle a su oficial... pero de repente sintió un golpe seco en la cabeza que lo hizo tambalear y caerse hacia un lado. Recobró rápidamente el sentido pero ya era demasiado tarde, el comandante estaba delante de él apuntándole y los valientes soldados estaban metiendo con torpeza al herido en el helicóptero. El culpable que le dio el golpe por la espalda desvió su mirada, él sabia que no podría reprocharle nada.

Sin pensarlo dos veces, agarró al herido por los pies impidiendo que terminaran de montarlo.

-¡Vamos soldado, ya has hecho bastante el ridículo!- Comentó el comandante. -Sé que tus actos no vienen de ti, es esta maldita guerra, pero suelta de una puta vez la maldita pierna y deja que nos vayamos o...

-¡Esperad! El está muy mal herido ¿Qué es lo que ha sido, una bala, dos, cuatro... una mina?- intentó por todos los medios que entraran en razón y no lo dejaran allí, pero en ese mismo momento el herido habló medio atragantándose...

-Por favor, tengo mujer e hijos, y sabes que sin mi no pueden hacer frente a la vida, mi hijo menor está muy enfermo y tengo que cuidarlo, Roberto, permítame que le ayude, no dejes que ese niño se quede sin padre... sueltame la pierna... por favor.- Cayó agotado en el interior. Segismundo tardó un poco en soltar la pierna de la salvación pero finalmente dejó de apretar y agachó la cabeza.

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