Capítulo Seis

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CAPÍTULO SEXTO

Donde conocemos un giro inesperado.

Este capítulo va dedicado a Andrea y Noelia, dos fans, dos compañeras, dos amigas, Bella y aldena.

La sala retumbaba con los gritos de los familiares del acusado y los del afectado. Cada uno defendían, a su manera, a sus parientes detrás de los bancos que ocupaban los protagonistas de la situación. Oberón, que en este lado del mundo en realidad era el juez Salóm, Oscar Salóm, se aburría de sus quehaceres diarios y estaba dispuesto a terminar con este batiburrillo antes de que la trifulca le pudiera dar mas líos.

"Debería estar preparando una estrategia -Meditó el viejo, que observaba desde arriba, en su mesa presidencial.- Para contrarrestar a Tytania" Estaba a punto de silenciar la sala con su mazo para acallar a la multitud pero no le hizo falta, porque en ese preciso momento, de un portazo se abrió bruscamente la puerta de la sala y todos callaron y miraron a los extraños con cierto temor.

Había un largo tramo hasta el otro extremo del salón, donde Oberón aguardaba estupefacto sentado en su sillón. Hector Silva, apoyado en un sirviente y en su bastón cojeó hacia el viejo Salóm, los demás lo siguieron. Cinco caballeros apodados "Los cinco Justicieros" con su indumentaria al completo, uniforme blanco inmaculado, acorazado en una especie de acero ligero desde el pecho a los talones, se decía que eran los cinco hombres más feroces que había sobre la tierra, formaba la primera linea detrás de Silva. Y detrás de los cinco les seguían veinte guardias, cada uno con una pistola y una porra colgada del cinturón.

Oberón no estaba solo, detrás de su sillón y repartidos entre la sala, había tantos guardias de seguridad que superaban a los visitantes en proporción de cinco a uno.

Cuando Silva llegó hasta el final, su pierna era una llamarada de dolor. Mantuvo una mano sobre el hombro de su sirviente para ayudarse a soportar su peso y habló.

-Ordeno a todos los presentes, caballeros de la justicia y del deber, que depongas sus armas y arresten a este hombre- Señalando con su bastón hacia Oscar Salóm.

-¿De qué se me acusa?- Se levantó Salóm de su sillón tan rápido como si fuese un chaval de veinte años. Oberón conocía muy bien a Héctor, era el juez superior, no se le discutía la decisión al juez superior del país. Si él estaba allí es que el asunto era muy grave, y seria de interés nacional.

-Se te acusa de tomarte la justicia a tu manera y entablar negocios con dos de los criminales más buscados de este territorio.- Apuntó Silva.

El viejo Oberón sabía muy bien a lo que se refería su superior. -Esos chicos pagaron hace mucho tiempo su condena y están totalmente limpios. Ahora trabajan para la justicia.

-Querido amigo- empezó muy cordialmente Silva. -O eres muy ingenuo o nos estas engañando a todos.- Se empezaba a poner más alterado. -¡No hay cosa que me de más rabia y más asco que un señor de la justicia traicionando la ley!

-Te juro que no sé de lo que me hablas, Héctor.

-¿Vas a negar que ese discípulo tuyo llamado Liam Suam junto con su compañero Hugo Slym, robaron hace varios días, deliberadamente, un objeto que era posesión hasta ese momento de la señorita Julieta Pram?

"Dios mío, que habéis hecho esta vez malditos Romeo y Mercuccio" pensó el viejo Oberón antes de sentarse de nuevo en el sillón. -Estoy seguro de que tiene que haber algún error...

La sala estaba silenciosa y anonadada, todos los allí presentes estaban como congelados.

-Nada de error. ¡Varem!- le gritó a uno de los cinco. -Desaloja la sala. Señores, este caso queda pospuesto hasta nuevo aviso, se levanta la sesión.- Silva tomó su bastón y caminó hasta ponerse debajo de la mesa de Salóm, miró a este y después se volvió para ver como sus acompañantes desalojaban la sala todo lo rápido que pudieron.

En la sala ya solo quedaban los hombres nerviosos de Salóm  contra los acompañantes impertérritos de Silva. Héctor hizo una señal al sirviente y le dio una carta para que este se la diera a Salóm. El sirviente le llevó la carta y Oberón le echó un vistazo.

-Si decid el paradero de los acusados y lo entregáis a la justicia, se os perdonaran vuestros errores y solo seréis sustituidos de vuestro cargo.- Leyó el Rey de la Hadas. Deliberó un momento la situación como hacia con todos sus casos y después en un gesto lento, rompió la carta en dos, luego en cuatro, y dejó caer los pedazos al suelo.

-Es vuestra última oportunidad, Salóm, viejo estúpido. ¡Decidnos donde están los chicos!- Gritó Silva.

-Ojalá pudiera- Replicó Salóm, sombrío. Si Silva estaba decidido a forzar la situación en aquel mismo momento, a él no le quedaba elección. -Os equivocáis en vuestros actos.

-Vuestras palabras os condenan, Oscar Salóm- dijo Hector Silva -Varem, apresad a este traidor.

-No me dejáis elección- le dijo Salóm a Silva. Se volvió hacia uno de sus guardias de seguridad. -Comandante, poned bajo custodia al Juez superior Silva y a sus acompañantes. No le causéis el menor daño, se ve que este viejo ha perdido la sesera seguramente causa de un trauma.

-¡Hombres de la guardia de Salóm!- Gritó el comandante.

-No quiero que haya derramamiento de sangre- le dijo Salóm a su superior. Oberón no quería alterarse y desatar toda su furia y poder contra ningún humano porque aquello podría desencadenar una tragedia. No podía controlar su sangre caliente pero al final lo hizo. -Ordenadles a vuestros hombres que depongan las armas, y no hará falta...

Con un movimiento rápido, brusco, uno de los temibles "Cinco" que estaba más cercano clavó sus dedos, con varios golpes rápidos y en un movimiento parecido a una especie de arte marcial superior, en la espalda del comandante, dejándolo totalmente inerte, y en un tris posó las manos en su cuello, rompiéndoselo. El comandante estaba muerto antes de que su cuerpo llegara al suelo.

El grito de Oberón llegó demasiado tarde. Mientras sus hombres, aquellos que no se rendían, morían, Silva esbozaba una sonrisa.

-Os lo advertí. Os advertí que tuvierais cuidado, que siempre os estaría vigilando. Nunca me disteis buena espina.

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