3. Sensaciones

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Alan había olvidado por completo la última vez que caminó por la calle en compañía de una chica, especialmente tan linda como lo era Chitose Haruka. Tener aquella conversación con ella en el salón fue lo mejor, pero ahora que no estaban bajo la furtiva mirada de sus compañeros era mucho mejor. Podían hablar cuanto quisieran y de la forma que les diera la gana.

Mientras hablaban, empezaba a conocerla de una forma que no creía posible, ni aun antes de que su familia tomara la decisión de mudarse a Japón. Y le alegraba imaginar que tal vez la joven Haruka sería la primera amiga que tendría que tanto le hacía falta en ese nuevo mundo para sentirse aceptado.

Chitose era muy elocuente, pero también sabía escuchar. No le hablaría de las cosas que le preocupaban desde el primer día todavía, aunque tenía la impresión de que no tardaría mucho en contarle algunos de sus secretos. Esa chica era tan buena persona que acabaría por hacerlo de todos modos.

--Supongo que es hora de que me despida --dijo Chitose, deteniéndose de repente a pocos metros de llegar a una esquina.

--¿De verdad? --Alan estaba muy sorprendido de que el tiempo hubiera transcurrido tan rápido y la distancia se acortara enseguida.

--Ya voy tarde para regresar a casa y seguramente mis padres estarán muy preocupados.

--¿Son muy estrictos?

--Claro que no --Chitose agitó las manos--. Es sólo que no me gusta preocuparlos demasiado. Ya sabes cómo son los padres cuando tienen una hija única.

--Eso no lo sabía --dijo Alan.

Chitose soltó una risita.

--Nunca me lo preguntaste --dijo.

Alan recapituló toda la charla. Hablaron de la comida que les gustaba a los dos, pasando luego a las atracciones turísticas de sus respectivas ciudades, hasta acabar en cuáles eran sus pasatiempos preferidos. Al chico le sorprendió la facilidad con que Chitose le contó que su mayor pasión era la lectura, disfrutando de cualquier texto que contuviera un tema interesante o una trama bien narrada, como lo era en el caso de las novelas.

Y ciertamente, tras todo de cuanto hablaron las últimas tres o cuatro horas --el reloj careció de importancia para Alan mientras hablaba con ella--, nunca le preguntó algo así.

Chitose se adelantó unos pasos, alargando la distancia entre ambos. Posiblemente doblaría en la esquina, hacia la derecha, para dirigirse a su hogar.

--Me dio mucho gusto platicar contigo --comentó la chica, girando hacia Alan--. Espero que mañana podamos charlar nuevamente en la escuela.

--Igual yo --dijo Alan, deseoso de preguntarle una cosa más--. ¿Crees que tus padres se molestasen en que sepa dónde vives?

Chitose no comprendió.

--¿Qué quieres decir?

--Me refiero a que, si no es mucha impertinencia, me gustaría saber cuál es tu dirección.

La chica, de largos y ondulados cabellos, esbozó una sonrisa pícara. Semejante gesto puso nervioso al joven Perrish.

--¿Estás tratando de ligarme, chico travieso? --quiso saber Chitose, tratando de imitar el acento de una actriz americana.

Alan se ruborizó. No creía que ella llegara a pensar algo así. De hecho, ni a él se le había ocurrido.

--Algún día te dejaré acompañarme a mi casa, pero será hasta que nos conozcamos más, ¿de acuerdo? --agregó Chitose, con su acento habitual.

--Muy bien --aceptó Alan--. Espero llevarme bien contigo.

--Eso espero yo también, así que ahora date la vuelta y vete a casa. Mañana nos veremos en la escuela.

VermillionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora