4. La sentencia

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--Es sólo una ridícula leyenda urbana del salón --resopló Chitose, regresando de vuelta el papel amarillento a Alan--. Nada de eso es cierto.

Chitose conocía la maldición, un gran alivio, pero hablaba como si en realidad no fuera algo importante en lo que debiera gastar el tiempo.

--¿Estás segura? --preguntó Alan, con el afán de confirmarlo--. Es que el otro día te escuché hablando con esa chica rubia... Yoshino... acerca de eso y supuse que esto tendría alguna relación.

--Recuerdo esa plática, y ciertamente tiene relación, pero se trata sólo de una historia. No debes sentirte incómodo o preocupado por esto.

Alan dedicó una mirada rápida en silencio a la nota. Ésta tenía toda la pinta de ser un buen argumento para una historia de terror escolar, sólo que él no tenía ganas de formar parte de ella, si es que ínfimamente había algo de verdad en ella.

--Deja de pensar en eso --agregó Chitose--. Yoshino es muy supersticiosa, al igual que la mayoría en el grupo. Sólo basta con ignorarlos si se ponen pesados con el tema.

--¿Así como lo hacen conmigo? --bromeó Alan, sonriendo.

Chitose soltó una risa.

--No seas así --pidió luego.

De pronto, un diminuto timbre melódico se escuchó provenir desde el interior del maletín de la chica. Chitose rebuscó entre sus cosas y extrajo su celular.

--Vaya, me parece que mi madre me está buscando --comentó, guardando el aparato dentro del maletín--. Es hora de que vaya directo a casa.

--Igual yo --contestó Alan--. Mis padres temen que me pierda y que no pueda encontrar el camino a casa porque no entiendo los kanjis.

--Mejor déjalo así. --Chitose rió de nuevo.

--Nos vemos mañana en la escuela entonces.

--Así es, Perrish. Espero que no te quedes dormido.

--¿Ah sí? ¿Por qué?

Chitose colocó uno de sus dedos frente a su boca y guiñó un ojo al muchacho.

--Es una sorpresa. --Fue todo lo que dijo antes de darse la vuelta y echarse a andar, turnando en la misma esquina de todos los días.

Una vez solo, Alan se quedó pensativo, con la mano que sostenía el papel colgando a un costado.

No tenía forma de saber lo que sucedería al día siguiente, así que decidió marcharse a casa y ponerse a hacer los deberes. Necesitaba con urgencia dominar el japonés, o cualquier sorpresa que Chitose le tuviera preparada podría meterlo en verdaderos líos.

Antes de la hora del almuerzo, Alan contemplaba el pizarrón sin prestarle atención en realidad. Pensaba en la sorpresa que Chitose le tenía preparada, aunque sin entender bien el japonés podría convertirse en un problema.

Tenía los brazos cruzados, posados encima de su libreta abierta. En uno de los bolsillos del pantalón tenía el papel guardado, ya que luego de la charla con Chitose la tarde anterior, decidió llevarlo consigo en todo momento como alguna clase de inusual amuleto. Y el diccionario, el cual seguramente conservaría durante mucho tiempo, permanecía guardado en su mochila.

Media hora más tarde, cuando Alan apenas empezaba a concentrarse en la clase, la campana del almuerzo sonó.

El muchacho, reprochándose se falta de interés, se levantó del asiento y miró hacia la puerta del salón. Chitose le esperaba en la puerta, con su lonchera envuelta en un pañuelo en las manos. Por fortuna, Alan también llevaba su almuerzo.

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