Al día siguiente, Alan acudió al hospital donde se encontraban Chitose y su madre después de clases. Como esperaba, ninguno de sus compañeros aceptó ir con él, aprovechando cualquier mínima oportunidad para mostrar la incomodidad que sentían ante su presencia.
No obstante, el rechazo que sufría de su parte, aunado ahora a una actitud fría y cortante, no se comparaba en lo absoluto con el sentimiento de angustia que experimentaba desde el día anterior. Necesitaba cerciorarse del estado en que se encontraba su amiga. Porque era su amiga, ¿cierto?
Concluidas las clases, caminó directamente hacia el hospital, cuya dirección la obtuvo del profesor Yamaguchi durante el almuerzo.
El hospital se encontraba hacia el oeste de la ciudad, en dirección a un área relativamente tranquila en donde las viviendas empezaban a escasear.
Dio con la carretera cuesta arriba que el profesor le había indicado, por lo que Alan la siguió sin prestar atención al paisaje que había tras su espalda. Al llegar a lo que parecía ser la cima de una pequeña colina, vislumbró un amplio edificio de siete pisos, de color hueso. En lo alto de éste, se hallaba, muy para la sorpresa de Alan, un reloj. Sí. Un reloj. Con una cruz roja en el centro.
En la entrada, había un flujo moderado de personas. Alan se mezcló entre la gente y se encaminó directamente hasta la recepción para preguntar por la habitación de Chitose.
Una vez ahí, Alan masculló entre dientes una maldición dedicada a su querido profesor por no haberle facilitado también el número de habitación donde ella se encontraba.
Tras esperar unos momentos a que una mujer se retirara de delante del escritorio, Alan dio un par de pasos al frente, deseando pronunciar bien lo que iba a preguntar.
Frente a él, del otro lado del escritorio, la enfermera lo recibió con una sonrisa en el rostro.
—Buenas tardes —saludó primeramente, y en un japonés casual—. Necesito información acerca de una paciente.
—Por supuesto —respondió la joven enfermera—. ¿Cuál es su nombre?
—Chitose Haruka.
—¿Chitose Haruka? —La enfermera arqueó las cejas, ligeramente extrañada—. Es curioso. Alguien más preguntó por ella hace unos quince minutos.
—¿De verdad? ¿Quién?
—Una chica algo bajita, con el cabello corto. Dijo que era una amiga suya. ¿También eres un amigo suyo?
—Claro —respondió Alan, casi en inglés. Era agradable saber que Kotori estaría allí también—. ¿Podría pasar a verle?
La enfermera lo meditó unos segundos. Posiblemente le diría que esperase a que Kotori saliera, como normalmente se hace en muchos hospitales, pero para su suerte no fue el caso.
—Por supuesto —dijo la chica—. No obstante, tengo que pedirte que no armes mucho escándalo cuando estés allí. Ya sabes, reglas.
—De acuerdo.
La enfermera asintió.
—Ahora te digo en qué habitación se encuentra —agregó—. Espera un momento.
La joven se giró hacia un ordenador colocado dentro de una especie de cajón encima del escritorio y tecleó durante unos instantes. Leyó algo en la pantalla y volvió a teclear. Cuando terminó —Alan creyó que atacaría el teclado una vez más—, se volvió hacia el joven y le dedicó otra de sus sonrisas. Tal vez a muchas enfermeras no les gustaba hacer aquellos gestos, pero evidentemente a ésta no. Era sincera, o eso era lo que parecía.
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Vermillion
HorrorAlan Perrish, un joven estadounidense, se muda a Japón junto con sus padres debido a que uno de ellos fue transferido en su trabajo. Una vez comenzados sus estudios, comienza a notar cosas extrañas entre sus compañeros de clase, los cuales poco a po...