11. Paranoia

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Un radiante lunes por la mañana, y Alan llegaba a la escuela con muchas ganas de saber cómo terminaría el asunto de sus zapatillas "extraviadas".

Revisó su taquilla sólo para asegurarse. Perfecto, seguía vacía. Estaba impaciente por el escándalo que se armaría a raíz de eso.

Alan se dirigió a la sala de profesores y solicitó un nuevo par de zapatillas luego de explicar lo que había sucedido. Ahora tenía dos pares de zapatillas escolares, y eso si alguien no descubría las que estaban ocultas. Ya las ocuparía para otra cosa más adelante si seguían allí.

Después de unas palabras de disculpa y una reverencia, Alan se dirigió hacia el salón 2-3 en compañía del profesor Yamaguchi.

Para entonces, los pasillos ya estaban vacíos. Era el ambiente idóneo para una profunda charla sobre problemas de adaptación e integración al cuerpo estudiantil.

––De verdad lamento lo que ha sucedido ––decía Yamaguchi––. En mis años como docente, jamás he llegado a escuchar que alguno de los estudiantes abriera la taquilla de otro sin permiso para jugarle una travesura.

––Descuide, profesor ––dijo Alan––. No creo que lo hicieran con mala intención. En Estados Unidos es cosa de todos los días. No me parece más que una simple broma.

––No me agradan esas palabras. ¿Estás seguro de que todo está bien?

––Desde luego, profesor. Estoy convencido de que no lo hicieron con saña. Seguro que para el descanso aparecerán las zapatillas y el bromista me ofrecerá disculpas.

«Y aunque nadie las encontrara, igualmente aparecerán», pensó Alan.

El profesor vaciló un poco antes de continuar hablando.

––Sabes que puedes contarme lo que sea que suceda, ¿verdad? ––Alan asintió––. ¿Confiarás en mí? ––Alan asintió otra vez––. Muy bien.

Llegaron a la puerta del salón, pero no entraron enseguida. Alan recordó la primera vez que se habían detenido en ese mismo sitio dos meses atrás. Estaba nervioso, recuerda, pero ese sentimiento no se comparaba con la impaciencia que sentía en esos momentos.

Era totalmente distinto.

Entonces entraron. El barullo de la clase se acalló y todos se acomodaron en sus respectivos lugares. En días pasados, habrían recibido al profesor Yamaguchi con hospitalidad, pero ese día todos parecían preocupados. Oh sí, temían por el profesor.

Con un gesto, Yamaguchi indicó a Alan que se dirigiera a su asiento. Alan obedeció, y aunque no le pareció el recorrido más largo del mundo, sí que le pareció muy pesado. No obstante, se dio el gusto de rozar la mano de una de sus compañeras con los dedos al pasar junto a ella tan sólo para mirar su reacción. La chica emitió un débil chillido y se estremeció ligeramente, pero no volteó el rostro para verlo. Alan sonrió para sus adentros.

«Tanto miedo me has de tener, hipócrita», pensó Alan.

Llegó hasta su lugar y tomó asiento sin más. Un día normal, como cualquier otro en la clase 2-3 de la preparatoria Ishikki.

––Pues bien, jóvenes, el día de hoy comenzaremos con una pequeña noticia que no a todos les va a gustar ––comenzó a decir Yamaguchi––. Hoy, nuestro compañero Perrish ha reportado en la sala de profesores que alguien abrió su taquilla en la entrada y sustrajo sus zapatillas.

Algunos estudiantes comenzaron a murmurar cosas entre sí. Yamaguchi dio dos palmadas sobre el escritorio para acallarlos.

––No hay razón para armar alborotos ––continuó el profesor––. El director me ha pedido que les solicite su cooperación, si es que alguien sabe algo acerca de este incidente. Eso es todo.

VermillionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora