10. Todos contra uno

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Alan no se enteró de que alguien había manchado su pupitre con un líquido muy parecido a la sangre; nadie se molestó en mencionárselo. Sin embargo, era consciente de la reacción que aquello debió causar en sus compañeros.

Como era de esperar, ninguno de sus compañeros le dirigió la palabra. Nadie tuvo la decencia de informarle lo que había pasado en su lugar pese a que la clase se molestó en limpiar el pupitre. Tan sólo se apartaron de su camino cuando acudió a recoger su maletín al final de las clases. De cualquier modo, eso no les impedía que sus miradas se concentraran en él. ¿Le parecía que Izumi le veía con amenazante furia contenida? Eso era sorpresa.

Quizás acabaría por tomarle cariño a esas expresiones de sus compañeros, aunque ya estaba muy acostumbrado a ellas. Pensaba esto mientras enfilaba hacia el hospital, decidido a contarle a Chitose lo bien que marchaban las cosas en la escuela y lo mucho de lo que se estaba perdiendo. Sí, eso haría.

Al llegar al hospital, se encontró con Yukari, la madre de Chitose, sentada en su silla de ruedas y tomando la mano de su hija entre sus manos. Sin Kotori presente, Alan pudo conversar con la mujer más cómodamente.

––¿Cómo se encuentra ella? ––preguntó a Alan, dejando el maletín cerca de la puerta y tomando asiento en la silla más próxima a la cama.

––Mejor ––dijo Yukari––. Según los médicos, la inflamación de su cabeza ya desapareció, pero no creen que despierte enseguida de todos modos.

––Entiendo.

––También dijeron que su color de piel natural ya regresaría, pero yo sigo notándola pálida.

«Tiene razón. Está tan pálida como un muerto», pensó Alan, pero se abstuvo de mencionarlo.

––Imagino que es una alucinación mía ––La mujer soltó la mano de su hija y la coloco suavemente en la cama––. Cómo me gustaría que despertase de una vez.

Un breve momento de silencio.

––También a mí me gustaría ––dijo Alan entonces, agachando la cabeza.

––No has tenido buenos días últimamente, ¿verdad?

––Un poco. He pasado malos ratos. Es todo.

––Ya veo.

Otra pausa en absoluto silencio.

––¿Sabe algo? ––comenzó a decir Alan––. Chitose es la primera persona que me dirigió la palabra cuando llegué a la escuela.

Decirlo provocó que Yukari esbozara una pequeña sonrisa que Alan no vio.

––¿Enserio? ––preguntó Yukari.

A Alan le pareció que fingía, pero creyó que era mejor tratar de brindar la mayor tranquilidad posible para hacerla sentir bien.

––Así es ––Alan levantó la cabeza y vio la sonrisa de la mujer. Entonces él también sonrió––. Al principio, ella creía que yo era tímido y que por eso me mantenía alejado de todos. Me dijo que era un sujeto raro.

––Típico de ella.

––¿Perdón?

––Creer que todos son tímidos y decir que son extraños para ella, desde luego. Ese es su truco para poder entablar conversaciones con gente nueva.

––Vaya. No lo había visto de ese modo.

Yukari asintió.

––Es porque ella decidió hacerlo así cuando adquirió más confianza en la secundaria ––explicó––. Después de todo, ¿de qué otro modo podría una persona tímida hablarle a otra?

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