7. Mente siniestra

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Cargar con una maldición que provoca que tus amigos acaben en coma no sonaba como algo tan malo si se meditaba un poco, o por lo menos así era como pensaba Alan, sentado al lado de Chitose en el hospital. Quería decírselo, pues al fin y al cabo estaban solos en la habitación. Sin embargo, quizá ella era incapaz de escucharle. Y aunque lo hiciera, no podría responderle.

Kotori, la única chica en toda la escuela que se atrevía a dirigirle la palabra —Alan desconocía si ella sabía algo acerca de la maldición, pero le restaba importancia—, le pidió disculpas durante la hora del almuerzo, ya que no podría acompañarle.

«Es cuestión de tiempo antes de que te suceda algo malo», pensó Alan con morbosidad, contemplando a Chitose. Un muy mal chiste.

Permaneció sentado en la silla, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas, intentando apartar de su mente todo lo que le ha sucedido desde que llegó al país. No podría seguir mirando a Chitose si continuaba sintiéndose responsable.

Dos días transcurrieron desde que ella llegó al hospital. Alan necesitaba tranquilizarse un poco, pero no sabía cómo hacerlo. Y desde luego no creía que la cosa escondida en el armario le sirviera de algo. Ya no más, ahora que se encontraba lejos de su antiguo hogar, en un mundo totalmente diferente.

Se mantuvo callado durante un buen rato, reflexionando, hasta que comenzó a decir cosas. No iban a ayudar a Chitose, pero sentía que debía hacerlo de todos modos.

—Hola—dijo al principio, ya que no se le ocurría una mejor forma de iniciar—. Supongo que te gustaría escucharme hablando acerca de la escuela ¿cierto? Sé que te disgusta que diga estas cosas, pero creo que te debo una disculpa.

Alan se detuvo. Intentó levantar la cabeza para ver a su amiga, pero no pudo. Se sentía impotente.

—¿Sabes una cosa? Al principio te creí cuando decías que eran puras patrañas, pero gracias a esto me cuesta creerte. Pero todavía no me lo creo al cien por ciento, eh. Pienso que fue una simple casualidad. Te lo juro. Es sólo que...

No terminó la frase, pues recordó las crueles palabras de Yoshino. Pero, sobre todo, recordó las miradas de sus compañeros luego de que el profesor diera la noticia.

Alan alzó la vista a un lado. No quería contarle lo que realmente estaba cruzando su mente. No quería decirle que la actitud de sus compañeros le hacía perder más la fe y le recordaban que ella, su probable única amiga, se encontraba inconsciente en una cama de hospital. Por lo tanto, se obligó a dejar eso de lado y hablar sobre su creciente amistad con Kotori.

Alan devolvió la mirada hacia Chitose. Al verla, lo que pretendía decirle quedó en segundo plano. El rostro de la chica que estaba ahí seguía siendo el mismo de siempre, con la única diferencia de que sus labios eran distintos. Eran negros, como si hubiera usado un lápiz labial.

Alan tragó saliva. Reprimió las ganas de gritar, ya que no quería atraer la atención. Tampoco fue capaz de apartar los ojos de aquellos labios negros, parecidos a los de un muerto.

Probó a frotarse la cara, creyendo que se trataba de una simple jugarreta creada por su mente. Sin embargo, antes de que pudiera retirar las manos, una voz conocida le habló con serenidad.

—¿Por qué no mejor le cuentas todo?

Alan apartó las manos de su cara y buscó en los alrededores a quien le hablaba; esta vez, la voz no provenía del interior de su cabeza. Se escuchaba como si estuviera frente a él.

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