El tiempo se arrastra lentamente, y cada segundo parece un recordatorio cruel de mi dolor. Desde el día que sucedió todo, me encerré en mi habitación, buscando refugio en la oscuridad y en el silencio. El fin de semana se desliza sin que yo haga más que existir. Cada vez que cierro los ojos, las imágenes de ese día regresan con una claridad dolorosa: la mano de mi primo, su mirada, el pánico que sentí. Son recuerdos que no puedo simplemente "borrar", que no puedo ignorar.
El lunes llega, y con él, la obligación de volver a la vida cotidiana. Me preparo para las clases, no porque quiera, sino porque tengo que hacerlo. Mi cuerpo parece funcionar en piloto automático mientras mi mente permanece atrapada en una pesadilla. Camino por los pasillos del instituto como un fantasma, mi rostro una máscara de indiferencia.
Mis amigas, Kenya, Licy y Emma, rápidamente notan que algo no está bien. Intentan animarme, forzando sonrisas y bromas, pero su esfuerzo parece perderse en un vacío de indiferencia.
—Vamos, Alis, ¿qué tal si vamos a tomar algo? —dice Kenya con una sonrisa, tratando de romper el hielo.
—Sí, podríamos ir a la cafetería a comer algo. ¡No te vendría mal! —añade Licy con entusiasmo.
—¿Qué te parece una película después de clases? —sugiere Emma, buscando cualquier manera de levantar mi ánimo.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no puedo dejar de sentirme como si estuviera en una burbuja que me separa de la realidad. Mi mente sigue atrapada en el dolor y la confusión.
—Ya dinos qué te pasa, por favor —dice Emma, notando la distancia en mi mirada. —Es obvio que algo no está bien.
—Estoy bien, solo cansada —respondo con una sonrisa forzada.
Poco a poco, empiezo a evitarlas. Digo que no tengo hambre, que estoy cansada, que prefiero quedarme en mi asiento. Me recuesto en el banco del aula y cierro los ojos, intentando escapar de la realidad. Pero el silencio es cruel. Las imágenes de ese día me asaltan sin piedad. El miedo, la furia, el dolor... todo vuelve a mi mente con una intensidad que me resulta abrumadora. Cada vez que parece que voy a relajarme, los pensamientos de autocastigo y reproche regresan, llenando mi mente.
De repente, siento a alguien tocando mi hombro. Mi cuerpo reacciona de manera automática, asustada; mi respiración se agita y el terror en mi mirada se enfrenta a Ethan. Su preocupación es evidente mientras trata de calmarme.
—Alis, ¿estás bien? —pregunta Ethan con una mezcla de ansiedad y cuidado genuino, al notar mi reacción temerosa. —¿Por qué estás así? Tus amigas están preocupadas por ti, y yo también.
Mi respiración se estabiliza poco a poco, pero mi cuerpo sigue temblando. Trato de mantener la compostura, pero es evidente que algo me está afectando. Mi voz sale temblorosa y automática.
—Estoy bien —digo, intentando sonar convincente mientras desvío la mirada.
Ethan no parece convencido. Se agacha a mi nivel, sus ojos llenos de una preocupación profunda y sincera.
—Alis, esto no es normal. Te hemos visto distante y asustada. Por favor, no te escondas. Habla con alguien, con tus amigas, conmigo, pero no te encierres en ti misma.
Sus palabras son como un bálsamo en medio de mi tormenta interna, pero la intensidad de mi dolor me hace reaccionar de forma defensiva. Mi mirada refleja una mezcla de miedo y rabia, y mi voz se endurece.
—Aléjate de mí. No quiero hablar contigo ni con nadie. Déjame en paz.
El dolor en sus ojos es visible. Ethan suspira profundamente, su expresión se torna triste mientras me observa con desolación. Sin decir nada más, me ofrece una última sonrisa triste antes de alejarse.
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¡No Puedo Más!
Genç KurguNo puedo más es un viaje crudo y emotivo a través de la mente de Alis, una joven de 16 años que ha aprendido a tragarse su dolor para proteger a quienes ama, sin darse cuenta de que ese silencio la está destruyendo por dentro. En un relato íntimo y...