Tercera parte: Memorias

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El pequeño pelinegro corría entre los árboles, casi congelado y con cierta dificultad debido a la nieve, oía el palpitar de su corazón acelerado por la carrera y apenas lograba respirar en angustiantes jadeos.

Cada aullido que oía lo crispaba aun mas, alentandole a sacar fuerza y energías de quien sabe donde para seguir corriendo, huyendo de aquellos lobos que lo perseguían. Estaba cansado, muy cansado, sabia que probablemente terminaría muerto en cualquier momento.

A sus nueve años de edad, ya tenía basta conciencia de que la vida humana podía apagarse con una simple brisa como la frágil llama de una vela.

Algunas lágrimas ya llenaban sus ojos cuando tropezó con una raíz, torciendose el tobillo, hizo una mueca de dolor tocandose apenas la zona. Oyó gruñidos más cerca y miró a su alrededor desesperadamente, no podía seguir corriendo, debía esconderse y pedir a la suerte que no sintieran su aroma.

Miró al árbol e intentó trepar pero el tobillo lastimado casi le hace soltar un grito por forzarlo a mantenerlo de pie, a tratar de escalar. Finalmente comenzó a hacer un hueco entre la nieve junto al árbol, metiéndose en el mismo y después tratando de cubrirse, rogando no ser descubierto.

Niko supo entonces que Dios no existia, Dios no existia porque él nunca le haría daño a los niños ¿verdad? Él debía protegerlos, se suponía que amaba a los seres humanos... y si era así... ¿porque entonces no lo protegía a él? ¿Porque a él lo dejaba a total merced de su progenitor?. Le rezaría si no supiera que era inútil, tantas veces había pedido ayuda entre sollozos en su habitación, en medio de la soledad. Pero la única que parecía ofrecerle consuelo alguno era su madre, porque sus hermanos pequeños aun no comprendían lo que él pasaba, ellos aun eran niños, ellos aun tenían oportunidad de serlo porque Andrei estaba demasiado ocupado convirtiendo a Nikolai en un hombre fuerte, frío y cruel como lo era él, su atención estaba demasiado centrada en el mayor de sus hijos, moldeando la arcilla que lo componía a su gusto y placer.

Pasaron cerca de tres minutos, que para el pobre niño parecieron horas, allí, quieto solo consigo mismo oyendo los pasos animales acercarse. Los sintió olfatearle, el pequeño apretó los ojos fuertemente, resistiendo las ganas de soltar un sollozo de miedo. Casi suspiró aliviado al sentir que uno de los lobos no lo detectaba y se alejaba, pero el otro aun lo olía y gruñó al descubrirlo.

El niño soltó un grito cuando las fauces del lobo encontraron su brazo, sintiendo que un dolor terrible lo embargaba, inmediatamente oyó dos disparos y sintió el agarre en su brazo aflojarse hasta oír como el cuerpo muerto del animal caía a un lado.

La nieve a su alrededor comenzaba a teñirse de rojo por la sangre que emanaba de la mordida en su brazo, él alzó la vista y vió a su padre viéndole con disgusto, al tiempo que este le quitaba la nieve de encima y lo jalaba del otro brazo con algo de brusquedad para levantarlo del piso.

Niko se aguantó las lágrimas, se guardó el dolor, sabía que el castigo por fallar sería peor si Andrei lo veía llorar, el tobillo aun le dolía.

Hopeless: Solo un poco rotos [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora