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¿Sabes?, aún no he podido resolver el acertijo de cómo debo iniciar de ahora en adelante cada vez que decida escribir en tus páginas. ¿Debería, quizás, empezar con un amistoso «Hola», o utilizar el ya tan utilizado «Querido Diario»?

Estoy tan indecisa... Pero, por hoy, y sólo por hoy –lo prometo–, dejaré de lado los saludos irresolutos y las cansinas introducciones para decirte que estoy muy contenta de tenerte; aunque al principio no lo estaba y aún no sé específicamente qué es lo que escribiré la próxima vez.

Quizá una buena manera de empezar es contándote cómo llegaste a mis manos... Aquí voy:

Cuando llegué a casa de la abuela Margo, hace tres días, me encontraba un poco triste. Y es que, ¡vamos!, ¿quién no lo estaría cuando sus padres parecieran no ser capaces de respirar el mismo aire durante más de 5 minutos? Pero no pierdo las esperanzas... todavía. Aunque adoro a la abuela, también quiero mucho a mis padres, y espero poder volver con ellos pronto.


Anteayer, mientras miraba por una de las ventanas de mi pequeña, pero acogedora, habitación, la abuela Margo llamó dos veces a la puerta. Cuando abrí, ella me observó con una pequeña sonrisa durante algunos segundos, y luego, pasó –no sin antes preguntarme si podía; lo cual me pareció un poco tonto, pero asentí, de todas formas, mientras sonreía– y se sentó en una esquina de la que ahora es mi cama.

—Tengo algo para mi pequeña Janny —anunció con voz cantarina, palmeando junto a ella para que me sentara también.

Me acerqué, algo confundida; no había reparado en el paquete que sostenían sus envejecidas manos.

—He notado que has estado algo decaída... —me lo tendió, y noté, por su forma, que podría ser un libro. Sí, como estás imaginando, me emocioné muchísimo. Así que, después de que me instara a hacerlo, rompí apresurada y descuidadamente la envoltura, revelando algo que parecía ser un libro. Lo examiné, extrañada, buscando algún título, algo que me dijera de qué trataba; pero no lo encontré. Empecé a hojearlo, y me di cuenta de que sus páginas estaban totalmente en blanco. Y ahí fue cuando caí en cuenta de que no era un libro, sino una tonta libreta... o un diario, como ella insistió en llamarla.

—Hey —la abuela alzó mi mentón para que la mirara, percibiendo, tal vez, mi desilusión—. Éste es uno de los mejores libros que existen...

—No es un libro, abuela; es una libreta —me apresuré a corregirla.

—Es un diario —contraatacó—. Pero bueno, no importa cómo lo veas; lo importante es las cosas maravillosas que podrás hacer con él.

—Sigue sin ser un libro... —insistí, poniendo los ojos en blanco e intentando, al mismo tiempo, ocultar mi pequeña sonrisa.

Ey, esos ojos, jovencita —no dudó en regañarme, con las manos en las caderas y esa ridícula mueca de enfado que contorsiona sus labios cuando intenta parecer disgustada. Acompañada de un sonido tan extraño como gracioso, la carcajada que había luchado por reprimir escapó irremediablemente de mis labios.

—Bueno, ya —me detuvo la abuela con el ceño fruncido, pero tratando de esconder también su propia sonrisa—. Escucha. Ahora podrá parecerte un simple cuaderno, o libreta... o cualquier tontería, llámalo como quieras; pero ésto— agitó la libreta frente a mi cara— podría convertirse en tu tesoro más preciado. Éste libro...

—Que no es un libro —la interrumpo otra vez, sólo para molestarla.

—Deja de interrumpirme, por Dios Santo —volvió a reñirme, y me pellizcó las mejillas mientras sus ojos brillaban de diversión—. Por los clavos de Jesucristo... ¿Qué voy a hacer contigo, eh?—murmuró para sí misma, pero al verme fruncir los labios para contener la risa se dio cuenta de que la había escuchado. Ya. Dejando de lado las risas y tus insolentes interrupciones... Éste sí que es un libro después de todo, y ¿sabes por qué? —me miró, como si esperara una respuesta, por lo que simplemente me encogí de hombros— Porque puedes escribir en él tu propia historia —finalizó su discurso con cara de haber dicho que el agua del mar no es en realidad azul.

«Así que mi propia historia... », pensé.

—¡Vamos, Janny! En él podrás plasmar tus sentimientos, sueños, pensamientos... Cualquier cosa. Te ayudará a desahogar tus penas y a sobrellevar la tristeza. ¿Y sabes que es lo mejor, mi pequeña?: Que es tuyo, sólo tuyo y de nadie más.

Decidí rendirme. Sonreí, finalmente, tomando la libre... el diario. Abracé a la abuela, mientras le daba las gracias.

Y aquí estoy... Escribiendo, casi sin haberme dado cuenta, la primera página de mi propia pequeña historia. Quizá, después de todo, no es tan mala idea la de tener un diario...

Martes, 22 de julio

El diario de Jeanette © (¡Terminada!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora