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—Mi abuelo me contó una historia cuando tenía más o menos tu edad —dijo mi abuelo cuando estábamos junto a la chimenea.

Aquel invierno estaba siendo especialmente duro.

—¿Cuál historia, abuelo? —le pregunté sentándome en la alfombra frente a él.

—Un cuento con el que mi abuelo solía asustarme para que me fuera pronto a dormir —explicó sentado en su butaca.

Tomó la pipa de la mesita de su lado. Encendió un fósforo y prendió el tabaco de la pipa.

—¿De qué trata? —pregunté ansioso por que empezara a contarla.

Volvió a fumar. La criada entró en la sala de lectura con una copa de coñac. Dejó la copa en la mesita, silenciosa como una pantera.

—Gracias, María —agradeció mi abuelo.

Me mordía las uñas mientras esperaba a que el padre de mi padre comenzara a relatar la historia de miedo. Estaba muy intrigado. Quizá no durmiera bien esa noche pero deseaba que me la contara de una vez por todas.

—Abuelo... —rogué impaciente.

—Todo a su tiempo, Pablito. Primero debo refrescar mi viejo gaznate.

Bebió, tragó, fumó y carraspeó. Seguramente el licor era demasiado fuerte debido a su edad avanzada.

—¿Estás listo? —preguntó.

—¡Sí! —exclamé con alegría.

—Está bien. Pero luego no te levantes a medianoche pidiéndome que te deje dormir en mi dormitorio.

—Está bien, abuelo. No lo haré.

—Bien. Hace mucho tiempo, casi un siglo, creo. Hubo una vez un hombre, era guardabosques en la finca de un conde. Vivía solo en el bosque, en una cabaña propiedad del noble. Nunca se le conoció esposa ni amantes. El guardabosques era un solitario, un ermitaño. Debía amar mucho la naturaleza para estar alejado de la población. Según contaba mi abuelo, el guardabosques fue un hombre muy huraño; como si sintiera animadversión por el ser humano. La leyenda dice que nació y se crió en plena naturaleza. Su padre también fue guarda del bosque para el padre del conde.

El guardabosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora