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Tobías gruñó y le perdí de vista en un santiamén. Lo seguí como bien pude. Al escuchar otro gruñido que no era de mi perro me asusté y me escondí tras unos matorrales. El perro ladraba. No podía acercarme a él ni ordenarle que callara porque había algo devorando un cuerpo que no adivinaba a ver con claridad. Mis oídos escucharon un estruendoso mordisco como si un hueso se quebrantara al penetrar con unos colmillos. De repente, la luna alumbró la escena y pude ver a un enorme animal, aunque no lo era del todo. En apariencia era humano pero un hombre no tiene tanta fuerza en la mandíbula para romper la garganta de nadie. Ajustando las pupilas de los ojos como si de un objetivo de cámara de fotos fuese, pude advertir que la víctima era una mujer de aspecto joven. El atacante devoraba su garganta y mientras la penetraba. ¡La estaba violando mientras se la comía! Me quedé atónito ante la escena. El monstruo entraba y salía de ella con violencia, gruñendo, comiendo y bebiendo la sangre de la víctima. Se alimentaba de ella. En ese instante, Tobías seguía ladrando a la espalda del hombre-lobo. La abominación no le hacía caso. Estaba inmerso en su trabajo de comer y violar a la desdichada víctima.

Aprovechando la luz de la luna apunté al licántropo con la escopeta cargada. Durante un momento vacilé porque el perro daba vueltas alrededor de los dos cuerpos ladrando e increpando a la bestia. Una vez tuve el objetivo libre apreté el gatillo. Los balines del cartucho le dieron de lleno en el costado. El hombre-lobo aulló de dolor. Miró hacia donde yo estaba, al ver sus ojos iluminados durante un instante descubrí que era Miguel «el guarda». Durante un instante su apariencia animal y diabólica pasó a ser humana. Gruñó, dio una patada a mi perro y desapareció de mi vista corriendo a través de la espesura. Lo seguimos. Quizá no fuese demasiado lejos, lo había herido con un buen disparo.

Escuché un aullido. Y luego otro.

El guardabosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora